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LIBROS LITÚRGICOS
I. INTRODUCCIÓN
Por libro litúrgico, en sentido estricto, entendemos un libro que sirve
para una celebración litúrgica y está escrito con vistas a ella. En sentido más
amplio, es tal también el libro que, aun no habiendo sido escrito con vistas a
la celebración, contiene, sin embargo, textos y ritos de una celebración, tanto
si han sido usados como si no.
En el primer sentido, el libro es un
elemento de la celebración, y a él también se le respeta e incluso se le venera;
en el segundo sentido, el libro se convierte en fuente para la historia de la
liturgia, y en particular del rito o de los elementos que contiene.
Además de estas fuentes directas, existen también aquellos escritos que nos
informan sobre el hecho litúrgico sin ser por ello libros litúrgicos, como
textos de historia, escritos de los padres, documentos del magisterio, etc.
Por tanto, los libros litúrgicos contienen los ritos y los textos escritos
para la celebración. Son un vehículo de la tradición, en cuanto que expresan la
fe de la iglesia, y generalmente son fruto del pensamiento no de un solo autor,
sino de una iglesia particular en comunión con las demás iglesias. Pero son
también fruto de una cultura, determinada en cuanto al tiempo y al espacio
geográfico. En efecto, si bien la liturgia cristiana es sobre todo acción divina
que se realiza en el signo sacramental, los libros litúrgicos contienen, sin
embargo, las palabras y los gestos con que una cultura ve y expresa esta acción
divina.
Pero esto se verá más claramente haciendo la historia de los
libros litúrgicos. Podemos dividirla en cinco períodos.
II. EL
TIEMPO DE LA IMPROVISACIÓN
Se trata de los tres primeros siglos
cristianos. En este tiempo no hay libros litúrgicos propiamente tales, excepto,
si así podemos llamarlo, el texto de la biblia. Para el resto, todo se deja a la
libre creatividad, salvo en los elementos esenciales.
Hallamos rastro de
estos esquemas y de esta libertad en textos no propiamente litúrgicos, como la
Didajé, que nos da indicaciones sobre el bautismo, sobre la eucaristía, sobre la
oración diaria y sobre el ayuno; como los escritos de Clemente de Roma y la
Apología de Justino. Hacia el 215 encontramos la Tradición apostólica del
presbítero romano Hipólito. En sentido amplio, éste es el primer libro
litúrgico, porque contiene sólo descripciones de ritos litúrgicos con algunas
fórmulas más importantes: consagración de los obispos, de los presbíteros, de
los diáconos y de los demás ministros; esquema de plegaria eucarística,
catecumenado y bautismo; oraciones y normas para las vírgenes, las viudas; la
oración de las horas, los ayunos, bendición del óleo.
La importancia de
este documento es múltiple: nos da por primera vez fórmulas de plegaria
eucarística, de ordenaciones, del bautismo...; testimonia claramente que no es
necesario que el obispo "pronuncie literalmente las palabras citadas, como
esforzándose por recordarlas de memoria, sino que cada uno ore según su
capacidad. Si alguno es capaz de orar largamente y con solemnidad, está bien.
Pero si pronuncia una oración con mesura, no se le impida, con tal que diga una
oración de una sana ortodoxia" (c. 9).
El texto de Hipólito ha tenido una
influencia muy considerable en varios ambientes, como testimonian la traducción
copta, árabe, etiópica y latina.
III. EL TIEMPO DE LA
CREATIVIDAD
Desde el siglo IV se precisan los contornos de los diversos
ritos litúrgicos, tanto orientales como occidentales. Y esto se debe a la
creación de textos que cada iglesia compone y comienza a fijar por escrito,
aunque no en forma oficial. Deteniéndonos en la iglesia de Roma, se había
producido un fenómeno importante: el paso del griego al latín como lengua
litúrgica.
Se forma en este siglo el canon romano (la actual primera
plegaria eucarística), y se empiezan a componer textos eucológicos en latín. Se
continúa así hasta el siglo VI, componiendo cada vez los textos que sirven para
las diferentes celebraciones. Es tos se conservan, pero no para ser utilizados
de nuevo.
Cierta cantidad de tales libelli se encontró en Letrán, y se
reunieron en un códice que actualmente se encuentra en la biblioteca capitular
de Verona, cod. 85. Descubierto en 1713 por Escipión Maffei y publicado en 1735
por J. Bianchini, recibió de éste el título de Sacramentarium Leonianum, por
considerarlo una composición de León Magno (440461). A continuación se
descubrió que era obra de diversas manos; entre ellas, además de la del papa
León, la intervención de los papas Gelasio 1 (492-496) y Vigilio (537-555). La
edición más reciente y mejor es la de L. C. Mohlberg (RED 1, Roma 1956), con el
nombre de Sacramentarium Veronense.
El texto presenta unos 300
formularios, más o menos completos, divididos en 43 secciones. El redactor los
ordenó por meses. Pero faltan los primeros folios, y comienza con el mes de
abril. Normalmente cada formulario comprende colecta, secreta, prefacio,
poscomunión y super-populum. Falta todo el texto del canon y toda la cuaresma y
la pascua. De las demás fiestas a veces tenemos muchos formularios, mientras que
algunas celebraciones están ausentes. Por todos estos motivos, no es exacto ni
siquiera el término sacramentario.
De todos modos, el códice reviste una
importancia fundamental para la eucología romana, porque se trata de las
primeras composiciones seguramente romanas. En efecto, se encuentra varias
veces romana civitas, devotio, nomen, príncipes, urbs, seguritas. Muchas
oraciones tienen en cuenta situaciones contingentes de la ciudad de Roma, hasta
el punto de que se puede reconstruir su tiempo, a veces también el año, de su
composición. Signo éste de una liturgia viva.
IV. LOS LIBROS
LITÚRGICOS PUROS
A partir del siglo VII aumenta la documentación
litúrgica. Tenemos libros litúrgicos propiamente tales en uso. Se trata de
libros puros, en el sentido de que contienen cada uno un elemento de la
celebración, y que por tanto sirven para cada ministro. Así distinguimos:
1. EL SACRAMENTARIO:
Es el libro del celebrante, obispo o
presbítero, y contiene las fórmulas eucológicas para la eucaristía y los
sacramentos.
El primero es el así llamado Sacramentario gelasiano
antiguo. Se conserva únicamente en el cod. Vat. reg. lat. 316. Transcrito hacia
el 750 en Chelles, cerca de París, fue publicado en 1680 por G. Tomas. La última
edición de Mohlberg tiene como título Liber sacramentorum romanae ecclesiae
ordinis anni circuli (RED 4, Roma 1960). El título gelasiano es impropio. Se
debe al hecho de que se ha querido identificar este libro con las "Sacramentorum
praefationes et orationes" que, según el Liber Pontificales (ed. Duchesne,
París 1925, 1, 225), Gelasio compuso "cauto sermone".
El sacramentario
está dividido en tres libros: I. Propio del tiempo (de la vigilia de navidad a
pentecostés), más los textos para algunos ritos, como las ordenaciones, el
catecumenado y el bautismo, la penitencia, la dedicación de la iglesia, la
consagración de vírgenes; II. Propio de los santos y el tiempo de adviento;
III. Domingos ordinarios, con el canon, y celebraciones varias.
Característica del gelasiano es la presencia de dos o incluso tres oraciones
antes de la oración sobre las ofrendas. Se discute si la segunda hay que
asimilarla a la super sindonem del rito ambrosiano. Pero la discusión más amplia
versa sobre el origen del gelasiano. Es claro que hay en el códice influjos
galicanos. Pero si el núcleo es romano, ¿cómo explicar la presencia al mismo
tiempo en Roma de dos sacramentarios: gelasiano y gregoriano?. La tesis más
defendida, salvo detalles, es la de A. Chavasse, según el cual el gregoriano era
de uso exclusivo del papa, mientras que el gelasiano era de uso de los títulos
(iglesias) presbiterales.
El reg. 316 es de importancia fundamental para
los ritos del, catecumenado y del bautismo, distribuidos en el ámbito de la
cuaresma, con los tres escrutinios y las entregas de los evangelios, del símbolo
y del padrenuestro, como también para la celebración del triduo sacro.
Encontramos además en él los ritos de la reconciliación de los penitentes y de
la misa crismal, etc.
Aludíamos al sacramentario gregoriano. Deberíamos
hablar más bien de familia gregoriana, porque hay muchos manuscritos. En
general, derivarían de una fuente atribuida al papa Gregorio Magno (590604),
pero redactada bajo Honorio (625 - 638). En general, la estructura gregoriana
difiere de la gelasiana por tres aspectos: el gregoriano no está dividido en
libros, sino que el santoral está mezclado con el del tiempo, e incluso a veces
los domingos toman la denominación de un santo celebrado precedentemente (los
apóstoles Pedro y Pablo, Lorenzo...); tiene sólo una oración antes de la oración
sobre las ofrendas; indica la estación, o sea; el lugar en que el papa celebraba
en un determinado día. Es, en general, un libro más sencillo y menos rico que el
gelasiano (muy reducido el número de prefacios, no existen ya las bendiciones
sobre el pueblo más que en cuaresma).
Los dos tipos principales del
gregoriano son el Adriano y el Paduense. El primero se llama así porque deriva
de una copia del auténtico gregoriano, que el papa Adriano I (772795) mando a
Carlomagno, que se la había pedido, y que éste conservó en Aquisgrán. De estas
copias más o menos directas quedan muchos manuscritos. El mejor es el cod. 164
de Cambrai. Pero al ser incompleto el gregoriano recibido de Roma (faltaban,
entre otras cosas, los formularios de los domingos después de pentecostés), fue
necesario proveer a un suplemento. Éste, que antes se atribuía a Alcuino, parece
ser, por el contrario, obra de Benito de Aniane.
Un manuscrito adrianeo
sin suplemento es el de Trento.
Otro tipo de gregoriano es el de Padua
(bibl. capitular D 47), redactado en Lieja hacia la mitad del siglo IX y luego
llevado a Verona, con adiciones de los siglos X y XI. No es del todo clara,
entre los estudiosos, la sucesión y la dependencia dedos dos tipos: si viene
antes la línea de Padua, como pensaba Mohlberg, o al contrario, como piensa
Chavasse.
Una tercera serie de sacramentarios está constituida por los
que se llamaban Missalia regis Pipini, y que hoy llamamos "gelasianos del siglo
VIII". Parece tratarse de una fusión de estructura gregoriana con textos
gelasianos. Dichos sacramentarios son muchos. Por probable orden de importancia:
Gellone, Angulema, san Galo, el llamado Triplex, Rheinau, Monza.
2. EL LECCIONARIO
Al principio se leían directamente de la Biblia las
lecturas para la celebración litúrgica, de modo más o menos continuo. Cuando se
comenzó a escoger fragmentos para determinados días, éstos fueron marcados en el
margen del texto sagrado. En un segundo momento se hizo, primero como apéndice
del libro y luego como códice aparte, un elenco de perícopas distribuidas para
varios días. De ahí el término capitularia, porque hacían la lista de los
capitula con la indicación del comienzo y del fin de cada fragmento (faltaba la
actual división en capítulos y versículos).
Encontramos así leccionarios
que contienen sólo los evangelios (llamados capitularía evangeliorum), o sólo
las lecturas no evangélicas (llamados Comes, o Liber Comitis, o Liber commicus)
o también ambos.
De los primeros se ha ocupado Th. Klauser, que ha
cotejado un millar de manuscritos, clasificándolos en cuatro tipos, designados
con las letras griegas, ІІ, Λ, Σ (romanos) y Δ (franco-romano). En cuanto al
tiempo, van del 645 al 750. Hay que emparentar el primero con el sacramentario
gregoriano, los demás con los gelasianos del siglo VIII.
Los Comes más
antiguos son el de Würzburgo, que corresponde al gelasiano antiguo, y el de
Alcuino, que hay que relacionar con el gregoriano. Siguen, para los gelasianos
del siglo VIII, los de Murbach (que luego pasó al Misal) y de Corbie, como
principales.
3. EL ANTIFONARIO
Es el libro que contiene
los cantos de la misa, y está destinado al cantor, o al coro.
Los más
antiguos antifonarios, que hay que emparentar con los gelasianos del siglo VIII,
no tienen todavía notación musical. Se trata de seis códices, publicados en
sinopsis por Hesbert, el primero de los cuales es sólo un cantatorium o
graduale, porque contiene sólo los cantos interleccionales. Es el Cantatorio de
Monza. Los demás no son italianos: Rheinau, Mont-Blandin, Compiégne, Corbie,
Senlis. Son todos del siglo IX.
4. LOS ORDINES.
Para una
celebración litúrgica no bastan los diferentes libros que contienen los textos,
sino que se necesita conocer el modo de estructurar el desarrollo de la
celebración misma. Los libros mencionados sólo rara vez llevan rúbricas (así
llamadas por estar escritas en rojo = ruber). De éstas se encargan libros
especiales, que se llamarán Ordo (plural, Ordines) u Ordinarium.
El
origen de tales libros se debe sobre todo a la necesidad del clero franco, que
quiere saber cómo se desarrollan en Roma las diversas celebraciones.
Después de las ediciones parciales de G. Cassander (1558-1561) y M. Hittorp
(1568), J. Mabillon-M. Germain (1687-1689), E. Marténe (1700-1702), L. Duchesne
(1889), finalmente M. Andrieu publica la edición crítica de todos los Ordines
romani hasta ahora conocidos Contra los quince ordices de Mabillon, él distingue
cincuenta, divididos en diez secciones, y reducibles a dos familias: A (romana
pura) y B (romanofranca). Entre ellos los más importantes son el I, que trata
de la misa papal en el siglo VIII; el XI, que describe los ritos del
catecumenado (aquí los escrutinios se convierten sin más en siete y se trasladan
a los días laborables), y el L, llamado también Ordo romanus antiquus, que será
el núcleo del Pontifical romano-germánico del siglo X.
Para la historia
de la liturgia medieval no se subrayará nunca bastante la importancia de tales
ordines, junto con las Consuetudines monasticae y los Capitularia (aquí en el
sentido de decisiones administrativojurídicas, disciplinares de sínodos,
concilios particulares, etc.).
V. LOS LIBROS MIXTOS O PLENARIOS
En los umbrales del año 1000 asistimos a un fenómeno de fusión de los
diferentes libros por motivos funcionales. Se comienzan a recoger en un solo
libro todos los elementos que sirven para una celebración. Un primer paso se
dará insertando por extenso en los Ordines los textos eucológicos que antes sólo
se mencionaban. Nacen así los libros mixtos o plenarios.
1. EL
PONTIFICAL.
Con este nombre se designa el libro que contiene fórmulas y
ritos de las celebraciones reservadas al obispo (pontífice), como la
confirmación, las ordenaciones, las consagraciones de iglesias, de vírgenes, la
bendición de abades, pero también la coronación de reyes y de emperadores...
El primer libro de este género es el Pontifical Romano-Germánico del siglo X
(= PRG). Compuesto hacia el 950 en Maguncia, es un interesante ejemplo de la
obra de adaptación de la liturgia romana a los países franco-germánicos. Se
presenta como una mina de ritos y de fórmulas, pero también de partes
didácticas, como sermones, moniciones, exposiciones de misa, con doscientos
cincuenta y ocho títulos de celebraciones diferentes lo. El PRG, llevado a Roma
por los Otones, luego fue simplificado y reducido, especialmente a partir de
Gregorio VII (10731085). Encontramos así algunos pontificales reducibles a un
tipo, llamado por el editor Andrieu "el pontifical romano del siglo XII”.
En el siglo siguiente, bajo Inocencio III (1198-1216), se creó un pontifical
adaptado a las exigencias de la curia papal de Letrán.
A finales del
siglo, durante el tiempo de cautividad en Avignon, el obispo de Mende, Guillermo
Durando, preparó para su diócesis un pontifical basándose en los precedentes,
pero con mayor claridad. Se divide en tres libros: ritos sobre las personas;
sobre las cosas; celebraciones varias (acciones).
Con éste tenemos el
primer pontifical, que será sustancialmente el que luego se apropiará toda la
iglesia.
2. EL MISAL
Por la misma exigencia de orden
práctico y en el mismo período (finales del siglo X) comienzan a aparecer libros
que contienen todos los elementos para la celebración de la eucaristía
(oraciones, lecturas, cantos, ordo missae).
Se llama a ese libro Missale,
o Liber missalis, o Missale plenarium.
La rapidez de difusión del Misal
(con la consiguiente extinción gradual de los sacramentarios) se debe al hecho
de la multiplicación de las misas privadas, en que el celebrante decía todo,
incluso lo que correspondía a los otros ministros. Esto continuará siendo normal
incluso en las celebraciones comunitarias, en las que tales ministros estaban
presentes. El Misal es así el libro en que confluyen el Sacramentario, el
Leccionario (de Murbach), el antifonario y los primeros Ordines.
El más
importante es el llamado Missale secundum consuetudinem curiae, que tuvo una
gran difusión por haberlo aceptado la orden de los Frailes menores, que
prácticamente lo llevaron en todas sus peregrinaciones misioneras. Será el
primer Misal impreso, como editio princeps, en Milán el año 1474.
3. EL RITUAL
Como los obispos tenían en el Pontifical su libro, así
también era necesario un libro que contuviese los ritos realizados por los
presbíteros (además, claro está, del Misal para la eucaristía). Desde el siglo
XII, y especialmente en el XIV, surgen muchos libros del género, con nombres
diversos: Agenda, Ordinarium, Manuale. Se trata comúnmente de libros privados,
redactados por los mismos sacerdotes con cura de almas.
El que tuvo mayor
importancia fue el Sacerdotale, de Alberto Castellani de 1555, que, sin embargo,
no suprimirá la libertad de que cada cual continuara creándose su propio ritual.
4. EL BREVIARIO
El mismo proceso que hemos visto para el
Misal se produjo con el libro de las horas.
Antes había libros distintos:
1) El Salterio, que en el uso litúrgico ha tenido dos redacciones: la romana
(por haberse usado en Roma hasta el siglo VIII), que corresponde a la primera
revisión de san Jerónimo sobre el texto griego de los LXX, y la galicana
(llamada así porque, usada primero en Galia, luego se difundió en todo el
Occidente, excepto en la basílica vaticana), que reproduce el texto de la
segunda revisión jeronimiana sobre la Hexapla de Orígenes, y que luego entró en
la Vulgata. A menudo en los salterios se insertan para uso litúrgico los
cánticos bíblicos, para los nocturnos y los laudes. 2) El Homiliario, o sea, el
libro que recoge las lecturas patrísticas. El más importante, que luego pasó al
Breviario, es el que Pablo el Diácono, monje de Montecasino, preparó para
Carlomagno. 3) El Himnario, que recoge los himnos de composición eclesiástica
para las diversas horas canónicas. Parece que el rito romano acogió los himnos
sólo en el siglo XII; pero ya san Ambrosio los había compuesto para la liturgia
de Milán, y san Benito los había acogido en la liturgia monástica. Así el más
antiguo manuscrito de himnario es el cod. Vat. regin. lat. 11, del siglo VIII,
publicado por Tomas en 1683. La publicación de los himnos que se fueron
componiendo a lo largo del medievo fue reanudada en 1892 por U. Chevalier y por
Dreves-Blume, que iniciaron la serie de Analecta Hymnica. 4) El Antifonal del
oficio, que R.J. Hesbert ha publicado recientemente. 5) El Oracional, del que
encontramos huellas en el sacramentario de Verona y en el Gelasiano, que
comprende las oraciones para las diversas horas canónicas.
Todos estos
libros, después del año 1000, confluyen en uno solo, llamado Breviarium, porque
era de hecho una reducción de los diferentes elementos, especialmente de las
lecturas. El más conocido es el Breviarium secundum consuetudinem romanae
curiae, difundido también por obra de los Frailes menores, que lo adoptaron
oficialmente en 1223.
De este Breviario se hizo en 1525 una reforma desde
el punto de vista de la latinidad. Más importante es la reforma del cardenal
Quiñones (llamado de la Santa Cruz, por su título cardenalicio), por encargo de
Clemente VII. Pero esta reforma, bien hecha bajo el aspecto racional, no tenía
en cuenta que el oficio divino de suyo está destinado al coro, y no al rezo
privado (como de hecho sucedía). Publicado en 1535 y reimpreso varias veces, fue
acogido universalmente con entusiasmo, pero en 1556 Pablo IV lo suprimió por el
motivo mencionado arriba, volviendo al Breviario de la curia romana.
VI. LOS LIBROS TRIDENTINOS
El concilio de Trento tenía en proyecto una
reforma de la liturgia, pero no se consiguió llevarla a cabo durante su
desarrollo, y en la sesión 25ª (Corpus Tridentinum IX, 1106) se pidió al papa la
tarea de realizarla. Los criterios a que se atendrán los papas son éstos:
reformar, según la tradición de la iglesia romana (es decir, en continuidad con
el período medieval); imponer los nuevos libros a toda la iglesia occidental,
excepto aquellas iglesias que pudieran honrarse de tener ritos con más de
doscientos años de antigüedad. Esto, debido a que la única autoridad en campo
litúrgico de ahora en adelante habría de ser la sede apostólica.
En
concreto, la reforma fue más bien superficial, ya que se promulgaron en edición
típica libros ya conocidos y usados antes del concilio, con ligeros retoques y
simplificaciones, especialmente en las partes menos sustanciales.
Sin
embargo, todos estos libros se llamarán romanos en un sentido diverso del que
tenían precedentemente, es decir, válidos no sólo para la ciudad de Roma, sino
para todo el Occidente latino. De hecho, además del rito romano así ensanchado,
permanecieron en Occidente sólo el rito ambrosiano y alguna diferencia en el
rito dominicano.
Inmediatamente después del concilio se promulgan el
Breviario (en 1568), el Misal (en 1570), el Martirologio (en 1584), el
Pontifical (en 1595), el Caeremoniale episcoporum (en 1600) y el Ritual (en
1614).
Respecto al Breviario, Liturgia de las horas, III, 5, c-d.
El Misal, después de la bula Quo primum tempore, de Pío V, contiene dos
instrucciones: un Ritus servandus in celebratione missae y un De defectibus in
celebratione missae occurrentibus. Se trata de normas rubricales para uso de los
ministros. No se hace ninguna alusión a la parte de los fieles.
El
Martirologio es un libro que encontramos ahora por primera vez. Pero tiene una
larga historia. Encuentra su antecesor en el calendario, es decir, en la lista
de las fiestas y de los santos que tienen una celebración en un determinado
lugar. El más antiguo calendario litúrgico romano está constituido por la
Depositio martyrum y Depositio episcoporum, insertas en Cronógrafo del 354.
Posteriormente los calendarios se insertan en los libros litúrgicos a modo de
índice. Redactados aparte, con la indicación del día y del lugar, tomarán el
nombre de martirologios. El más antiguo es el llamado Martyrologium
hieronymianum, de la segunda mitad del siglo V. Siguen los martirologios
históricos, que a las indicaciones precedentes añaden noticias esenciales de la
figura y de la obra de los santos, especialmente respecto a su muerte. Entre
éstos, el de Beda, de Floro, de Usuardo.
Estos últimos, sin embargo,
daban cabida a muchas noticias legendarias, por lo que era necesaria una
revisión. El papa Gregorio XIII se interesará por ella, ya que a partir del
siglo IX el martirologio se leía cada día en el officium capituli de los
monasterios y después de las catedrales. Se le encarga al célebre historiador
cardenal César Baronio; el libro fue publicado en 1584 como Martyrologium
romanum. La reforma del Vaticano II no lo considera ya libro litúrgico, aunque
no es improbable una nueva revisión.
El Ritual tridentino nace tarde por
un motivo muy preciso. Gregorio XIII se lo había encargado al cardenal Julio
Santori. Éste se puso a la obra, insertando en su Ritual también indicaciones de
textos bíblicos adaptados al catecumenado y a la mistagogia. Sin embargo, antes
de que se hubiera acabado de imprimir morían el papa y Santori (1602), y el
pontífice. siguiente, Pablo V, mandó destruir los ejemplares. El Ritual de
Santori fue impreso de nuevo por los herederos con la fecha que habría debido
llevar (1583). Pablo V publicó luego su Rituale romanum (1614), mucho más
reducido que el de Santori. Hay que señalar que este libro no fue impreso en
edición típica sino en 1952, y nunca ha sido propiamente obligatorio, dejando
sobrevivir los Rituales de las iglesias locales que lo quisieren.
El
Caeremoniale episcoporum es también un libro nuevo. Había nacido ya en 1455 de
la necesidad de describir más detalladamente las ceremonias del papa, de los
obispos y de los presbíteros en la celebración litúrgica. Textos semejantes se
habían visto en 1516 y 1564, pero el Caeremoniale pasó a ser libro oficial con
la bula de Clemente VIII en 1600. Revisado y corregido varias veces en los
siglos siguientes, ha llegado hasta los umbrales del Vaticano II. Hoy no se ve
la oportunidad de un libro semejante, dada la elasticidad de las nuevas normas
litúrgicas.
Desde el tiempo de su promulgación, los libros tridentinos
habían permanecido casi inalterados, salvo pequeños retoques en las sucesivas
ediciones. Nunca se les ha sometido a una verdadera reforma. Tentativas de este
género, hechas por iniciativa de algún obispo, serán condenadas por Roma. Sólo
en nuestro siglo, más aún, de 1950 en adelante, tenemos cambios de relieve, como
el restablecimiento de la vigilia pascual en 1951, la restauración de la semana
santa en 1955, el nuevo código de rúbricas en 1960, cuando ya estaba anunciado
el concilio Vaticano II.
VII. LOS LIBROS DEL VATICANO II
El concilio Vaticano II quiso una reforma general de los libros litúrgicos, con
la posibilidad de la traducción en las lenguas vernáculas. Por eso el papa Pablo
VI, ya el 21-1-1964, creaba un Consilium para la recta ejecución de la
constitución litúrgica.
El Consilium elaboró diversos documentos, entre
los que figuran: Inter oecumenici, de 1964; Musicam sacram, de 1967; Tres abhinc
annos, de 1967 (segunda instrucción); Eucharisticum mysterium, de 1967, y
Liturgicae instaurationes, de 1970 (tercera instrucción). Con tales
instrucciones se daba la posibilidad de introducir la lengua vulgar en las
diferentes partes de la celebración, por lo que cada una de las conferencias
episcopales toma disposiciones para traducir el viejo Misal, prepara
leccionarios ad experimentum, se traduce parte del Ritual, etc. Entretanto, el
Consilium trabajaba, con grupos especiales de expertos, en la composición de los
nuevos libros. Así, de 1968 hasta hoy se han publicado en la edición típica
latina:
CALENDARIUM ROMANUM (1969) (= CR).
MISSAI.E ROMANUM.
Bajo este encabezamiento tenemos, en volúmenes Missale Romanum (1970; 19752) (=
MR); Ordo Lectionum Missae (1970; 19812) (= OLM); Lectionarium (3 vols.,
1970-1972); Ordo Cantus Missae (1973).
OFFICIUM DIvINUM. Bajo este
encabezamiento tenemos, en volúmenes: Liturgia Horarum (por ahora en 4 vols.,
1971-1972; 198011) (= LH).
PONTIFICALE ROMANUM. Bajo este encabezamiento
tenemos, en fascículos: De Ordinatione Diaconi, Presbyteri et Episcopi (1968) (=
ODPE); Ordo Consecrationis Virginum (1970) (= OCV); Ordo Benedicendi Oleum
catechumenorum el infirmorum el conficiendi chrisma (1971) (= OBO); Ordo
Benedictionis Abbatis el Abbatissae (1971) (= OBAA); Ordo Confirmationis (1972)
(= OC); De Institutione Lectorum el Acolytorum... (1973) (=1LA); Ordo
Dedicationis Ecclesiae el Altaris (1978) (= ODEA); Caeremoniale Episcoporum
(1984).
RITUALE ROMANUM. Bajo este título tenemos, en fascículos: Ordo
Baptismi Parvulorum (1969) (= OBP); Ordo Celebrandi Matrimonium (1969) (= OCM);
Ordo Exsequiarum (1969) (= OE) Ordo Professionis Religiosae (1970; 1975, pero ya
no bajo el encabezamiento Rituale Romanum) (= OPR), Ordo Unctionis Infirmorum
eorumque pastoralis curae (1972) (=0UI); Ordo Initiationis Christianae Adul
torum (1972) (= OICA);
De Sacra Communione el dé Cultu Mysterii
Eucharistici extra Missam (1973); Ordo Paenitentiae (1974) (= 0O); De
Benedictionibus (1984) (= B).
A éstos hay que añadir: Graduale simplex
(19752); Ordo Coronandi Imaginem Beatae Mariae Virginis (1981).
Presentamos brevemente los correspondientes textos oficiales en versión española
(el año entre paréntesis indica la primera edición).
1. EL MISAL
ROMANO (1971)
Comprende también la Ordenación General del Misal Romano (=
OGMR). Esta última es un texto muy denso, en el que se presenta la teología de
la misa, la articulación del rito, los cometidos de cada uno de los ministros y
de la asamblea, las normas para una correcta celebración y las posibilidades de
una sana adaptación. Después de las Normas universales sobre el año litúrgico y
sobre el calendario (extractadas del Calendarium Romanum), sigue el texto del
Misal, dividido en propio del tiempo, propio de los santos, comunes, misas
rituales, misas y oraciones ad diversa, misas votivas, misas de difuntos. El
rito de la misa está colocado entre el propio del tiempo y el propio de los
santos, y a su vez se distingue en rito para la celebración con el pueblo (misa
normativa) y rito para la celebración sin el pueblo.
El MR ya no es un
misal plenario, porque ya no comprende las lecturas; pero no se le puede llamar
simplemente un sacramentario, porque incluye también las antífonas de entrada y
de comunión; en efecto, éstas debe decirlas el mismo celebrante, en el caso en
que no se haga un canto o no las recite ningún otro.
Respecto al Misal
de Pío V, la parte eucológica está muy incrementada, comprendiendo alrededor de
ochenta prefacios (contra los quince del precedente), cuatro plegarias
eucarísticas (otras se autorizarán a continuación). Ha sido repensado ex novo en
su totalidad.
2. EL LECCIONARIO (véase “El Leccionario de la Misa”)
3. LA LITURGIA DE LAS HORAS
(1979) (= LH). Se llama así la
oración de alabanza de la iglesia, que tiene por objeto extender a las diversas
horas (canónicas) de la jornada aquella glorificación de Dios que alcanza su
cumbre en la oración eucarística. Este nuevo nombre especifica el de oficio
divino (dado a la oración) y sustituye al de breviario (dado antes al libro). La
edición está dividida en cuatro volúmenes: I. Tiempo de adviento y de navidad;
II. Tiempo de cuaresma y de pascua; III. Tiempo ordinario (semanas 1-17); IV.
Tiempo ordinario (semanas 1834). En el primer volumen se encuentra la
Ordenación General de la Liturgia de las Horas (OGLH) que, a semejanza de la
OGMR, ilustra la teología, la espiritualidad, las diversas partes, los diversos
elementos y cometidos de los ministros de la Liturgia de las Horas. Son dos las
perspectivas nuevas (o renovadas) de este libro: 1) está destinado no sólo a
sacerdotes, diáconos y religiosos con votos solemnes (que siguen teniendo la
obligación de recitarlo), sino a toda la comunidad cristiana (religiosas y
laicos); 2) se recomienda la celebración comunitaria, especialmente de las dos
horas más importantes (laudes y vísperas).
Se espera todavía un quinto
volumen (himnos; cánticos de libre elección; oraciones sálmicas; textos para las
celebraciones de vigilia, etc.).
4. EL PONTIFICAL
Podemos
ordenarlo así:
Ritual de la Confirmación (1976) (= RC). Se celebra
normalmente durante la misa, o al menos después de una liturgia de la palabra.
La renovación de las promesas bautismales pone de manifiesto su relación con el
bautismo. El ministro es el obispo (o el sacerdote que tiene licencia especial
para ello), pero pueden ayudarle otros sacerdotes en la crismación.
Ritual de ordenación del diácono, del presbítero y del obispo (1977) (= RO).
Estos son los ministerios ordenados. El conjunto de los ritos, aunque conserva
los textos esenciales de la tradición, resulta más ordenado, dando mayor relieve
a la imposición de manos y a la oración consagratoria, y menos a los ritos
suplementarios. La restauración de la concelebración hace más sencillos los
ritos de la ordenación del obispo y de los presbíteros.
Ritual para
instituir acólitos y admitir candidatos al diaconado y al presbiterado, y para
la promesa de observar el celibato (= RLA). Ritual de la consagración de
vírgenes (= RCV). Ritual de la bendición de un abad o una abadesa (= RBnA). Se
trata de tres ritos diversos. Los ministerios instituidos son los del lector y
del acólito (se han abolido los del ostiario y del exorcista, como también el
subdiaconado). Son dos las novedades a este respecto: a) el ministro no es ya el
obispo, sino el ordinario (esto significa que en las órdenes y congregaciones
religiosas puede serlo el superior mayor); b) los candidatos son laicos (que
permanecen tales), los cuales pueden aspirar o no a las órdenes. La consagración
de vírgenes es un rito antiquísimo y venerable, por el que una virgen (religiosa
o no) consagra públicamente su virginidad como signo deja iglesia virgen que
sólo tiene a Cristo por esposo. La bendición de un abad o de una abadesa se ha
creado ex novo, porque en el viejo Pontifical tenía más el aspecto de una
ordenación episcopal. Los nuevos textos expresan mejor la función del padre y
maestro de una comunidad monástica.
Ritual de la bendición del óleo de
los catecúmenos y enfermos y de la consagración del crisma (= RBO). Ritual de la
dedicación de iglesias y de altares (= DCA) (1980). El primer rito, que se ha de
celebrar durante la misa crismal de jueves santo (mañana) en las catedrales,
donde el obispo concelebra con su presbiterio, trae los textos tradicionales
(con ligeras adaptaciones) de la bendición de los óleos santos. Los otros dos
ritos se han renovado y simplificado sustancialmente, de suerte que forman con
la celebración de la eucaristía, que es cumbre del rito, una sola acción ritual.
Ceremonial de los Obispos ( = CO). Éste es uno de los últimos libros
promulgados por la reforma general que decretó el Vaticano II (1984). Se trata
de un volumen en parte muy tradicional y en parte también bastante novedoso. Hay
que reconocer que el CO tiene unas características que lo distancian bastante de
los otros libros litúrgicos emanados de la reforma litúrgica del siglo XX. Su
principal característica frente a los demás libros litúrgicos actuales es que no
ofrece textos eucológicos; aparentemente, por lo menos, se presenta sólo como un
volumen de simple normativa litúrgica, como su mismo título -Ceremonial- parece
ya sugerir. No obstante, leído a la luz de la historia y de la teología
litúrgica, el CO debe situarse en el ámbito sacramental con tanta razón como
puedan colocarse en este ámbito los demás libros litúrgicos, pues si los demás
libros ofrecen los textos bíblicos y eucológicos de la liturgia, es decir, las
palabras sacramentales, éste presenta los gestos simbólicos de los misterios
cristianos. El CO es, pues, un libro que, en la misma línea que la Institutio
que encabeza el Misal de Pablo VI, aleja el peligro de ver la celebración sólo
como un conjunto de textos que se van proclamando unos después de otros,
acompañados únicamente de gestos simplemente espontáneos del ministro. Uno de
los principales valores del CO es el hecho de que sitúa los gestos litúrgicos en
su realidad más teológica: la de acciones sacramental-comunitarias de la
iglesia, no simplemente del ministro ni de la comunidad concreta que celebra la
liturgia común de la iglesia.
El CO es un volumen tradicional en un doble
sentido: a) porque con la descripción de los gestos celebrativos mayores
conserva y transmite la tradición litúrgica de la iglesia, y b) porque se sitúa
en línea de continuidad con los Ordines romani de la edad media. Pero a la vez
que tradicional es también un libro nuevo, porque en su mismo estilo lleva
innegablemente la impronta de los libros del Vaticano II: las referencias
doctrinales que justifican las normas son continuas y explícitas; con este
estilo el CO -a pesar del título de ceremonial que lo encabeza se aleja de lo
que podría ser una simple descripción de ceremonias, enlazando así, por lo menos
en cierta manera, con la visión que de la liturgia tenían los padres (cf, por
ejemplo, las explicaciones de la Tradición apostólica de Hipólito sobre el
significado de las diversas imposiciones de manos en las ordenaciones, o las
Catequesis mistagógicas de Ambrosio, de Cirilo de Jerusalén, de Juan Crisóstomo
o Teodoro de Mopsuestia.
Al ser uno de los últimos libros publicados por
la reforma litúrgica, al CO le ha sido fácil apoyar su normativa en los libros
litúrgicos publicados anteriormente. No obstante, hay que decir también que en
algunas pocas ocasiones presenta interesantes variantes, introducidas o bien
para unificar algunas rúbricas que variaban de un Ordo o Ritual a otro o bien
con vistas a mejorar algunos ritos o incluso algunos usos introducidos y que no
siempre resultaban correctos.
El CO está dividido en ocho partes,
precedidas de un proemio y seguidas de un apéndice. El proemio presenta una
breve síntesis histórica de lo que han sido las diversas descripciones de los
ritos litúrgicos que se elaboraron a través de los siglos hasta llegar al actual
CO. Después de una breve alusión a los Ordines romani -verdadera raíz primitiva
del CO-, el texto se refiere a los distintos Ceremoniales papales, que fueron
como el puente que ha enlazado los antiguos Ordines con el nuevo CO. En el
cuerpo del volumen la primera parte describe algunos principios teológicos de la
liturgia episcopal, presentada no a la manera de ceremonias fastuosas, sino a la
luz de la constitución conciliar Lumen gentium. Un aspecto particularmente
importante y delicado de esta primera parte ha sido el de aunar aquella "noble
sencillez" de los ritos decretada por el Vaticano II (SC 34) con los necesarios
signos de respeto inspirados por la fe que ve en el obispo la imagen o
sacramento de Jesús, el Señor. La segunda parte trata de la participación y
presidencia del obispo y de sus ministros en la misa. En esta parte es
importante el cambio de perspectiva con que se presenta la celebración de la
misa presidida por el obispo, acción culminante de la liturgia cristiana (SC41);
de acuerdo con los otros libros litúrgicos renovados que ya no dan nunca a los
obispos el título de pontífices, tampoco el CO habla nunca de misa pontifical,
sino de missa stationalis (término de versión ciertamente difícil, pues si en
latín cristiano statio significaba reunión plena de la iglesia local, en las
lenguas modernas es difícil encontrar un término que exprese esta misma
realidad). La tercera parte describe la celebración solemne del oficio divino y
de la palabra cuando preside el obispo; la cuarta parte describe las diversas
celebraciones del año litúrgico: en esta parte merecen destacarse tanto las
breves catequesis que introducen el sentido de cada una de las fiestas
principales como la insistencia con que se subraya la importancia del domingo,
para el que se pide que su celebración no quede recubierta con la celebración de
diversos días consagrados a distintas necesidades de la comunidad cristiana (cf
n. 223). La quinta parte habla de la celebración de los sacramentos, presidida
por el obispo; en esta parte se separan claramente los sacramentos de la
celebración de los sacramentales, a los que se consagra la sexta parte (así, la
institución de acólitos y lectores, por ejemplo, viene debidamente separada de
las ordenaciones de ministros). La séptima parte contempla las celebraciones
extraordinarias del obispo desde su nombramiento y ordenación hasta su muerte,
exequias y tiempo de sede vacante. También se trata de los ritos del concilio
plenario y provincial y del sínodo diocesano. Finalmente, en el apéndice se
sintetizan las varias disposiciones posconciliares ya vigentes antes del CO
sobre las vestiduras de los prelados y se ofrece una tabla, esquematizando las
normas propias de las misas rituales, votivas y de difuntos. El libro concluye
con un extenso y pormenorizado índice de un centenar de páginas que facilita
encontrar cualquiera de los ritos contenidos en el volumen.
5.
EL RITUAL
Publicado también en fascículos, comprende:
Ritual del
bautismo de niños (1970) (= RB). Es un rito sustancialmente nuevo, porque nunca
habíamos tenido un rito propio para el bautismo de niños que tuviese en cuenta
su situación real. Antes era un rito de bautismo para adultos adaptado a los
niños. Ahora se tiene en cuenta que se los bautiza en la fe de la iglesia, y
principalmente de los padres y de los padrinos. La celebración, prevista para el
domingo, se hace de forma comunitaria, inserta en una celebración de la palabra
(o también, aunque sólo excepcionalmente, durante la misa).
Ritual de
la iniciación cristiana de adultos (1976) (= RICA). Es un rito que, descuidado
en los siglos más recientes, recobra toda la praxis catecumenal de la iglesia de
los siete/ocho primeros siglos. Después de la introducción general sobre la
iniciación cristiana, y la particular para la iniciación de adultos, siguen
cinco capítulos dispuestos así: 1. Rito del catecumenado, dispuesto por grados,
que son: a) el tiempo del catecumenado y su comienzo; b) tiempo de la elección y
su comienzo; c) celebración de los sacramentos de la iniciación (bautismo,
confirmación y primera eucaristía) y tiempo de la mistagogia; 2. Rito más
sencillo para la imitación de un adulto; 3. Rito más breve para un adulto en
peligró próximo de muerte; 4. Indicaciones para la preparación de adultos ya
bautizados cuando niños a la confirmación y a la primera comunión; 5.
Indicaciones para la iniciación de los niños en edad catequística. Tras un sexto
capítulo en que se prevén textos alternativos, se tiene un apéndice para la
admisión en la iglesia católica de cristianos válidamente bautizados en otras
confesiones. Este rito de iniciación de adultos, previsto principalmente para
las tierras de misión, tiene indicaciones utilísimas también para nuestras
regiones, con vistas a una revalorización y una mejor práctica de los
sacramentos de la iniciación.
Ritual de la penitencia (1975) (= RP). El
rito parte de una nueva concepción de este sacramento. Ya no se le llama
confesión, que era la parte por el todo, sino penitencia o reconciliación. Por
tanto, no se pone ya el acento en el momento de la acusación, sino en la
conversión. Se prevén tres formas de celebración: a) individual: es el modo que
ha sido tradicional en los últimos siglos, pero se ha modificado en el
planteamiento (prevé también una lectura bíblica, aunque breve) y en la fórmula;
b) comunitaria, con confesión y absolución individual (es la forma preferible);
c) comunitaria, con confesión y absolución general (para usarse en casos
determinados, y con el consentimiento del obispo).
Rito de la sagrada
comunión y del culto de la eucaristía fuera de la misa (1974). El rito tiene en
cuenta diversas situaciones cambiadas: a) la comunión fuera de la misa debe
hacer siempre referencia a la celebración de la misma; b) debe insertarse en una
celebración de la palabra; c) la eucaristía puede ser distribuida también por
ministros extraordinarios; d) se regulan las exposiciones y la adoración de la
eucaristía, las procesiones y los congresos eucarísticos.
Ritual del
matrimonio (1970) (= RM). El rito, si bien conserva la estructura precedente,
presenta algunas perspectivas renovadas: se celebra normalmente durante la misa
(o, al menos, durante una celebración de la palabra), da mayor relieve a la
bendición solemne de los esposos, prevé diversos formularios de textos
eucológicos, una riqueza de textos bíblicos y destaca más la teología y la
espiritualidad del sacramento.
Ritual de la unción y de la pastoral de
enfermos (1974) (= R UE). Se ve el sacramento de la unción en el contexto de la
solicitud que la iglesia tiene por el estado de debilidad de los enfermos. Ya no
se llama extrema unción, y se puede conferir en todas las enfermedades de cierta
gravedad, también a los ancianos. Ha cambiado la fórmula (más ceñida al texto de
la carta de Santiago); la materia es el aceite (ya no necesariamente de oliva,
sino de cualquier tipo vegetal), el cual, a falta del bendecido por el obispo,
puede bendecirse cada vez. Se prevé la concelebración por varios sacerdotes, y
la celebración comunitaria para varios enfermos, también en la iglesia.
Ritual de la profesión religiosa (1979) (= RPR). Es un texto que sirve de base
y de modelo para los rituales de cada una de las familias religiosas. Prevé un
rito para el comienzo del noviciado, visto como tiempo de preparación y de
opción, el rito de la profesión temporal y el de la profesión perpetua, como
también un rito para la promesa que sustituye a los votos religiosos. Los ritos
de profesión o de promesa se hacen durante la misa.
Ritual de exequias
(1971) (= RE). El rito se presenta como una mina de indicaciones, textos
eucológicos, bíblicos y cantos para utilizar, según los diferentes usos de las
iglesias locales, en la casa del difunto, en la procesión a la iglesia, en la
misa exequial y en el acompañamiento al cementerio. La perspectiva es claramente
pascual: el cristiano que muere realiza. su éxodo de este mundo con la esperanza
de la resurrección.
Bendicional (= B). El B constituye de hecho una de
las partes del Ritual romano reformado según los decretos del Vaticano II (SC
79); su edición típica latina fue promulgada en 1984 y la castellana, común a
todos los países de habla hispana, aparece en 1986. En el conjunto de las partes
del actual Ritual, el B es el capítulo más extenso, como lo era ya también en la
última edición del Ritual de Paulo V, aumentada y reordenada por mandato de Pío
XII. Hay que decir que, sin duda alguna, en su extensión influye sobremanera el
hecho de que el B es el libro litúrgico en el que la piedad popular más se
avecina a la celebración litúrgica.
Conforme a los votos del Vaticano II,
frente a la anterior edición del Ritual romano, el nuevo B ha sido profundamente
reformado "teniendo en cuenta la norma fundamental de la participación
consciente, activa y fácil de los fieles y atendiendo a las necesidades de
nuestro tiempo" (SC 79).
El B consta de cuarenta y un Ordines o ritos de
bendición; muchos de estos ritos de bendición aparecen además desdoblados en
rito habitual y rito breve o bien presentan diversas posibilidades para
ocasiones parcialmente distintas (por ejemplo, la bendición de niños ofrece un
formulario para los niños bautizados y otro para los niños que se preparan al
bautismo). La edición castellana del B añade aún a estas cuarenta y un
bendiciones algunas otras o bien nuevas o en otros casos tradicionales en algún
país de América o en España; con ellas el número de bendiciones en esta edición
alcanza a cuarenta y ocho formularios.
El conjunto de estas bendiciones
está precedido de una extensa introducción y va seguida de tres índices
alfabéticos -de bendiciones, de lecturas bíblicas y de salmos responsoriales-,
de los cuales, en vistas al uso del volumen, es particularmente útil el primero
(un índice de este tipo aparecía ya en las ediciones del antiguo Ritual romano).
La Introducción, de carácter teológico, pastoral y jurídico, expone
sucesivamente la naturaleza y significado de la bendición tanto en la historia
de la salvación como en la vida de la iglesia, los ministros de las mismas, su
ordenamiento -desde lo que es la estructura fundamental de toda bendición hasta
los signos que se emplean en las mismas y las maneras de unir las bendiciones
con las restantes celebraciones litúrgicas o entre sí- y, finalmente, las
posibilidades que tienen las conferencias episcopales en el campo de las
adaptaciones o de las incorporaciones de nuevas bendiciones.
En el
cuerpo mismo del libro, su primera parte presenta las diversas bendiciones que
se refieren a las personas (bendiciones relativas a la vida familiar,
bendiciones de los enfermos, de los misioneros enviados a anunciar el evangelio,
de las personas destinadas a impartir la catequesis, de los peregrinos, de los
que van a emprender un viaje, etc.). En esta parte la edición castellana añade
las bendiciones de acólitos y lectores no instituidos.
La segunda parte
trata de las bendiciones que atañen a los edificios no sagrados y alas diversas
actividades de los cristianos (bendiciones de un nuevo edificio -que no sea una
iglesia- de una escuela, de una universidad, de un hospital); bendiciones de los
medios de transporte (automóviles, ferrocarriles, naves, aviones, etc.);
bendiciones de instrumentos técnicos (central eléctrica, acueducto, etc.);
bendiciones de los animales, de los campos, de los nuevos frutos, de la mesa. En
esta parte la edición castellana añade la tradicional bendición de los términos
de una población.
La tercera parte agrupa las bendiciones de las cosas
que se destinan, en la iglesia, al uso litúrgico o a las prácticas de devoción
(fuente bautismal, sede, ambón, sagrario, cruz, imágenes del Señor, de la Virgen
María o de los santos, etc.). En esta parte la edición castellana añade las
bendiciones de la corona de adviento, del belén y del árbol de navidad.
En la cuarta parte se presentan las bendiciones que o bien sirven para fomentar
la piedad (bebidas y comestibles) o bien son objetos de devoción privada
(objetos de devoción, rosarios, escapularios, etc.). La edición española añade
en esta parte la bendición de los hábitos, tradicional sobre todo en Perú.
Finalmente, en la quinta parte se contienen dos bendiciones de carácter más
bien genérico: la bendición de acción de gracias, que viene a suplir los
antiguos y poco apropiados Te Deum (poco apropiados porque el antiguo texto de
este precioso canto no tiene demasiado que ver con el uso al que a veces se
destinaba), y la bendición para diversas circunstancias, que ofrece unos
formularios en vistas a las bendiciones no previstas explícitamente en el B (en
cierta manera es la réplica de la antigua bendición.
VIII.
CRITERIOS PARA EL USO DE LOS LIBROS LITÚRGICOS
Contrariamente al modo de
concebirse los libros litúrgicos desde el concilio de Trento hasta el Vaticano
II, es decir, como textos intocables cuyo dictado había de ejecutarse
escrupulosamente, ahora los nuevos libros se entienden como proyectos que se han
de realizar luego en la celebración, teniendo en cuenta la particular situación
de la asamblea concreta. De aquí deriva la necesidad de estudiar bien las
introducciones, las posibilidades de adaptación que se dejan a las conferencias
episcopales y también al presidente individual de la asamblea. Estas
posibilidades se han de explotar luego en el momento celebrativo. Los mismos
textos y las rúbricas han de observarse prestando mayor atención a lo que
quieren decir, a la nueva mentalidad con que se han redactado y con el diverso
valor que revisten los diferentes elementos de la celebración. Así, la palabra
de Dios hay que proclamarla y respetarla como tal: no se permite modificar el
texto de las lecturas, sino que se dan amplias posibilidades de opción en las
misas rituales, en celebraciones particulares, en los días festivos. Se ha de
prestar mucha atención a los textos eucológicos, especialmente a las fórmulas
consecratorias, tanto de la eucaristía como de los demás sacramentos: son textos
cuidadosamente formulados, que hay que respetar y valorizar debidamente, con
oportuna catequesis previa y con eventuales moniciones breves. Se prevé cierta
libertad para la elección de los textos eucológicos variables (las oraciones
presidenciales), especialmente en los días de labor. En cambio, sólo tienen
valor de ejemplos o modelos los textos de las moniciones previstas en los libros
litúrgicos. Respetando su función, es bueno que se expresen con palabras vivas,
no atadas al texto del libro litúrgico. Esto vale sobre todo para las
celebraciones de los sacramentos. En suma, el libro litúrgico, en lugar de
ofrecer una serie de celebraciones ya preordenadas, y por tanto invariables,
ofrece abundante material para construir celebraciones diferenciadas y responder
así a exigencias diversas. Es árbitro de las diversas opciones el presidente de
la asamblea, el cual, sin embargo, mirará al bien espiritual de su comunidad,
sabrá usar convenientemente el sentido eclesial y el respeto a las situaciones,
no impondrá una idea personal y, sobre todo, sabrá entender y realizar el
espíritu que anima a cada parte de la Celebración.
Una última palabra se
refiere al respeto hacia el libro, considerado en su materialidad. Hay que
considerarlo como el signo exterior y visible de lo que contiene; hay que
tributar al libro litúrgico el mismo respeto y la misma veneración que la
iglesia profesa a la palabra de Dios y la oración de la iglesia. El Leccionario,
especialmente, ha de venerarse como la palabra de Dios: la liturgia misma nos lo
enseña cuando rodea al libro de los evangelios con tantas señales de veneración
(incensación, beso, entronización sobre el altar y sobre el ambón). Sin embargo,
esta veneración no debe limitarse al momento del uso litúrgico, sino que hay que
cultivarla siempre, tanto durante la celebración como fuera. El respeto al Misal
exige igualmente que se le honre, y no se le sustituya con ediciones de bolsillo
o con hojas volantes. El respeto al libro se manifiesta en la misma composición
tipográfica; en la encuadernación; en el modo de tener, llevar, usar el libro y
conservarlo.
Madre de la Sabiduría
Santa Maria, Madre del Amor Hermoso.