Liturgia Católica
Una Santa Católica Apostólica
Visible Infalible e Indefectible
Avisos Espirituales
Primer aviso
LAS CAUTELAS SAN JUAN DE LA
CRUZ
INSTRUCCIÓN Y CAUTELAS
1. El alma que quiere llegar en breve al santo recogimiento, silencio
espiritual, desnudez y pobreza de espíritu, donde se goza el pacífico refrigerio
del Espíritu Santo, y se alcanza unidad con Dios, y librarse de los impedimentos
de toda criatura de este mundo, y defenderse de las astucias y engaños del
demonio, y libertarse de si mismo, tiene necesidad de ejercitar los documentos
siguientes, advirtiendo que todos los daños que el alma recibe nacen de los
enemigos ya dichos, que son: mundo, demonio y carne.
2. El mundo es el
enemigo menos dificultoso: el demonio es más oscuro de entender; pero la carne
es más tenaz que todos, y duran sus acometimientos mientras dura el hombre
viejo.
3. Para vencer a uno de estos enemigos es menester vencerlos a
todos tres; y enflaquecido uno, se enflaquecen los otros dos, y vencidos todos
tres, no le queda al alma más guerra.
Contra el Mundo
4. Para
librarte perfectamente del daño que te puede hacer el mundo, has de usar de tres
cautelas.
Primera cautela.
5. La primera es que acerca de
todas las personas tengas igualdad de amor e igualdad de olvido, ahora sean
deudos ahora no, quitando el corazón de éstos tanto como de aquéllos y aun en
alguna manera más de parientes, por el temor de que la carne y sangre no se
avive con el amor natural que entre los deudos siempre vive, el cual conviene
mortificar para la perfección espiritual. Tenlos todos como por extraños, y de
esa manera cumples mejor con ellos que poniendo la afición que debes a Dios en
ellos.
6. No ames a una persona más que a otra, que errarás; porque aquel
es digno de más amor que Dios ama más, y no sabes tú a cuál ama Dios más. Pero
olvidándoos tú igualmente a todos, según te conviene para el santo
recogimiento, te librarás del yerro de más y menos en ellos.
No pienses nada
de ellos, no trates nada de ellos, ni bienes ni males, y huye de ellos cuanto
buenamente pudieres, y si esto no guardas, no sabrás ser religioso, ni podrás
llegar al santo recogimiento ni librarte de las imperfecciones. Y si en esto te
quisieres dar alguna licencia, o en uno o en otro te engañará el demonio, o tú a
ti mismo, con algún color de bien o de mal.
En hacer esto hay seguridad, y de
otra manera no te podrás librar de las imperfecciones y daños que saca el alma
de las criaturas.
Segunda cautela.
7. La segunda cautela
contra el mundo es acerca de los bienes temporales; en lo cual es menester, para
librarse de veras de los daños de este género y templar la demasía del apetito,
aborrecer toda manera de poseer y ningún cuidado le dejes tener acerca de ello:
no de comida, no de vestido ni de otra cosa criada, ni del día de mañana,
empleando ese cuidado en otra cosa más alta, que es en buscar el reino de Dios,
esto es, en no faltar a Dios; que lo demás, como Su Majestad dice, nos será
añadido (Mt. 6, 33), pues no ha de olvidarse de ti el que tiene cuidado de las
bestias. Con esto adquirirás silencio y paz en los sentidos.
Tercera
cautela.
8. La tercera cautela es muy necesaria para que te sepas
guardar en el convento de todo daño acerca de los religiosos; la cual, por no la
tener muchos, no solamente perdieron la paz y bien de su alma, pero vinieron y
vienen ordinariamente a dar en grandes males y pecados. Esta es que guardes con
toda guarda de poner el pensamiento y menos la palabra en lo que pasa en la
comunidad; qué sea o haya sido ni de algún religioso en particular, no de su
condición, no de su trato, no de sus cosas, aunque más graves sean, ni con color
de celo ni de remedio, sino a quien de derecho conviene, decirlo a su tiempo; y
jamás te escandalices ni maravilles de cosas que veas ni entiendas, procurando
tú guardar tu alma en el olvido de todo aquello.
9. Porque si quieres mirar
en algo, aunque vivas entre ángeles, te parecerán muchas cosas no bien, por no
entender tú la sustancia de ellas. Para lo cual toma ejemplo en la mujer de Lot
(Gn. 19, 26), que porque se alteró en la perdición de los sodomitas volviendo la
cabeza a mirar atrás, la castigó el Señor volviéndola en estatua y piedra de
sal. Para que entiendas que, aunque vivas entre demonios, quiere Dios que de tal
manera vivas entre ellos que ni vuelvas la cabeza del pensamiento a sus cosas,
sino que las dejes totalmente, procúralo tú traer tu alma pura y entera en Dios,
sin que un pensamiento de eso ni de esotro te lo estorbe.
Y para esto ten por
averiguado que en los conventos y comunidades nunca ha de faltar algo en qué
tropezar, pues nunca faltan demonios que procuren derribar los santos, y Dios lo
permite para ejercitarlos y probarlos.
Y, si tú no te guardas, como está
dicho, como si no estuvieses en casa, no sabrás ser religioso, aunque más hagas,
ni llegar a la santa desnudez y recogimiento, ni librarte de lo daños que hay en
esto; porque no lo haciendo así, aunque más buen fin y celo lleves, en uno en
otro te cogerá el demonio y harto cogido estás cuando ya das lugar a distraer el
alma en algo de ello; y acuérdate de lo que dice el apóstol Santiago: Si alguno
piensa que es religioso no refrenando su lengua, la religión de éste vana es (1,
26). Lo cual se entiende no menos de la lengua interior que de la exterior.
CONTRA EL
DEMONIO
10. De otras tres cautelas debe usar el
que aspira a la perfección para librarse del demonio, su segundo enemigo. Para
lo cual has de advertir que, entre las muchas astucias de que el demonio usa
para engañar a los espirituales, la más ordinaria es engañarlos debajo de
especie de bien y no debajo de especie de mal; porque sabe que el mal conocido
apenas lo tomarán. Y así siempre te has de recelar de lo que parece bueno,
mayormente cuando no interviene obediencia. La sanidad de esto es el consejo de
quien le debes tomar.
Primera cautela.
11. Sea la primera
cautela que jamás, fuera de lo que de orden estás obligado, te muevas a cosa,
por buena que parezca y llena de caridad, ahora para ti, ahora para otro
cualquiera de dentro y fuera de casa, sin orden, de obediencia. Ganarás en esto
mérito y seguridad: excusaste de propiedad y huyes el daño y daños que no sabes,
que te pedirá Dios en su tiempo, y si esto no guardas en lo poco y en lo mucho,
aunque más te parezca que aciertas, no podrás dejar de ser engañado del demonio
o en poco o en mucho. Aunque no sea más que no regirte en todo por obediencia,
ya yerras culpablemente, pues Dios más quiere obediencia que sacrificios (1 Re.
15, 22), y las acciones del religioso no son suyas, sino de la obediencia, y si
las sacare de ella, se las pedirán como perdidas.
Segunda cautela.
12. La segunda
cautela sea que jamás mires al prelado con menos ojos que
a Dios, sea el prelado que fuere, pues le tienes en su lugar; y advierte que el
demonio mete mucho aquí la mano. Mirando así al prelado es grande la ganancia y
aprovechamiento, y sin esto grande la pérdida y el daño. Y así con grande
vigilancia vela en que no mires en su condición, ni en su modo, ni en su traza,
ni en otras maneras de proceder suyas; porque te harás tanto daño que vendrás a
trocar la obediencia de divina en humana, moviéndote no te moviendo sólo por los
modos que ves visibles en el prelado, y no por Dios invisible, a quien sirves en
él. Y será tu obediencia vana o tanto más infructuosa cuanto más tú, por la
adversa condición del prelado, te agravas o por la buena condición te aligeras.
Porque dígote que mirar en estos modos a grande multitud de religiosos tiene
arruinados en la perfección, y sus obediencias son de muy poco valor delante de
los ojos de Dios, por haberlos ellos puesto en estas cosas acerca de la
obediencia.
Si esto no haces con fuerza, de manera que vengas a que no se te
dé más que sea prelado uno que otro, por lo que a tu particular sentimiento
toca, en ninguna manera podrás ser espiritual ni guardar bien tus votos.
Tercera
cautela.
13. La tercera cautela, derechamente contra el
demonio, es que de corazón procures siempre humillarte en la palabra y en la
obra, holgándote del bien de los otros como del de ti mismo y queriendo que los
antepongan a ti en todas las cosas, y esto con verdadero corazón. Y de esta
manera vencerás en el bien el mal (Rm. 12, 21), y echarás lejos el demonio y
traerás alegría de corazón Y esto procura ejercitar más en los que menos te caen
en gracia. Y sábete que si así no lo ejercitas, no llegarás a la verdadera
caridad ni aprovecharás en ella.
Y seas siempre más amigo de ser enseñado de
todos que querer enseñar aun al que es menos que todos.
Contra si
mismo y sagacidad de la sensualidad.
14. De otras tres cautelas ha de
usar el que se ha de vencer a si mismo y su sensualidad, su tercer enemigo.
Primera
cautela.
15. La primera cautela sea que entiendas que
no has venido al convento sino a que todos te labren y ejerciten. Y así, para
librarte de todas las turbaciones e imperfecciones se te pueden ofrecer acerca
de las condiciones y trato de los religiosos y sacar provecho de todo
acaecimiento, conviene que pienses que todos son oficiales que están en el
convento para ejercitarte, como a la ver dad lo son, y que unos te han de labrar
de palabra, otros de obra, otros de pensamientos contra ti, y que en todo esto
tú has de estar sujeto, como la imagen lo está ya al que la labra, ya al que la
pinta, ya al que la dora.
Y si esto no guardas, no sabrás vencer tu
sensualidad y sentimientos, ni sabrás haberte bien en el convento con los
religiosos, ni alcanzarás la santa paz, ni te librarás de muchos tropiezos y
males.
Segunda cautela.
16. La segunda cautela es que
jamás dejes de hacer las obras por la falta de gusto o sabor que en ellas
hallares, si conviene al servicio de Dios que ellas se hagan. Ni las hagas por
solo el sabor y gusto que te dieren sino conviene hacerlas tanto como las
desabridas, porque sin esto es imposible que ganes constancia y que venzas tu
flaqueza.
Tercera cautela.
17. La tercera cautela sea que
nunca en los ejercicios el varón espiritual ha de poner los ojos en lo sabroso
de ellos para asirse de ello y por sólo aquello hacer los tales ejercicios, ni
ha de huir lo amargo de ellos, antes ha de buscar lo desabrido y trabajoso de
ellos y abrazarlo, con lo cual se pone freno a la sensualidad. Porque de otra
manera, ni perderás el amor propio ni ganarás amor de Dios.