LIBRO PRIMERO
Infancia y niñez de Agustín en Tagaste y Madaura
Los primeros quince años
(354—369)
CAPÍTULO I
Invocación al Señor
1. Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza1;
grande tu poder, y tu sabiduría no tiene medida2. ¿Y pretende alabarte el
hombre, pequeña parte de tu creación, y precisamente el hombre, que,
revestido de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado y el
testimonio de que resistes a los soberbios?3 Con todo, quiere alabarte el
hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le excitas a ello, haciendo
que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón
está inquieto hasta que descanse en ti.
Dame, Señor, a conocer y
entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes conocerte
que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce?
Porque, no conociéndote, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso,
más bien, no habrás de ser invocado para ser conocido? Pero ¿y cómo
invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán si no se les
predica?4
Ciertamente, alabarán al Señor los que le buscan5, porque
los que le buscan le hallan y los que le hallan le alabarán.
Que yo,
Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me has sido
predicado. Te invoca, Señor, mi fe, la fe que tú me diste e inspiraste por
la humanidad de tu Hijo y el ministerio de tu mensajero.
CAPÍTULO II
Cómo invocar al Señor
2. Pero ¿cómo invocaré yo a mi Dios, a mi
Dios y mi Señor? Porque, ciertamente, al invocarle le estoy llamando para
que venga a mí. ¿Y qué lugar hay en mí a donde venga mi Dios a mí? ¿Qué
punto hay en mí a donde Dios se me haga presente, el Dios que ha creado el
cielo y la tierra?6 ¿Es verdad, Señor, que hay algo en mí que pueda
abarcarte? ¿Acaso te abarcan el cielo y la tierra, que tú has creado, y
dentro de los cuales me creaste también a mí? ¿O es tal vez que, porque nada
de cuanto es puede ser sin ti, te abarca todo lo que es? Pues si yo soy
efectivamente, ¿por qué pido que vengas a mí, cuando yo no sería si tú no
fueses en mí?
No he estado aún en los abismos, mas también allí estás
tú. Pues, aunque descendiera al Seol, allí estás tú7.
Nada sería yo,
Dios mío, nada sería yo en absoluto si tú no estuvieses en mí; pero, ¿no
sería mejor decir que yo no sería en modo alguno si no estuviese en ti, de
quien, por quien y en quien son todas las cosas?8 Así es, Señor, así es.
Pues ¿adónde te invoco estando yo en ti, o de dónde has de venir a mí, o a
qué parte fuera del cielo y de la tierra me habré de ir para que desde allí
venga mi Dios a mí, él, que ha dicho: Yo lleno el cielo y la tierra?9
CAPÍTULO III
Inmensidad de Dios, imposible de ser englobada
3. ¿Te engloba acaso el cielo y la tierra por el hecho de que los
llenas? ¿O es, más bien, que los llenas y aún sobra por no poderte abrazar?
¿Y dónde habrás de echar eso que sobra de ti, una vez llenos el cielo y la
tierra? ¿Pero es que tienes tú, acaso, necesidad de ser contenido en algún
lugar, tú que contienes todas las cosas, puesto que las que llenas las
llenas conteniéndolas? Porque no son los vasos llenos de ti los que te hacen
estable, ya que, aunque se quiebren, tú no te has de derramar; y si se dice
que te derramas sobre nosotros, no es cayendo tú, sino levantándonos a
nosotros; ni es dilatándote tú, sino recogiéndonos a nosotros10.
Pero
las cosas todas que llenas, ¿las llenas todas con todo tu ser o, tal vez,
por no poderte contener totalmente todas, contienen una parte de ti? ¿Y esta
parte tuya la contienen todas y al mismo tiempo o, más bien, cada una la
suya, mayor las mayores y menor las menores? Pero ¿es que hay en ti alguna
parte mayor y alguna menor? ¿Acaso no estás todo en todas partes, sin que
haya cosa alguna que te contenga totalmente?
CAPÍTULO IV
Que
es Dios en sí y para el hombre
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!