CONFESIONESLIBRO DUODÉCIMO
Exégesis
bíblica sobre el Génesis (primeros versículos)
CAPÍTULO I
La
sed de alcanzar la verdad
1. Muchas cosas ansía, Señor, mi corazón en
esta pobreza de mi vida, sacudido por las palabras de tu santa Escritura. Y
ocurre de ordinario que el discurso es abundante en la penuria de la
inteligencia humana; porque habla más la búsqueda que el hallazgo, y más
larga es la petición que la consecución, y más trabaja la mano llamando que
recibiendo.
Tenemos una promesa: ¿Quién podrá desvirtuarla? Si Dios
está con nosotros, ¿quién contra nosotros?1 Pedid y recibiréis, buscad y
hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide, recibe, y el que
busca, hallará, y al que llama, le será abierto2. Promesas tuyas son. ¿Y
quién temerá ser engañado, siendo la Verdad la que promete?
CAPÍTULO
II
¿Dónde está el cielo del cielo?
2. Alabe tu alteza la
humildad de mi lengua, porque tú has hecho el cielo y la tierra, este cielo
que veo y esta tierra que piso, de la cual procede esta tierra que llevo. Tú
los has hecho.
Pero ¿dónde está, Señor, el cielo del cielo, del cual
hemos oído decir en el Salmo: El cielo del cielo para el Señor, mas la
tierra la ha dado a los hijos de los hombres?3 ¿Dónde está el cielo que no
vemos, en cuya comparación es tierra todo lo que vemos?
Porque este
todo corpóreo, no todo en todas partes, de tal modo tomó una forma bella,
que lo es hasta en sus últimas partes, cuyo fondo es nuestra tierra; pero en
comparación de aquel cielo del cielo, aun el cielo de nuestra tierra es
tierra. Y así ambos cuerpos grandes [nuestro cielo y nuestra tierra] son sin
absurdo tierra respecto de aquel no sé qué cielo, que es para el Señor, no
para los hijos de los hombres.
CAPÍTULO III
La tierra era
invisible e informe
3. Pero esta tierra era invisible y caótica
[incomposita]4, y no sé qué profundidad de abismo, sobre el cual no había
luz, porque no tenía forma alguna; por lo que mandaste que se escribiese que
las tinieblas eran sobre el abismo5; y ¿qué es esto sino ausencia de luz?
Porque si existiese la luz; ¿dónde había de estar sino encima, sobresaliendo
e ilustrando? Donde, pues, no había luz aún, ¿qué era estar presentes las
tinieblas, sino estar ausente la luz? Así, pues, encima estaban las
tinieblas, porque encima estaba ausente la luz, como acontece con el sonido,
que, cuando no existe, existe el silencio. Pues ¿qué es haber silencio en
alguna parte sino no haber allí sonido?
¿Acaso no has enseñado tú,
Señor, a esta alma que te confiesa, acaso no me has enseñado tú, Señor, que
antes de que dieses forma a esta materia informe y la especificases no era
nada, ni calor, ni figura ni cuerpo ni espíritu. Sin embargo, no era la nada
absoluta: era «cierta informidad» sin ninguna apariencia.
CAPÍTULO IV
Nombre de la materia prima
4. Pues ¿cómo se habría de llamar y
por qué sentido de algún modo se habría de insinuar a los muy tardos de
inteligencia sino con algún vocablo usado? ¿Y qué puede hallarse en todas
partes del mundo más cercano a esta informidad total que la tierra y el
abismo? Porque menos hermosas son, en su grado ínfimo de ser, que las otras
superiores, todas transparentes y brillantes.
¿Por qué, pues, no he
de admitir que la informidad de la materia, que habías hecho sin apariencia
y de la cual habías de hacer un mundo hermoso, fue tan cómodamente dada a
conocer a los hombres con el nombre de tierra invisible y caótica?
CAPÍTULO V
Tal nombre expresa nuestro conocimiento imperfecto
5. Y así, cuando nuestro pensamiento busca en ella qué es lo que alcanza el
sentido y dice para sí: «No es una forma inteligible, como la vida, como la
justicia, porque es la materia de los cuerpos; ni tampoco una sensible,
porque no hay qué ver ni qué sentir en cosa invisible y caótica»; mientras
el pensamiento humano se dice estas cosas, esfuércese o por conocerla
ignorando o por ignorarla conociendo.
CAPÍTULO VI
Mil variadas
formas de mi imaginación sobre la materia informe o caótica
6. Pero
si yo, Señor, he de confesarte con la boca y con la pluma todo cuanto me has
enseñado sobre esta materia, cuyo nombre al oírlo yo antes y no entenderlo
de aquellos que me lo referían, que tampoco lo entendían, la concebía yo
bajo mil variadas formas, por lo que en realidad no la concebía; feas y
horribles formas en confuso desorden revolvía mi espíritu, pero formas al
fin, y llamaba informe no a lo que carecía de forma, sino a lo que la tenía
tal que, si se manifestara, mi sentido lo apartara como cosa insólita y
desagradable y se turbara la flaqueza del hombre.
Y, sin embargo, lo
que yo pensaba era informe, no porque estuviese privado de toda forma, sino
en comparación de las cosas más hermosas; pero la verdadera razón me
aconsejaba que, si quería pensar o imaginar algo enteramente informe, debía
despojarme de toda reliquia de forma; pero no podía. Porque más fácilmente
juzgaba que no era lo que estaba privado de toda forma, que imaginaba un ser
entre la forma y la nada, que ni fuese formado ni fuese la nada, sino una
cosa informe y casi—nada.
Y cesó mi mente de interrogar sobre esto a
mi espíritu, lleno de imágenes de cosas formadas, que mudaba y combinaba a
su antojo; y fijé mi vista en los mismos cuerpos y escudriñé más
profundamente su mutabilidad, por la que dejan de ser lo que habían sido y
comienzan a ser lo que no eran, y sospeché que el tránsito este de forma a
forma se debía verificar por medio de algo informe, no enteramente nada; mas
deseaba saberlo, no sospecharlo solamente.
Pero si mi voz y mi pluma
hubieran de confesarte todo cuanto me has dado a entender acerca de esta
cuestión, ¿quién de los lectores tendrá paciencia para recibirlo? Sin
embargo, no por eso cesará mi corazón de darte gloria. Y entonarte un
cántico de alabanza por las cosas de que no es capaz de decir. La
mutabilidad misma de las cosas mudables es, pues, capaz de todas las formas
en que se mudan las cosas mudables. Pero ¿qué es ésta? ¿Es acaso alma? ¿Es
tal vez cuerpo? ¿Es por fortuna una especie de alma o cuerpo? Si pudiera
decirse «nada algo» y un «es no es», yo la llamaría así. Y, sin embargo, ya
era de algún modo, para poder recibir estas especies visibles y compuestas
[organizadas].
CAPÍTULO VII
Dios, Unidad y Trinidad creadora
7. Pero ¿de dónde procedía, cualquiera que ella fuese, de dónde procedía
sino de ti, por quien son todas las cosas, en cualquier grado que ellas
sean? Pero distaba tanto de ti cuanto te era más desemejante; porque no se
trata de lugares.
Así, pues, tú Señor —que no eres unas veces uno y
otras otro, sino uno mismo y el mismo, Santo, Santo, Santo, Señor6 Dios
omnipotente—, en el Principio, que procede de ti (de te); en la Sabiduría,
nacida de tu sustancia, hiciste algo y de la nada; hiciste el cielo y la
tierra, pero no de ti, pues sería igual a tu Unigénito y, por consiguiente,
a ti, y no fuera en modo alguno justo que fuese igual a ti, no siendo de tu
sustancia. Pero como fuera de ti no había nada de donde los hicieses, ¡oh
Dios, Trinidad una y Unidad trina!, por eso hiciste de la nada el cielo y la
tierra, una cosa grande y otra pequeña; porque eres bueno y omnipotente para
hacer todas las cosas buenas: el gran cielo y la pequeña tierra.
Existías tú y otra cosa, la nada, de donde hiciste el cielo y la tierra, dos
criaturas: la una, cercana a ti; la otra, cercana a la nada; la una, que no
tiene más superior que tú; la otra, que no tiene nada inferior a ella.
CAPÍTULO VIII
La materia prima o informe, principio de todo lo
visible
8. Pero aquel «cielo del cielo» te lo reservaste para ti,
Señor. Pero la tierra, que diste a los hijos de los hombres para que la vean
y palpen, no era entonces tal cual ahora la vemos y tocamos. Porque era
invisible e incompuesta y abismo sobre el que no había luz, o mejor, estaban
las tinieblas sobre el abismo7, esto es, más que si estuviesen en el abismo.
Porque este abismo de las aguas ya visibles tiene también en sus
profundidades una luz de su misma especie, en algún modo sensible a los
peces y animales que reptan por su fondo. Pero aquel «todo» era un
casi—nada, por ser aún totalmente informe. Sin embargo, ya tenía ser al
poder recibir formas.
Tú, pues, Señor, hiciste el mundo de una
materia informe8, la cual hiciste cuasi—nada de la nada, para hacer de ella
las cosas grandes que admiramos los hijos de los hombres: soberanamente
admirable es, sí, este cielo corpóreo, firmamento puesto entre agua y agua,
al cual dijiste en el día segundo después de la creación de la luz: «Hágase,
y así se hizo»; al cual firmamento llamaste cielo9, pero cielo de esta
tierra y mar que hiciste en el tercer día, dando con ello aspecto visible a
la materia informe, que hiciste antes que todo día.
Ya habías hecho
también el cielo antes que todo día; mas fue el cielo de este cielo, por
haber hecho ya en el principio el cielo y la tierra. En cuanto a la tierra
que habías hecho, era materia informe, porque era invisible y caótica y
tinieblas sobre el abismo, de cuya tierra invisible e incompuesta, de cuya
informidad, de cuya casi—nada habías de hacer todas estas cosas de que
consta y no consta este mundo mutable, en el cual aparece la misma
mutabilidad, en la que pueden sentirse y numerarse los tiempos, porque los
tiempos se forman con los cambios de las cosas, en cuanto cambian y se
convierten sus formas, de las cuales es materia la susodicha tierra
invisible.
CAPÍTULO IX
El cielo del cielo, especie de creatura
intelectual
9. De ahí que el Espíritu, maestro de tu siervo [Moisés],
cuando recuerda que «tú hiciste en el principio el cielo y la tierra »,
calla sobre los tiempos, guarda silencio sobre los días. Y es porque el
cielo del cielo, que hiciste en el principio, es una criatura intelectual,
que aunque no coeterna a ti, ¡oh Trinidad!, sí participa de tu eternidad;
cohíbe sobremanera su mutabilidad con la dulzura de tu felicísima
contemplación, y sin ningún desfallecimiento, desde que fue hecha,
adhiriéndose a ti supera toda vicisitud voluble de los tiempos. Pero esta
informidad o tierra invisible y caótica tampoco se halla numerada entre los
días; porque donde no hay ninguna especie, ningún orden, ni viene ni va cosa
alguna; y donde eso no sucede, ni existen realmente días ni vicisitud de
espacios temporales.
CAPÍTULO X
Que hable el Señor de las
Escrituras
10. ¡Oh Verdad, lumbre de mi corazón, no me hablen mis
tinieblas! Me incliné a éstas y me quedé a oscuras; pero desde ellas, sí,
desde ellas te amé con pasión. Erré y me acordé de ti. Oí tu voz detrás de
mí10, que volviese; mas apenas pude percibirla por el alboroto de los que no
poseen la paz. Pero he aquí que ahora, abrasado y anhelante, vuelvo a tu
fuente. Nadie me lo prohíba: que beba de ella y viva de ella. No sea yo mi
vida; mal viví de mí; muerte fui para mí. En ti comienzo a vivir: háblame
tú, sermonéame tú. He dado fe a tus libros, pero sus palabras son arcanos
profundos.
CAPÍTULO XI
Progreso a la escucha interior de Dios
11. Ya me tienes dicho, Señor, con voz fuerte en el oído interior, que
tú eres eterno y solo tú posees la inmortalidad [substancial]11; porque bajo
ningún aspecto o movimiento te mudas, ni tu voluntad varía con los tiempos,
porque no es una voluntad inmortal la que es ya una, ya otra. Esto me parece
claro delante de ti, y te suplico que se me esclarezca más y más y que
persista sobrio en esta manifestación bajo tus alas.
También me
dijiste, Señor, con voz fuerte en el oído interior, que todas las
naturalezas y sustancias que no son lo que tú, pero que existen, las has
hecho tú, y que sólo no procede de ti lo que no es, y el movimiento de la
voluntad, que va de ti, ser por excelencia, a lo que es menos que tú, porque
tal movimiento es pecado y delito; y que ningún pecado de nadie te daña ni
perturba el orden de tu imperio en lo sumo ni en lo ínfimo. Esto me parece
claro delante de ti y te suplico que se me aclare más y más y que yo
permanezca humilde12 en esta manifestación bajo tus alas.
12. También
me has dicho con voz fuerte en el oído interior que ni siquiera es coeterna
contigo aquella criatura, cuyo deleite eres tú solo, y que gozándote con
perseverantísima pureza, en ningún lugar ni tiempo muestra su mutabilidad; y
siendo siempre presente a ti, se te adhiere con todo el afecto; no teniendo
futuro que esperar ni pasado al que transmitir lo que recuerda, no varía con
ninguna alternativa ni se distiende en los tiempos. ¡Oh feliz [criatura], si
ella existe en alguna parte, en adherirse a tu beatitud; feliz por ti, su
eterno inhabitador e iluminador! Ni hallo cosa que con más gusto crea se
deba llamar cielo del cielo para el Señor que esta tu casa (domum tuam), que
contempla tus delicias sin esa deficiencia que entraña andar en pos de otros
objetivos; la mente pura unida con la máxima concordia por el vínculo
estable de la paz de los santos espíritus ciudadanos de tu ciudad en los
cielos, por encima de estos nuestros cielos.
13. Por aquí entienda el
alma, cuya peregrinación se ha hecho larga, si tiene ya sed de ti, si sus
lágrimas son ya su pan, en tanto que le dicen todos los días. ¿dónde está tu
Dios?13; si te pide una sola cosa y sólo ésta busca, que es habitar en tu
casa todos los días de su vida14; y ¿cuál es su vida sino tú?, y ¿cuáles son
tus días sino tu eternidad, como son tus años, que no terminan, porque eres
siempre el mismo?15, entienda, digo, por aquí el alma, que es capaz, cuán
muy por encima de todos los tiempos eres eterno, cuando tu casa, que no ha
peregrinado, ni te es coeterna, adhiriéndose a ti incesante e
indefinidamente, no padece ya vicisitud alguna de tiempos. Esto me parece
claro en tu presencia, y te suplico que me lo sea más y más y persista
sobrio en esta manifestación bajo tus alas.
14. He aquí no sé qué de
informe que encuentro en estas mutaciones de las cosas extremas e ínfimas; y
¿quién podrá decirme sino el que vaga y gira con sus fantasmas por los
vacíos de su corazón; quién sino tal podrá decirme si, disminuida y
consumida toda especie sensible y quedando sola la informidad, por medio de
la cual la cosa se muda y vuelve de especie en especie, puede ella producir
las vicisitudes de los tiempos? Ciertamente que no puede; porque sin
variedad de movimientos no hay tiempos, y donde no hay forma alguna no hay
tampoco variedad alguna.
CAPÍTULO XII
Dos creaturas no sujetas
al tiempo
15. Bien consideradas estas cosas, ¡oh Dios mío!, en cuanto
lo donas, en cuanto me incitas a llamar y en cuanto abres al que llama,
hallo las dos cosas que hiciste y que carecen de tiempo, ninguna de las
cuales es coeterna contigo: una de tal modo formada, que sin ningún
desfallecimiento de contemplación, sin ningún intervalo de cambio, aunque
mudable, goza inmutable de cierta eternidad e inconmutabilidad; la otra de
tal modo informe, que no tenía forma de la cual pudiese pasar a otra forma,
ya de movimiento, ya de reposo, por donde estuviese sujeta al tiempo. Pero
no dejaste que ésta fuese informe, porque antes de todo día, en el principio
hiciste el cielo y la tierra16, las dos cosas de que antes hablaba. Pero la
tierra era invisible y caótica y las tinieblas estaban sobre el abismo17.
Con estas palabras se indica la caoticidad [informidad] —a fin de ser
gradualmente preparados aquellos que no pueden pensar o concebir una
privación absoluta de forma que no llega, sin embargo, a la nada— de donde
había de salir otro cielo y tierra visible y compuesta, y el agua especiosa,
y cuanto después en la formación del mundo presente se conmemora haber sido
hecho en los seis días, porque son tales que en ellos pueden realizarse los
cambios de los tiempos por las ordenadas conmutaciones de los movimientos y
de las formas.
CAPÍTULO XIII
Cuáles son tales creaturas
16. Esto es lo que comprendo ahora, Dios mío, cuando oigo a tu Escritura
que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; mas la tierra era
invisible y caótica y las tinieblas estaban sobre el abismo, sin conmemorar
qué día hiciste estas cosas. Así lo que entiendo yo ahora a causa de aquel
cielo del cielo, el cielo intelectual, en donde es propio del entendimiento
conocer las cosas conjuntamente y no en parte, no en enigma, no por espejo,
sino totalmente, en visión, cara a cara18, no ahora esto y luego aquello,
sino lo que hemos dicho: conocimiento simultáneo, sin vicisitud alguna de
tiempos; y así lo entiendo también a causa de la «tierra invisible y
caótica», sin vicisitud alguna de tiempos, la cual suele tener ahora un ser,
luego otro, porque lo que no tiene especie alguna no puede ser esto o
aquello.
Por causa de estas dos cosas: la primera, formada; la otra,
totalmente informe; aquélla, cielo, pero cielo de cielo; ésta, tierra, mas
tierra invisible y caótica; por razón de estas dos cosas entiendo ahora que
dice tu Escritura sin mención de días: En el principio hizo Dios el cielo y
la tierra. Por eso al punto añadió a qué tierra se refería. Y así, cuando en
el día segundo se conmemora que fue hecho el firmamento, llamado cielo,
claramente insinúa de qué cielo habló antes, al no mentar los días.
CAPÍTULO XIV
Maravillosa profundidad de las Escrituras
17.
Maravillosa profundidad la de tus Escrituras, cuya superficie ved que
aparece ante nosotros acariciando a los pequeñitos; ¡pero maravillosa
profundidad la suya, Dios mío, maravillosa profundidad! Horror me causa
fijar la vista en ella, pero es un horror de respeto y un temor de amor. Les
tengo odio vehementísimo a sus enemigos. ¡Oh si los mataras con la espada de
dos filos19 y no fueran más sus enemigos! Porque de tal modo amo que sean
muertos para sí, que sólo vivan para ti. Pero he aquí otros, no reprensores,
sino alabadores del libro del Génesis, que dicen: «No es esto lo que quiso
que se entendiera en estas palabras el Espíritu de Dios, que es quien
escribió estas cosas por medio de Moisés su siervo; no quiso que se
entendiera eso que tú dices, sino otra cosa: lo que decimos nosotros». A los
cuales respondo de esta manera, tomándote a ti por árbitro, ¡oh Dios de
todos nosotros!
CAPÍTULO XV
Creador y creatura
18.
¿Acaso diréis que son falsas las cosas que me dice en el oído interior con
voz fuerte la Verdad acerca de la verdadera eternidad del Creador: que su
sustancia no varía de ningún modo con los tiempos, ni que su voluntad es
extraña a su sustancia, razón por la cual no quiere ahora esto y luego
aquello, sino que todas las cosas que quiere las quiere de una vez y a un
tiempo y siempre, no una vez y otra vez, ni ahora éstas y luego aquéllas; ni
quiere después lo que no quería antes ni quiere ahora lo que antes quiso?;
porque semejante voluntad sería mudable, y todo lo que es mudable no es
eterno, y nuestro Dios es eterno.
¿Asimismo [me diréis que es falso]
lo que me dice la Verdad en el oído interior: que la expectación de las
cosas por venir se convierte en visión cuando llegan, así como la visión se
transforma en memoria cuando han pasado? Porque toda intención que así varía
es mudable, y todo lo que se muda no es eterno, y nuestro Dios es eterno. Yo
agrupo estas verdades y las junto, y encuentro que mi Dios, Dios eterno, no
creó con nueva voluntad al mundo, ni su ciencia puede padecer nada
transitorio.
19. ¡Qué decís ahora, oh contradictores? ¿Son acaso
falsas estas cosas?
—No —dicen.
—Pues ¿cuál lo es? ¿Es tal vez
falso que toda naturaleza formada o materia formable procede de aquel que es
sumamente bueno por ser sumamente?
—Tampoco negamos esto —dicen.
—Pues entonces ¿qué? ¿Negáis tal vez que exista una criatura tan sublime
que se adhiera a Dios verdadero y de verdad eterno con tan casto amor que,
aunque no le sea coeterna, jamás se separe de él ni se deje arrastrar por
ninguna variedad ni vicisitud temporal, sino que descanse en la
verdaderísima contemplación de sólo él, porque tú, ¡oh Dios!, muestras a
quien te ama cuanto mandas, y le bastas, y por eso no se desvía de ti ni aun
para mirarse a sí?
Esta es la casa de Dios, no terrena ni corpórea
con mole celeste alguna, sino espiritual y participante de tu eternidad,
porque no sufre detrimento eternamente. Porque tú la estableciste en los
siglos de los siglos; le pusiste un precepto y no lo traspasará20. Sin
embargo, no te es coeterna, por no carecer de principio al haber sido
creada.
20. Ciertamente que aunque no hallamos tiempo antes de ella,
puesto que la sabiduría fue creada la primera de todas las cosas21, no digo
aquella Sabiduría que es, ¡oh Dios nuestro!, totalmente coeterna y parigual
a ti, su Padre, y por quien fueron hechas todas las cosas y en cuyo
principio hiciste el cielo y la tierra, sino aquella otra sabiduría creada,
esto es, aquella naturaleza intelectual que es luz por la contemplación de
la luz, porque también, aunque creada, es llamada sabiduría; mas, cuanto es
diferente la luz que ilumina de la que es reflejada, tanto difiere la
sabiduría que crea de la que es creada, como difiere la justicia
justificante de la justicia obrada en nosotros por la justificación; porque
también somos llamados justicia tuya, conforme dice uno de tus siervos: ...
a fin de que seamos justicia de Dios en él22, razón por la cual existe una
sabiduría creada antes que todas las cosas, la cual, aunque creada, es la
mente racional e intelectual de tu casta ciudad, nuestra Madre, que está
allá arriba y es libre y eterna en los cielos23; ¿y en qué cielos sino en
los cielos de los cielos24, que te alaban, porque también éste es cielo del
cielo para el Señor?, aunque no hallamos tiempo, digo, antes de ella, por
anteceder a la creación del tiempo, ya que es la primera creada de todas las
cosas, existe, sin embargo, antes de ella la eternidad del mismo Creador,
creada por el cual tomó principio, y aunque no de tiempo, porque todavía no
existía el tiempo, sí al menos de su propia creación.
21. Pero de tal
modo tiene el ser de ti, ¡oh Dios nuestro!, que es totalmente cosa distinta
de ti y no lo mismo que tú. Y si bien no hallamos tiempo, no sólo antes de
ella, pero ni aun siquiera en ella —porque es idónea para ver siempre tu faz
y no se aparta jamás de ella, lo cual hace que por ningún cambio varíe—, le
es, sin embargo, propia la mutabilidad; por lo que se oscurecería y se
resfriaría si no fuera que con el amor grande con que se adhiere a ti
luciera y ardiese de ti como un eterno mediodía.
¡Oh casa luminosa y
bella!, he amado tu hermosura y el lugar donde mora la gloria25 de mi Señor,
tu hacedor y tu poseedor. Por ti suspire mi peregrinación, y dile al que te
hizo a ti que también me posea a mí en ti, porque también me ha hecho a mí.
Erré como oveja perdida26, pero confío ser llevado a ti en los hombros de mi
pastor27, tu constructor.
22. ¿Qué me decís, contradictores 16, a los
que antes hablaba, y que, sin embargo, creéis que Moisés fue siervo piadoso
de Dios y que sus libros son oráculo del Espíritu Santo? ¿No es acaso esta
casa de Dios, no digo yo coeterna con él, pero sí a su modo eterna en los
cielos, en donde vanamente buscáis cambios de tiempos, porque no los
encontráis, puesto que sobrepasa toda extensión y todo espacio voluble de
tiempo, para quien es el bien adherirse siempre a Dios?28
—Sí lo es
—dicen.
—Pues ¿cuál de las cosas que mi corazón gritó al Señor cuando
oía interiormente la voz de su alabanza29, cuál de ellas, decidme de una
vez, pretendéis que es falsa? ¿Acaso porque dije que existía una materia
informe, en la que por no haber forma alguna no había ningún orden? Pero
donde no había orden tampoco podía haber vicisitud de tiempos. Con todo,
este cuasi—nada, en cuanto no era totalmente nada, ciertamente procedía de
aquel de quien procede cuanto existe y que de algún modo es algo.
—Tampoco —dicen— negamos esto.
CAPÍTULO XVI
Interlocutores
virtuales
23. Pues con éstos quiero hablar ahora en tu presencia,
Dios mío, los cuales conceden ser verdaderas todas estas cosas que no cesa
de decirme interiormente en el alma tu verdad. Porque los que las niegan
ladren cuanto quieran y atruénense a sí mismos, que yo me esforzaré por
persuadirles que se calmen y ofrezcan paso hacia sí a tu palabra. Pero si no
quisieren y me rechazaren, te suplico, Dios mío, que no calles tú para mí30.
Háblame tú verazmente en mi interior, porque sólo tú eres el que así habla;
y concédeme que les deje fuera soplando en el polvo y levantando tierra
contra sus ojos en tanto que yo entro en mi estancia secreta y te canto un
cántico de enamorado, gimiendo con gemidos inenarrables en mi peregrinación;
acordándome de Jerusalén, alargando hacia ella, que está arriba, mi corazón;
de Jerusalén la patria mía, de Jerusalén mi madre, y de ti, su Rey sobre
ella, su iluminador, su padre, su tutor, su marido, sus castas y grandes
delicias, su sólida alegría y todos los bienes inefables, a un tiempo todos;
porque tú eres el único, el sumo y verdadero bien. Que no me aparte más de
ti hasta que, recogiéndome, cuanto soy, de esta dispersión y deformidad, me
conformes, y confirmes eternamente, ¡oh Dios mío, misericordia mía!, en su
paz de madre carísima, donde están las primicias de mi espíritu y de donde
me viene la certeza de estas cosas.
Pero con aquellos que no dicen
que sean falsas todas las cosas que hemos dicho ser verdaderas, y que honran
y colocan, como nosotros, en la cumbre de la autoridad que ha de seguirse a
aquella tu Santa Escritura, promulgada por el santo Moisés, y que, sin
embargo, en algo nos contradicen, así es como les hablo: Tú, ¡oh Dios
nuestro!, serás juez entre mis confesiones y sus contradicciones.
CAPÍTULO XVII
Diversas significaciones genesíacas de «el cielo y la
tierra»
24. Porque dicen:
—Aunque sean verdaderas estas cosas,
no fijaba, sin embargo, Moisés la mirada en estas dos cosas, cuando por
revelación del Espíritu decía: En el principio hizo Dios el cielo y la
tierra31. Ni con el nombre de cielo significó aquella espiritual o
intelectual criatura que contempla sin cesar la faz de Dios, ni con el
nombre de tierra la materia informe. ¿Qué significó, pues? Lo que nosotros
decimos —responden—, eso es lo que aquel varón sintió y lo que en aquellas
palabras expresó. ¿Y qué es ello? Con el nombre de cielo y tierra —dicen—
quiso primero significar todo este mundo visible universal compendiosamente,
para ir después exponiendo por el orden de los días, como articuladamente,
todas y cada una de las cosas que plugo al Espíritu Santo enunciar de este
modo. Porque tales hombres eran los que constituían aquel pueblo rudo y
carnal a quien hablaba, que no juzgó oportuno encomendarles otras obras de
Dios que las solas visibles.
Convienen, pues, en que no es
incongruente afirmar que por tierra invisible e incompuesta y abismo
tenebroso se ha de entender la materia informe, de donde a continuación se
dice haber sido hechas en aquellos días y dispuestas todas estas cosas
visibles, conocidas de todos.
25. ¿Y qué si otro dijere que esta
misma informidad y confusión de la materia es insinuada primeramente con el
nombre de cielo y tierra por haber sido formado y perfeccionado de ella este
mundo visible con todas las naturalezas que en él aparecen clarísimamente, y
que frecuentemente suele ser denominado cielo y tierra? ¿Y qué si otro
dijere que la naturaleza invisible y visible es llamada no impropiamente
cielo y tierra, y, por tanto, que toda la creación que Dios hizo en la
sabiduría, esto es, en el principio, está de este modo comprendida en estas
dos palabras; pero que por no ser de la misma sustancia de Dios, sino
hechas, todas de la nada, porque no son lo que Dios, les es propia a todas
ellas cierta mutabilidad, ya sean permanentes, como la casa eterna de Dios;
ya mudables, como el alma y el cuerpo del hombre; y que esta materia común a
todas las cosas visibles e invisibles (materia todavía informe, más
ciertamente susceptible de forma, de donde había de salir el cielo y la
tierra, es decir, la creación visible e invisible, una y otra ya formadas),
designada con estos nombres, es llamada tierra invisible y caótica y
tinieblas sobre el abismo32 con esta distinción: que por tierra invisible y
caótica se entienda la materia corporal antes de toda cualidad de forma, y
por tinieblas sobre el abismo, la materia espiritual antes de la cohibición
de su, digamos, inmoderada fluidez y de la iluminación de la Sabiduría?
26. Todavía cabe una nueva interpretación, si a algún otro le place, y
es que cuando leemos en el principio hizo Dios el cielo y la tierra, no
quiso significar por los nombres de cielo y tierra aquellas naturalezas ya
perfectas y formadas, visibles e invisibles, sino la todavía informe
incoación de las cosas, la materia formable y creable, llamada con tales
nombres por estar ya en ella confusas, aunque no diferenciadas por
cualidades y formas, estas cosas que ahora, distribuidas por sus órdenes, se
llaman cielo y tierra: aquélla, criatura espiritual; ésta, corporal.
CAPÍTULO XVIII
Acuerdo sobre palabras polisémicas
27. Oídas y
consideradas todas estas cosas, no quiero discutir por cuestión de palabras,
que no es útil para nada, sino para confusión de los oyentes33. Mas para
edificación, buena es la ley, si alguno usare bien, de ella34, pues su fin
es la caridad, que nace del corazón puro, de la buena conciencia y de la fe
no fingida35; y sé bien en qué dos preceptos suspendió nuestro Maestro toda
la ley y los profetas36. Pero pudiéndose entender diversas cosas en estas
palabras, las cuales son, sin embargo, verdaderas, ¿qué inconveniente puede
haber para mí que te las confieso ardientemente, ¡oh Dios mío, luz de mis
ojos en lo interior!; qué daño, digo, me puede venir de que entienda yo cosa
distinta de lo que otro cree que intentó el sagrado escritor?
Todos
los que leemos, sin duda nos esforzamos por averiguar y comprender lo que
quiso decir el autor que leemos, y cuando le creemos veraz, no nos atrevemos
a afirmar que haya dicho nada de lo que entendemos o creemos que es falso.
De igual modo, cuando alguno se esfuerza por entender en las Santas
Escrituras aquello que intentó decir en ellas el escritor, ¿qué mal hay en
que yo entienda lo que tú, luz de todas las mentes verídicas, muestras ser
verdadero, aunque no haya intentado esto el autor a quien lee, si ello es
verdad, aunque realmente no lo intentara?
CAPÍTULO XIX
Verdades derivadas
28. Porque verdad es, Señor, que tú hiciste el
cielo y la tierra; verdad que el principio en que hiciste todas las cosas37
es tu sabiduría; verdad asimismo que este mundo visible tiene dos grandes
partes, el cielo y la tierra, breve compendio de todas las naturalezas
hechas y creadas; y verdad igualmente que todo lo mudable sugiere a nuestro
pensamiento la idea de cierta informidad, susceptible de forma y de cambios
y mutaciones de una en otra. Verdad que no padece acción de los tiempos lo
que de tal modo está unido a la forma inconmutable, que, aun siendo mudable,
no se muda; verdad que la informidad, que es casi—nada, no puede recibir las
variaciones de los tiempos; verdad que aquello de que se hace una cosa
puede, en cierto modo de hablar, llevar el nombre de la cosa que se forma de
ella: por donde pudo ser llamado cielo y tierra cualquier informidad de
donde fue hecho el cielo y la tierra; verdad que, de todas las cosas
formadas, nada hay tan próximo a lo informe como la tierra y el abismo;
verdad que no sólo lo creado y formado, sino también todo lo creable y
formable, es obra tuya, de quien proceden todas las cosas; verdad,
finalmente, que todo lo que es formado de lo informe es primeramente informe
y luego formado.
CAPÍTULO XX
Sentido polisémico de «en el
principio hizo Dios el cielo y la tierra»
29. De todas estas
verdades, de las que no dudan aquellos a quienes has dado ver con el ojo
interior del alma tales cosas y que creen firmemente que Moisés, tu siervo,
habló con espíritu de verdad; de todas estas verdades, digo:
Una
verdad [interpretación] toma para sí el que dice: En el principio hizo Dios
el cielo y la tierra38, esto es, en su Verbo, coeterno con él, hizo Dios las
criaturas inteligibles y sensibles o las espirituales y las corporales.
Otra, el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto
es, en su Verbo, coeterno consigo, hizo Dios toda la materia de este mundo
corpóreo, con todas las naturalezas manifiestas y conocidas que contiene.
Otra, el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto
es, en su Verbo, coeterno consigo, hizo Dios la materia informe de las
criaturas espirituales y corporales.
Otra, el que dice: En el
principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es, en su Verbo, coeterno
consigo, hizo Dios la materia informe de la creación corporal, en donde
estaban confusos el cielo y la tierra, que ahora, ya distintos y formados,
percibimos en la mole de este mundo.
Otra, el que dice: En el
principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es, en el principio mismo del
hacer y del obrar hizo Dios la materia informe que contenía confusamente el
cielo y la tierra, de donde salieron formados, como ahora están y aparecen,
con todas las cosas que hay en ellos.
CAPÍTULO XXI
Sentido
polisémico de «la tierra era invisible y caótica»
30. Igualmente, por
lo que mira a la intelección de las palabras que se siguen de todas aquellas
verdades:
Una verdad [interpretación] toma para sí el que dice: La
tierra era invisible y caótica (incomposita) y las tinieblas estaban sobre
el abismo39, esto es, que aquello corpóreo que hizo Dios era la materia
informe de las cosas corpóreas, sin orden y sin luz.
Otra, el que
dice: La tierra era invisible y caótica, y las tinieblas estaban sobre el
abismo; esto es, este todo llamado cielo y tierra era todavía materia
informe y tenebrosa, de la cual se habían de hacer el cielo corpóreo y la
tierra corpórea con todas las cosas que hay en ellos sensibles a los
sentidos.
Otra, el que dice: La tierra era invisible y caótica, y las
tinieblas estaban sobre el abismo; esto es, este todo llamado cielo y tierra
era todavía materia informe y tenebrosa, de donde había de salir el cielo
inteligible —que en otra parte se llama cielo del cielo— y la tierra, es
decir, toda naturaleza corpórea, bajo cuyo nombre se ha de entender también
este cielo corpóreo, de donde había de salir toda criatura visible e
invisible.
Otra el que dice: La tierra era invisible y caótica, y las
tinieblas estaban sobre el abismo; esto es, la Escritura no designó con los
nombres de cielo y tierra a aquella informidad, sino dice que ya existía
dicha informidad, a la que llamó «tierra invisible e incompuesta y abismo
tenebroso», y de la cual había dicho antes que «hizo Dios el cielo y la
tierra», esto es, la criatura espiritual y corporal.
Otra,
finalmente, el que dice: La tierra era invisible y caótica, y las tinieblas
estaban sobre el abismo; esto es, que había una cierta informidad, ya hecha
materia, de la que antes dijo la Escritura que había hecho Dios el cielo y
la tierra, es decir, la mole corpórea total del mundo, distribuida en dos
enormes partes, una superior y la otra inferior, con todas las criaturas que
vemos y conocemos que existen en ellas.
CAPÍTULO XXII
Respuestas a algunas objeciones
31. Pero, si alguno tentase oponerse
a estas dos últimas interpretaciones, diciendo: «Si no queréis ver designada
con el nombre de cielo y tierra a esta materia informe, luego había ya algo
que Dios no había creado, de donde había de hacer el cielo y la tierra;
porque tampoco la Escritura deja narrado que Dios hiciese esta materia, a no
ser que la entendamos significada con el nombre de cielo y tierra o con el
de tierra solamente al decir: En el principio creó Dios el cielo y la
tierra, de modo que aquello que sigue: Pero la tierra era invisible y
caótica, aunque así le pluguiese [a Moisés] llamar a la materia informe, no
entendamos, sin embargo, sino a aquella que hizo Dios indicada en lo antes
escrito: hizo el cielo y la tierra», responderán los asertores de estas dos
interpretaciones que hemos puesto las últimas, ya los de la una, ya los de
la otra, al oír tales cosas, diciendo: «No negamos ciertamente que esta
materia informe ha sido hecha por Dios; por Dios, de quien proceden todas
las cosas sobremanera buenas40; porque así como decimos que es mayor bien lo
que ha sido creado y formado, así también confesamos que es menor bien lo
que ha sido hecho creable y formable, pero al fin bueno.
Cierto es
que la Escritura no recuerda que Dios hiciese esta informidad, pero tampoco
conmemora otras muchas cosas, v.gr., los querubines y serafines41 y las
sedes, dominaciones, principados y potestades42, de que habla distintamente
el Apóstol, los cuales, sin embargo, fueron hechos por Dios. Porque si en
aquello que se dijo: Hizo el cielo y la tierra, fueron comprendidas todas
las cosas, ¿qué decimos de las aguas, sobre las que era llevado el Espíritu
de Dios?43
Porque si se entienden juntamente con la llamada tierra,
¿cómo se habrá de entender ya con el nombre de tierra la materia informe,
cuando vemos las aguas tan hermosas? Y dado que lo entendemos así, ¿por qué
se escribió que de tal informidad se hizo el firmamento, llamado cielo, y no
se escribió que habían sido hechas las aguas? Porque no son informes e
invisibles las que vemos fluir con tan bella apariencia. Y si esta
apariencia la recibieron cuando dijo Dios: Sea congregada el agua que está
bajo el firmamento44, de modo que esta reunión sea su misma formación, ¿qué
se responderá de las aguas que están sobre el firmamento, puesto que
informes no hubieran merecido recibir asiento tan honroso, ni hay constancia
escrita en virtud de qué palabra fueron formadas?
De aquí es que si
el Génesis calla haber hecho Dios alguna cosa que, sin embargo, ni la fe
sana ni la razón clara dudan haberla hecho Dios, ni, por lo mismo, ninguna
prudente doctrina se puede atrever a decir que estas aguas son coeternas a
Dios por el hecho de oírlas mencionar en el libro del Génesis, en el que,
sin embargo, no hallamos cuándo fueron hechas, ¿por qué no hemos de
entender, cuando lo enseña la Verdad, que también la materia informe que la
Escritura llama tierra invisible y caótica y abismo tenebroso ha sido hecha
por Dios de la nada y, por lo tanto, que no le es coeterna, aunque dicho
relato no diga cuándo fue hecha?».
CAPÍTULO XXIII
Dos géneros
de divergencias
32. Oídas, pues, estas cosas y consideradas según la
capacidad de mi flaqueza —la cual te confieso, ¡oh Dios mío!, que la
conoces—, veo que pueden originarse dos géneros de cuestiones cuando por
medio de signos se relata algo por nuncios veraces: una, si se discute
acerca de la verdad de las cosas; otra, acerca de la intención del que
relata. Del mismo modo, una cosa es lo que inquirimos sobre la creación de
las cosas, qué sea verdad, y otra qué fue lo que Moisés, ilustre servidor de
tu fe, quiso que entendiera en tales palabras el lector y oyente.
En
cuanto al primer género de disputa, apártense de mí todos los que creen
saber las cosas que son falsas. Respecto del segundo, apártense de mí todos
los que creen que Moisés dijo cosas falsas. Júnteme, Señor, en ti con
aquéllos y góceme en ti con ellos, que son apacentados por tu verdad en la
latitud de la caridad, y juntos nos acerquemos a las palabras de tu libro y
busquemos en ellas tu intención a través de la intención de tu hagiógrafo,
por cuya pluma nos dispensaste estas cosas.
CAPÍTULO XXIV
Dificultad de acertar cuál es el sentido verdadero del hagiógrafo
33.
Pero entre tantas cosas verdaderas como se ofrecen a los investigadores en
aquellas palabras entendidas de diversas maneras, ¿quién de nosotros
averiguó dicha intención, de modo que pueda decir con la misma certeza que
esto fue lo que intentó Moisés y que esto fue lo que quiso que se entendiera
en aquella narración, que afirma ser esto que dice verdadero, ya quisiera
decir aquél esto, ya otra cosa?
He aquí, Dios mío, que yo, tu siervo,
te quise ofrecer un sacrificio de alabanza en estas Letras: yo te suplico
por tu misericordia que te cumpla mi promesa45.
Ved que digo con toda
confianza que hiciste todas las cosas, visibles e invisibles, en tu Verbo
inconmutable; pero ¿digo tan confiadamente que no intentó [Moisés] otra cosa
que ésta cuando escribía: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra,
puesto que no veo en su mente —como veo en tu verdad ser esto cierto— que
pensase aquél en esto al escribir tales cosas? Porque pudo pensar, al decir
en el principio, en el comienzo mismo del obrar; pudo también querer que se
entendiese en este lugar por cielo y tierra no alguna naturaleza ya formada
y acabada, bien espiritual, bien corporal, sino una y otra comenzadas, pero
todavía informes. Veo que pudo decir con verdad cualquiera de estas dos
cosas; mas cuál de ellas tenía en la mente al decir estas palabras, no lo
veo ya tan claro, aunque no dudo que aquel gran varón veía en su mente,
cuando decía estas palabras, que percibía la verdad y que la expresaba
aptamente, sea ésta alguno de los sentidos expuestos o sea otra cosa
distinta.
CAPÍTULO XXV
Nadie monopolice el pensamiento del
hagiógrafo
34. Nadie ya me sea molesto46 diciéndome: «No intentó
Moisés esto que tú dices, sino esto otro que yo digo». Porque si me dijese:
«¿De dónde sabes tú que Moisés intentó decir esto que tú afirmas de sus
palabras?», debería sobrellevarlo con buen ánimo y responderle tal vez lo
que respondí más arriba, o un poco más largamente, si fuese duro de
convencer.
Pero cuando me dice: «No sintió aquél lo que tú dices,
sino lo que yo digo», y, por otra parte, no niega que sea verdad lo que el
uno y el otro decimos, ¡oh vida de los pobres, Dios mío, en cuyo seno no hay
contradicción!, derrama sobre mi corazón una lluvia de calmantes a fin de
que pueda tolerar a tales individuos, quienes no dicen esto porque sean
adivinos y hayan visto en el corazón de tu siervo lo que dicen, sino porque
son soberbios; ni es que conozcan el pensamiento de Moisés, sino que aman el
suyo, no porque sea verdadero, sino porque es suyo. De otro modo, amarían
igualmente lo que es verdadero; como amo yo lo que dicen, cuando dicen
verdad, no porque sea de ellos, sino porque es verdadero y, por tanto, no ya
de ellos, puesto que es verdad. Pero si aman lo que dicen porque es
«verdadero, ciertamente es de ellos, aunque también mío, porque pertenece al
común de todos los amantes de la verdad».
Pero que ellos sostengan
que Moisés no sintió lo que yo digo, sino lo que ellos dicen, no lo quiero
ni lo amo; porque aunque así fuera, semejante temeridad no es hija de la
ciencia, sino de la audacia; ni lo es de visión, sino de soberbia. Por eso,
Señor, son terribles tus juicios, porque tu verdad no es mía ni de aquél o
del de más allá, sino de todos nosotros, a cuya comunicación nos llama
públicamente, advirtiéndonos terriblemente que no queramos poseerla privada,
para no vernos de ella privados. Porque cualquiera que reclame para sí
propio lo que tú propones para disfrute de todos, y quiera hacer suyo lo que
es de todos, será repelido del bien común hacia lo que es suyo, esto es, de
la verdad a la mentira. Porque el que habla mentira, de lo que es suyo
habla47.
35. Atiende, ¡oh Juez óptimo, Dios, la verdad misma!, presta
atención a lo que voy a decir a este contradictor; atiende, sí, porque hablo
delante de ti y de mis hermanos, que legítimamente usan de la ley, cuyo fin
es la caridad48; atiende y ve lo que digo, si es de tu agrado. Porque a este
tal le respondo yo de este modo fraternal y pacífico: «Si los dos vemos que
es verdad lo que tú dices, y asimismo vemos los dos que es verdad lo que yo
digo, ¿en dónde, pregunto, lo vemos? No ciertamente tú en mí ni yo en ti,
sino ambos en la misma inmutable Verdad, que está sobre nuestras mentes».
Pues si no disentimos acerca de la luz misma de nuestro Señor Dios, ¿por
qué contendemos acerca del pensamiento del prójimo, el cual no podemos ver,
como se ve la inconmutable Verdad; y tanto, que si el mismo Moisés se nos
apareciese y dijera: «Esto fue lo que pensé», no lo viéramos aún así, sino
que lo creeríamos? Así, pues, no se engría con motivo de lo que está escrito
un hermano contra otro por favorecer a un tercero49. Amemos al Señor Dios
nuestro de todo corazón, con toda el alma, con toda la mente, y al prójimo
como a nosotros mismos50. Si no creemos que por estos dos preceptos de la
caridad sintió Moisés cuanto sintió en aquellos libros, hacemos mentiroso al
Señor opinando del alma de nuestro siervo otra cosa de lo que él enseñó51.
Ve, pues, cuán necio sea afirmar temerariamente, entre tanta multitud de
interpretaciones verdaderas como pueden sacarse de aquellas palabras, cuál
de ellas intentó concretamente Moisés y ofender con perniciosas disputas a
la misma caridad, por amor de la cual dijo aquél todas las cosas cuyo
sentido nos esforzamos por explicar.
CAPÍTULO XXVI
Si Agustín
hubiera sido el hagiógrafo...
36. Y, sin embargo, ¡oh Dios mío,
encumbramiento de mi humildad y descanso de mi trabajo, que escuchas mis
confesiones y perdonas mis pecados!, puesto que me mandas que ame a mi
prójimo como a mí mismo, no puedo creer de tu fidelísimo siervo Moisés que
recibiese menos de tu don de lo que yo hubiera optado y deseado me
concedieras a mí si hubiera nacido en el tiempo en que él nació y hubiera
sido puesto en su lugar, para que por el ministerio de mi corazón y de mi
lengua fuesen dispensadas aquellas Letras, que después habían de ser de
tanto provecho a todos los pueblos y tanto habían de prevalecer en todo el
orbe por su excelsa autoridad sobre las palabras de todas las falsas y
soberbias doctrinas.
Porque hubiera querido, si entonces fuera yo
Moisés —ya que venimos todos de la misma masa52, y ¿qué es el hombre si tú
no te acuerdas de él?53—, hubiera querido, digo, si entonces fuera yo él y
me hubieras encomendado escribir el libro del Génesis, que me hubiese sido
dada tal facultad de hablar y tal manera de disponer mis palabras que
aquellos que no pueden todavía comprender cómo Dios crea no rehusasen mis
palabras como superiores a sus fuerzas, y los que ya lo pueden hallasen que,
en cualquier sentencia verdadera que viniesen a dar con el pensamiento, no
estaba excluida de estas breves palabras de tu siervo; y, finalmente, que si
otro viese otra cosa distinta en la luz de la verdad ni aun esta misma
dejase de ser comprendida en dichas palabras.
CAPÍTULO XXVII
La fuente abundante de la Escritura
37. Porque así como la fuente en
un propio hontanar es más abundante —y surte de agua a muchos arroyuelos,
que distribuyen su corriente por más anchos espacios— que cualquiera de
aquellos regatillos que, salidos del mismo manantial, discurren por muchos
lugares, así la narración de tu hagiógrafo, que ha de aprovechar a muchos
predicadores, de un pequeño número de palabras manan copiosos raudales de
verdad transparente, de donde cada cual saca para sí la verdad que puede;
esto, éste; aquello, aquél, para desarrollarla después en largos
circunloquios.
Porque hay algunos que cuando leen u oyen estas
palabras imaginan a Dios como un hombre, o como un poder dotado de una masa
enorme, que a consecuencia de un nuevo y repentino querer produjese fuera de
él (el poder), como en lugares distantes, el cielo y la tierra, dos grandes
cuerpos, el uno arriba y el otro abajo, en los que se hallaran contenidas
todas las cosas; y cuando oyen: Dijo Dios. Hágase tal cosa y tal cosa fue
hecha, piensan en palabras comenzadas y terminadas, que sonaron algún tiempo
y que pasaron, después de cuyo tránsito comenzó al punto a existir lo que se
ordenó que existiese. Y si por casualidad piensan alguna otra cosa por el
estilo, opinan según la costumbre de la carne.
En las cuales cosas,
todavía como pequeños animales, mientras es llevada su flaqueza en este
humildísimo género de palabras como en un seno materno, es edificada
saludablemente su fe, a fin de que tengan por cierto y retengan que Dios ha
hecho todas las naturalezas que sus sentidos contemplan en admirable
variedad.
Pero si alguno de ellos, como desdeñoso de la vileza de
aquellas interpretaciones, con soberbia imbecilidad se sale fuera del nido
en que se nutre, ¡ay!, caerá miserable; pero tú, ¡oh Señor Dios!, ten
compasión de él, para que los transeúntes no pisoteen al pollo implume
(implumem pullum), y envía a tu ángel para que le reponga en el nido, a fin
de que viva hasta que vuele.
CAPÍTULO XXVIII
Las Escrituras y
los eruditos del pasaje genesíaco
38. Pero hay otros para quienes
estas palabras no son ya nido, sino cerrado plantel, en las que ven frutos
ocultos, y vuelan gozosos, y gorjean buscándolos, y los arrancan.
Porque, cuando leen u oyen estas palabras, ven, ¡oh Dios eterno!, que todos
los tiempos pasados y futuros son superados por tu permanencia estable, que
no hay nada en la creación temporal que tú no hayas hecho, y que, sin
cambiar en lo más mínimo ni nacer en ti una voluntad que antes no existiera,
por ser tu voluntad una cosa contigo, hiciste todas las cosas, no semejanza
tuya sustancial, forma de todas las cosas, sino una desemejanza sacada de la
nada, informe, la cual habría de ser luego formada por tu semejanza,
retornando a ti, Uno, en la medida ordenada de su capacidad, cuanto a cada
una de las cosas se le ha dado dentro de su género. Y así fueron hechas
todas muy buenas; ya permanezcan junto a ti, ya —separadas por grados cada
vez más distantes de lugar y tiempo— formen o padezcan hermosas variaciones.
Ven estas cosas y se gozan en la luz de tu verdad en lo poco que pueden.
39. Pero, de ellos, uno se fija en lo que está escrito: En el principio
hizo Dios..., y vuelve sus ojos a la sabiduría, principio, porque también
ella nos habla54.
Otro se fija en dichas palabras, y entiende por
principio el comienzo de todas las cosas creadas, interpretándolas de este
modo: En el principio hizo, como si dijera: primeramente hizo. Y entre los
mismos que entienden por la expresión en el principio en el que tú hiciste,
en la sabiduría, el cielo y la tierra, uno de ellos entiende por estos
nombres del cielo y tierra, que fue designada la materia creable del cielo y
de la tierra; otro, las naturalezas ya formadas y especificadas; otro, una
formada y espiritual, con el nombre de cielo, y otra informe, de materia
corporal, con el nombre de tierra.
Y todavía, entre los que entienden
por los nombres de cielo y tierra la materia informe aún, de la cual se
habría de formar el cielo y la tierra, no lo entienden de un mismo modo,
sino uno dice que era de donde se había de dar fin a la creación inteligible
y sensible; otro, solamente que era de donde había de salir esta mole
sensible corpórea que contiene en su enorme seno las naturalezas visibles
que están a la vista. Pero ni aun los que creen que en este lugar son
llamadas cielo y tierra las naturalezas ya dispuestas y organizadas lo
entienden tampoco de un modo mismo; porque uno se refiere a la creación
invisible y visible, otro a la sola visible, en la que vemos el cielo
luminoso y la tierra oscura y las cosas que hay en ellos.
CAPÍTULO
XXIX
Cuatro modos de prioridades
40. Pero aquel que no
entiende de otro modo las palabras «en el principio hizo» que si dijese
«primeramente hizo», no tiene manera de entender verazmente las palabras
cielo y tierra, sino entendiéndolas de la materia del cielo y de la tierra,
esto es, de toda la creación, o lo que es lo mismo, de la creación
inteligible y corporal.
Porque, si quiere entender la creación toda,
ya formada, justamente se le puede preguntar: Si esto fue lo primero que
hizo Dios, ¿qué fue lo que hizo después? Pero después de hecho el universo
no hallará nada, y así oirá de mala gana que le digan: ¿Qué significa aquel
primeramente, si después no viene nada?
Pero, si dice que primero lo
hizo [el universo] informe y luego lo formó, ya no es ello absurdo, con tal
que sea idóneo para discernir qué es lo que procede por eternidad, qué por
tiempo, qué por elección, qué por origen: por eternidad, como Dios a todas
las cosas; por tiempo, como la flor al fruto; por elección, como el fruto a
la flor; por origen, como el sonido al canto.
De estas cuatro cosas
que he mencionado, la primera y la última se entienden muy difícilmente; las
dos intermedias, facilísimamente. Porque rara visión es, y en extremo ardua,
Señor, contemplar tu eternidad, haciendo sin mudarse todas las cosas
mudables y precediéndolas consiguientemente. Por otra parte, ¿quién hay tan
agudo que vea con el alma y discierna sin gran trabajo si es primero el
sonido que el canto, por la razón de ser el canto sonido formado y de que
puede existir realmente algo no formado, no pudiendo, en cambio, ser formado
lo que no es? Ciertamente que primero es la materia que lo que se hace de
ella; mas no primero porque sea ella la que produce, antes más bien es hecha
ella; ni tampoco primero por intervalo de tiempo. Porque no proferimos
primero sonidos informes, sin canto, y después los adaptamos a la forma del
canto, o los componemos como las tablas con las que se fabrica un arca o la
plata con que se construye un vaso; porque tales materias preceden aun en
tiempo a las formas de las cosas que se hacen de ellas.
Pero en el
canto no sucede así. Porque cuando se canta se oye el sonido del canto, pero
no suena primeramente informe y después formado en canto; porque lo que de
algún modo suena primero, pasa, y no queda de él nada que, tomado de nuevo,
puedas reducirlo a arte; y por eso el canto se resuelve en su sonido, el
cual sonido constituye su materia y debe ser formado para que haya canto.
Y ésta es la razón por qué, como decía antes, es primero la materia del
sonar que la forma del cantar; no primero por la potencia eficiente, puesto
que el sonido no es el artífice del canto, antes está sujeto al alma que
canta por el cuerpo, del que se sirve para formar el canto; ni tampoco
primero por razón del tiempo, porque los dos se producen a un tiempo; ni
tampoco por elección, porque no es más excelente el sonido que el canto,
puesto que el canto no es sonido solamente, sino sonido bello; sino es
primero por el origen porque no se forma el canto para que sea sonido, sino
es el sonido el que es formado para que haya canto.
Con este ejemplo,
entienda el que pueda, que la materia de las cosas hecha primero y llamada
cielo y tierra, por haberse hecho de ella el cielo y la tierra, no fue hecha
primero en tiempo, puesto que las formas de las cosas son las que producen
los tiempos, y aquello era informe, bien que se la conciba ligada ya con los
tiempos; sin embargo, nada puede decirse de ella sino que es en cierto modo
primera en tiempo, aunque sea la última en valor —porque mejores son, sin
duda, las cosas formadas que las informes— y esté precedida de la eternidad
del Creador, a fin de que hubiese algo de la nada, de donde poder hacer
algo.
CAPÍTULO XXX
Concordia de opiniones discordantes
41. En esta diversidad de opiniones verídicas haga nacer la misma verdad la
concordia y se compadezca nuestro Dios de nosotros, para que usemos
legítimamente de la ley según el precepto de la misma, cuyo fin es la
caridad pura.
Por eso, si alguno me pregunta cuál de ellos intentó
aquel tu siervo Moisés, [le diré que] no son estos discursos propios de mis
Confesiones, si no es confesándote que no lo sé.
Sin embargo, sé que
son verdaderas todas aquellas exégesis, a excepción de las carnales, sobre
las que ya he dicho cuanto me ha parecido. Pero a los pequeñuelos de grandes
esperanzas no les aterran estas palabras de tu libro, sencillamente sublimes
y copiosamente breves. Mas todos los que en estas palabras han dicho y visto
cosas verdaderas, amémonos mutuamente y al mismo tiempo amémoste a ti, Señor
Dios nuestro, fuente de toda verdad, si es que tenemos sed de ésta y no de
cosas vanas. Y en cuanto a tu siervo, hagiógrafo de esta Escritura, lleno de
tu Espíritu, honrémosle de tal modo que creamos que, cuando tú le inspirabas
al escribir estas cosas, tenía la vista puesta en aquello que muy
principalmente sobresale en ellas por la luz de la verdad y el fruto de la
utilidad.
CAPÍTULO XXXI
Pluralidad de sentidos verdaderos
42. Así, cuando oigo decir a uno: «Moisés intentó lo que yo digo», y a
otro: «Nada de esto, sino lo que yo digo», creo más religioso decir: «¿Por
qué no más bien las dos cosas, si las dos cosas son verdaderas, y aun una
tercera, y una cuarta, y otra cualquiera verdadera que uno crea ver en estas
palabras? ¿Por qué no se ha de creer que vio todas aquellas interpretaciones
aquel por quien Dios, uno, sazonó las sagradas Letras acomodándolas a las
interpretaciones de muchos que en aquéllas habían de ver cosas verdaderas y
distintas?».
Yo ciertamente —y lo digo de todo corazón, sin vacilar—,
si, elevado a la cumbre de la autoridad, hubiese de escribir algo, más
quisiera escribir de modo que mis palabras sonaran lo que cada cual pudiese
alcanzar de verdadero en estas cosas que no poner una interpretación como
única verdadera muy claramente, a fin de excluir las demás cuya falsedad no
pudiese ofenderme. Y así no quiero, Dios mío, ser tan inconsiderado que crea
no haber merecido de ti esta gracia aquel varón.
Percibió, pues, éste
absolutamente en estas palabras y tuvo en la mente, cuando las escribía,
cuanto de verdadero hemos podido hallar en ellas y cuanto no pudimos o
todavía no hemos podido y, sin embargo, se puede encontrar en las mismas.
CAPÍTULO XXXII
El verdadero sentido de las Escrituras
43.
Finalmente, Señor, tú que eres Dios y no carne y sangre, aun dado que aquel
hombre no viese todos aquellos sentidos, ¿acaso se pudo ocultar a tu
espíritu bueno, que me debe conducir a la tierra llana55, cuando tú mismo
habías de revelar a los lectores venideros en estas palabras, aunque aquel
por cuyo medio han sido dictadas estas cosas no tuviese en la mente tal vez
más que un sentido de entre tantos verdaderos?
Pues si ello es así,
tengamos la que él pensó por más excelsa que las demás; mas tú, Señor, o
muéstranos ésta u otra verdadera que te plazca, a fin de que, bien nos
muestres lo que aquel hombre pensó o bien otra cosa con ocasión de las
mismas palabras, seas tú quien nos apacientes, no nos engañe el error.
¡He aquí, Señor, Dios mío, cuántas cosas, sí, cuántas cosas hemos
escrito sobre tan pocas palabras! Con este procedimiento, ¿qué fuerzas, qué
tiempo no nos serían necesarios para exponer todos tus Libros? Permíteme,
pues, que te confiese en ellos más sucintamente y que elija algo que tú me
inspirares, verdadero, cierto y bueno, aunque me salgan al paso muchas cosas
allí donde pueden ofrecerse muchas; y esto con tal fidelidad de mi
confesión, que si atinare con lo que pensó tu ministro [hagiógrafo], sea
bien y perfectamente, porque esto es lo que debo intentar; pero si no
lograse alcanzarlo, diga, sin embargo, lo que tu Verdad quisiere decirme por
medio 0de sus palabras, que también ella dijo a
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!