CONFESIONES
LIBRO DECIMOTERCERO
Interpretación alegórica de la creación genesíaca
CAPÍTULO I
Invocación a Dios
1. Yo te invoco, Dios mío, misericordia mía, que me
criaste y no olvidaste al que se olvidó de ti; yo te invoco sobre mi alma, a la
que tú mismo preparas a recibirte con el deseo que la inspiras.
Y ahora
no abandones al que te invoca, tú que me has prevenido antes que te invocara e
insististe multiplicando de mil modos tus voces para que te oyese de lejos, y me
convirtiera, y te llamase a ti, que me llamabas a mí. Porque tú, Señor,
cancelaste todos mis merecimientos malos, para que no tuvieses que castigar
estas mis manos, con que me alejé de ti; y previniste todos mis méritos buenos
para premiar a tus manos, con las cuales me formaste. Porque antes de que yo
fuese ya existías tú; ni yo era algo, para que me otorgases la gracia de la
existencia.
Sin embargo, he aquí que existo por tu bondad, que ha
precedido en mí a todo: a aquello que me has dado de ser y a aquello de donde me
has dado el ser. Porque ni tú tenías necesidad de mí, ni yo era un bien tal con
el que pudieras ser ayudado, ¡oh Señor y Dios mío!, ni con el que te pudiera
servir como si te hubieras fatigado en obrar, o menguara tu poder si careciese
de mi obsequio; ni para darte culto como se cultiva la tierra, de modo que si no
te doy culto quedarías baldío, sino para servirte y darte culto, a fin de que me
venga el bien de ti, de quien me viene el ser capaz de ser feliz.
CAPÍTULO II
El bien de las criaturas es bondad de Dios
2. En
efecto, de la plenitud de tu bondad subsiste tu criatura, a fin de que el bien,
que a ti no te había de aprovechar nada ni, proviniendo de ti, había de ser
igual a ti, sin embargo, porque podía ser hecho por ti, no faltase. Porque ¿qué
pudo merecer de ti el cielo y la tierra que tú hiciste en el principio?1 Digan:
¿qué te merecieron la naturaleza espiritual y corporal, que tú hiciste en tu
sabiduría, para pender de ella hasta las cosas incoadas e informes —cada cual en
su género, espiritual o corporal— que van hacia la inmoderación y una
desemejanza tuya lejana, lo espiritual informe de modo más excelente que si
fuese cuerpo formado, y el corporal informe de más excelente manera que si fuese
absolutamente nada, y así pendieran informes de tu palabra si no fuesen llamadas
por esta misma palabra a tu unidad y formadas y hechas todas ellas por ti, Bien
sumo, muy buenas?2 ¿Qué méritos podían tener contigo para ser siquiera informes,
cuando ni aun esto serían si no fuera por ti?
3. ¿Qué pudo merecer de ti
la materia corporal para ser siquiera invisible y caótica3, cuando no sería esto
si no la hubieras hecho? Ciertamente que, no siendo, no podía merecer de ti el
que fuese. O ¿qué pudo merecer de ti la incoación de la creación espiritual para
que, al menos, tenebrosa sobrenadase semejante al abismo, desemejante a ti, si
no fuera convertida por el Verbo a sí mismo, por quien fue hecha; e iluminada
por él, fuese hecha luz, si bien no igual, sí, al menos, conforme a la forma
igual a ti? Porque así como en un cuerpo no es lo mismo ser que ser hermoso —de
otro modo no podría ser deforme—, así tampoco, en orden al espíritu creado, no
es lo mismo vivir que vivir sabiamente, puesto que de otro modo
inconmutablemente comprendería.
Pero su bien está en adherirse a ti
siempre4, para que con la aversión no pierda la luz que alcanzó con la
conversión, y vuelva a caer en aquella vida semejante al abismo tenebroso.
Porque también nosotros, que en cuanto al alma somos creación espiritual,
apartados de ti, que eres nuestra luz, fuimos algún tiempo en esta vida
tinieblas5, y aun al presente luchamos contra las secuelas de esta nuestra
oscuridad, hasta que seamos justicia tuya, en tu Unigénito, como montes de
Dios6, ya que antes fuimos juicios tuyos, como abismo profundo7.
CAPÍTULO
III
Iluminación de las creaturas espirituales
4. En cuanto a lo
que dijiste sobre las primeras creaciones: Hágase la luz y la luz se hizo8,
entiendo yo que no es incongruente aplicarlo a la criatura espiritual, porque
ésta era ya una cierta vida, a la que habías de iluminar. Pero así como no tenía
mérito alguno ante ti para ser una vida tal que pudiera ser iluminada, así
tampoco, teniendo ya la existencia, pudo merecer de ti el ser iluminada. Porque
ni aun su informidad te agradara si no fuese hecha luz, no por la existencia,
sino por la intuición de la luz que ilumina y adhesión a ella, para que lo que
de algún modo vive, y lo que vive felizmente, no lo deba sino a tu gracia,
convirtiendo a mejor, hacia aquello que no es susceptible de cambio ni a mejor
ni a peor. Lo cual eres tú solo, porque tú solo eres el único Ser simplicísimo
para quien no es cosa distinta la vida y la vida feliz, porque tu ser es tu
felicidad.
CAPÍTULO IV
Nada hizo Dios por necesidad
5. Pero
¿acaso te faltaría algo en cuanto Bien, cual eres tú para ti, aunque estas cosas
no existieran en modo alguno o permanecieran informes, las cuales hiciste tú no
por necesidad, sino por la plenitud de tu bondad, reduciéndolas y dándoles
forma, aunque no como si tu gozo hubiera de ser completado con ellas? No, sino
que, como a perfecto, te desagrada su imperfección, para que tú las perfecciones
y te agraden, aunque no como a imperfecto, como si tú hubieras de perfeccionarte
con su perfección.
Pero tu Espíritu bueno se cernía (superferebatur)
sobre las aguas9 no llevado por ellas, como si en ellas descansara. Porque en
quienes se dice que descansa tu espíritu, más bien son ellos los que descansan
en él. Y tu voluntad se cernía incorruptible e incontaminable, bastándose ella
misma en sí para sí, sobre aquella vida que habías creado, y para la cual no es
lo mismo vivir que vivir felizmente, ya que vive aún flotando en su oscuridad, y
a la que resta convertirse a aquel por quien ha sido hecha, y vivir más y más en
la fuente de la vida, y ver en su luz la luz10, y así perfeccionarse, iluminarse
y ser feliz.
CAPÍTULO V
Esbozo de la Trinidad
6. He aquí
que ante mí aparece como en enigma la Trinidad, que eres tú, Dios mío. Porque
tú, Padre, en el principio de nuestra Sabiduría, que es tu Sabiduría, nacida de
ti y coeterna contigo, esto es, en tu Hijo, hiciste el cielo y la tierra.
Muchas cosas hemos dicho ya del cielo del cielo, y de la tierra invisible y
caótica, y del abismo tenebroso según la defectibilidad vagarosa de la
informidad espiritual en que hubiera permanecido si no se hubiese convertido a
aquel que le había dado aquella especie de vida y mediante la iluminación se
hubiese hecho vida hermosa y llegado a ser cielo del cielo11 de aquel que
después fue hecho entre agua y agua12.
Ya tenía, pues, al Padre, en el
nombre de Dios, que hizo estas cosas; y al Hijo, en el nombre del principio en
el cual las hizo; y creyendo a mi Dios trinidad, como la creía, tal yo le
buscaba en sus sagrados oráculos; y ved que tu Espíritu se cernía sobre las
aguas13 He aquí a mi Dios trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, creador de
todas las cosas.
CAPÍTULO VI
Aparece el Espíritu Santo
7.
Pero ¿cuál era la causa, ¡oh Luz verídica!, a quien acerco mi corazón para que
éste no me enseñe cosas vanas y disipe en él sus tinieblas?; dime, te ruego por
la caridad, que es mi madre; dime, te suplico, ¿cuál era la causa de que,
después de nombrados el cielo y la tierra invisible y caótica y las tinieblas
sobre el abismo, nombrase entonces tu Escritura a tu Espíritu? ¿Acaso porque
convenía insinuarle así a fin de poder decir de él que se cernía, lo cual no
pudiera decirse si antes no se mencionara aquello sobre lo que se pudiese
entender que se cernía tu Espíritu? Porque ni se cernía sobre el Padre ni sobre
el Hijo, y, sin embargo, no podría decirse propiamente que se cernía si no fuera
sobre alguna cosa.
Así que era preciso que se nombrase primeramente
aquello sobre lo que se cernía, y luego aquel a quien no convenía mencionar de
otro modo sino diciendo que se cernía. Pero ¿por qué no convenía insinuarle de
otro modo sino diciendo que se cernía sobre algo?
CAPÍTULO VII
La
obra del Espíritu Santo
8. A partir ya de aquí, siga el que pueda con el
pensamiento a tu Apóstol, que dice: La caridad se ha difundido en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado14, y en orden a las cosas
espirituales nos enseña y muestra la sobreeminente senda15 de la caridad, y
dobla la rodilla por nosotros ante ti, para que conozcamos la ciencia
sobreeminente de la caridad de Cristo16; y que ésta es la razón por qué desde el
principio se cernía de un modo de un modo sobreeminente sobre las aguas.
¿A quién hablaré yo y cómo le hablaré del peso de la concupiscencia que nos
arrastra hacia el abrupto abismo, y de la elevación de la caridad por tu
Espíritu, que se cernía sobre las aguas? ¿A quién hablaré y cómo hablaré? Porque
aquí no se trata de lugares donde somos sumergimos o emergidos. ¿Qué cosa más
semejante y más desemejante a la vez? Se trata de afectos, se trata de amores.
De un lado, la inmundicia de nuestro espíritu corriendo a lo más ínfimo por amor
de los afanes; y de otro, tu santidad elevándonos a lo más alto por amor de la
seguridad, para que tengamos nuestros corazones arriba hacia ti, allí donde tu
Espíritu se cierne sobre las aguas, y de este modo vengamos al descanso
sobreeminente, apenas haya pasado nuestra alma las aguas que son sin
sustancias17.
CAPÍTULO VIII
Toda abundancia fuera de Dios es
penuria
9. Cayó el ángel, cayó el alma del hombre, y con ello señalaron
cuál hubiera sido el abismo de la creación espiritual en la profundidad
tenebrosa si no hubieras dicho desde el principio: Hágase la luz y no hubiese
sido hecha la luz18 y se adhiriese a ti obediente toda inteligencia de la
celestial ciudad y descansase en tu Espíritu, que se cierne inmutablemente sobre
todo lo mudable. De otro modo, aun el mismo cielo del cielo, que ahora es luz en
el Señor19, hubiera sido en sí mismo tenebroso abismo.
Porque aun en la
misma mísera inquietud de los espíritus caedizos, que dan a entender sus
tinieblas desnudas del vestido de tu luz, claramente nos muestras cuán grande
hiciste la criatura racional, para cuyo descanso feliz nada es bastante que sea
menos que tú, por lo cual ni aun ella misma se basta a sí. Porque tú, Señor
nuestro, iluminarás nuestras tinieblas; pues de ti nacen nuestros vestidos y
nuestras tinieblas serán como un mediodía20.
Dáteme a mí, Dios mío, y
devuélvete a mí. He aquí que te amo, y si aún es poco, que yo te ame con más
fuerza. No puedo medir a ciencia cierta cuánto me falta del amor para que sea
bastante, a fin de que mi vida corra entre tus abrazos y no me aparte hasta que
sea escondida en lo escondido de tu rostro21.
Esto sólo sé: que me va mal
lejos de ti, no solamente fuera de mí, sino aun en mí mismo; y que toda
abundancia mía que no es mi Dios, es indigencia.
CAPÍTULO IX
Mi
amor es mi peso
10. Pero ¿por ventura, el Padre o el Hijo no se cernían
sobre las aguas? Si se entiende por locomoción corporal, tampoco se cernía el
Espíritu Santo; mas si es por la eminencia de la inconmutable divinidad sobre
todo lo mudable, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo se cernían sobre las
aguas. Pero entonces, ¿por qué se ha dicho esto únicamente de tu Espíritu? ¿Por
qué se ha dicho únicamente de él esto, como si fuera un lugar donde estuviese,
él que no es lugar y del que sólo se ha dicho que es don tuyo?22 En tu Don
descansamos: allí te gozamos. Nuestro descanso es nuestro lugar. El amor nos
levanta a allí y tu Espíritu bueno exalta nuestra humildad de las puertas de la
muerte23. Nuestra paz está en tu buena voluntad. El cuerpo, por su peso, tiende
a su lugar. El peso no sólo impulsa hacia abajo, sino al lugar de cada cosa. El
fuego tira hacia arriba, la piedra hacia abajo. Cada uno es movido por su peso y
tiende a su lugar. El aceite, echado debajo del agua, se coloca sobre ella; el
agua derramada encima del aceite se sumerge bajo el aceite; ambos obran conforme
a sus pesos, y cada cual tiende a su lugar.
Las cosas menos ordenadas se
hallan inquietas: se ordenan y descansan. Mi peso es mi amor (pondus meum, amor
meus...), él me lleva doquiera que soy llevado. Tu Don nos enciende y por él
somos llevados hacia arriba: nos enardecemos y caminamos; subimos las
ascensiones dispuestas en nuestro corazón24 y cantamos el Cántico de las gradas
o subidas25. Con tu fuego, sí; con tu fuego santo nos enardecemos y caminamos,
porque caminamos para arriba, hacia la paz de Jerusalén, porque me he deleitado
de las cosas que aquéllos me dijeron: Iremos a la casa del Señor26. Allí nos
colocará la buena voluntad, para que no queramos más que permanecer eternamente
allí.
CAPÍTULO X
Felicidad de los ángeles iluminados
11.
Bienaventurada la criatura [espiritual] que no ha conocido otro estado, que
hubiera sido el suyo, si luego que fue hecha, sin intervalo de tiempo, no
hubiera sido exaltada por tu Don, que se cierne sobre todo lo mudable hacia
aquel llamamiento por el cual dijiste: Hágase la luz, y la luz se hizo. Porque
en nosotros se distingue el tiempo en que fuimos tinieblas y el tiempo en que
hemos sido hechos luz; pero en aquélla se dijo lo que hubiera sido de no ser
iluminada, y se dijo de este modo, como si primero hubiera sido fluida y
tenebrosa, para que apareciese la causa por la cual se ha hecho que sea otra,
esto es, para que, vuelta hacia la luz indeficiente, fuese también luz. Quien
sea capaz, entienda, o te lo pida a ti. ¿Por qué me ha de molestar a mí, como si
yo fuera el que ilumino a todo hombre que viene a este mundo?27
CAPÍTULO
XI
Imagen de la Trinidad en la criatura racional
12. ¿Quién será
capaz de comprender la Trinidad omnipotente? ¿Y quién no habla de ella, si trata
de ella? Rara es la persona que, cuando habla de ella, sabe lo que dice. Y se
discute, se polemiza, pero nadie beligerante puede contemplar esta visión.
Quisiera yo que los hombres reflexionaran sobre tres cosas que tienen en su
interior. Estas tres realidades son muy distintas de aquella Trinidad. Pero las
digo para que se ejerciten en sí mismos y prueben y sientan cuán diferentes son.
Y las tres cosas que digo son: ser, conocer, querer. Porque yo soy, el que
conoce y quiere; yo conozco que soy y quiero; yo quiero ser y conocer. Vea, por
tanto, quien pueda, cuán inseparable es la vida en estas tres cosas, siendo una
la vida, y una la inteligencia, y una la esencia; y, finalmente, cuán
inseparable es la distinción, siendo así que hay distinción. Ciertamente que
cada uno en presencia de sí profundice en sí mismo, se autoanalice y que después
me hable. Y cuando hubiere descubierto algo sobre esto y acierte a expresarlo,
no por eso piense haber encontrado aquel Ser que es inmutable sobre todas las
cosas, y existe inmutablemente, y conoce inmutablemente, y quiere
inmutablemente.
Ahora bien, ¿es la existencia en Dios de esta triplicidad
de cosas lo que constituye la Trinidad? ¿Y cada una de esta triplicidad se da en
las tres personas divinas y en cada una de ellas? ¿y se realizan lo uno y lo
otro en Dios de modo maravilloso en una simplicidad que es también multiplicidad
siendo la Trinidad en sí y para sí fin infinito, por el cual ella es, se conoce
a sí misma y se basta inmutablemente en virtud de la grandeza ubérrima de su
unidad? ¿quién podrá fácilmente imaginarlo? ¿Quién podrá explicarlo de algún
modo? ¿Quién se atreverá a definirlo de alguna manera sin incurrir en temeridad?
CAPÍTULO XII
Creación espiritual humana por el bautismo
13.
¡Adelante en tu confesión, oh fe mía! Di al Señor tu Dios: Santo, Santo, Santo,
Señor Dios mío28; en tu nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, hemos sido
bautizados29, en tu nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, bautizamos30; porque
también entre nosotros hizo Dios en su Cristo el cielo y la tierra31, los
espirituales y carnales de tu Iglesia; y nuestra tierra, antes de recibir la
forma de tu doctrina, era invisible y caótica [incomposita]32 y estábamos
cubiertos con las tinieblas de la ignorancia, porque a causa de la iniquidad
instruiste al hombre33, y tus juicios son como grandes abismos34.
Pero,
porque tu Espíritu se cernía sobre las aguas, no abandonó tu misericordia
nuestra miseria, y así dijiste Hágase la luz35. Haced penitencia, porque se ha
acercado el reino de los cielos: haced penitencia36. Hágase la luz. Y porque
nuestra alma se había conturbado dentro de nosotros mismos, nos acordamos de ti,
Señor, desde la tierra del Jordán y del monte igual a ti37, pero hecho pequeño
por causa nuestra; y así nos desagradaron nuestras tinieblas, y nos convertimos
a ti y se hizo la Luz. Y ved cómo, habiendo sido algún tiempo tinieblas, somos
ahora luz en el Señor38.
CAPÍTULO XIII
Luz de fe, no de visión
14. Pero esto [luz] lo somos por fe, no por visión39; porque por la
esperanza estamos salvos; y la esperanza que ve no es esperanza40. Todavía el
abismo llama al abismo, mas ya es en la voz de tus cataratas41. Ni siquiera
aquel mismo que dice: No puedo hablaros como a espirituales, sino como a
carnales42, ni aun aquel juzga haber alcanzado el término, y, olvidado de lo que
queda atrás, avanza hacia las realidades que tiene delante43, y gime agobiado y
tiene su alma sed del Dios vivo, como los ciervos de las fuentes de las aguas, y
dice: ¿Cuándo llegaré?44, deseoso de ser revestido de su morada celestial45: y
llama al abismo inferior, diciendo: No queráis conformaros con este mundo, sino
reformaos en la novedad de vuestra mente46, y no queráis haceros niños en la
inteligencia, sino sed niños por la malicia para que seáis perfectos en la
mente47, y ¡Oh insensatos gálatas!, ¿quién os ha fascinado?48 Pero, no ya en su
palabra, sino en la tuya, nos enviaste a tu Espíritu de lo alto por medio de
aquel que ascendió a lo alto y abrió las cataratas de sus dones49 para que las
impetuosas crecidas del río alegrasen tu ciudad50. Porque por él suspira el
amigo del esposo51, teniendo ya en él las primicias de su espíritu, mas todavía
gimiendo en sí mismo, esperando la adopción, redención de su cuerpo52. Por él
suspira, porque es miembro de la esposa; y por él se preocupa, porque es amigo
del esposo: por él se preocupa, no para sí, porque no ya con la voz suya, sino
con el estruendo de tus cataratas, llama a otro abismo53 al que la preocupación
le llena de temor, no sea que como la serpiente sedujo con su astucia a Eva, así
también sean corrompidos sus sentidos, degenerando de aquella pureza que hay en
nuestro esposo, tu Unigénito54. Y ésta es aquella luz de visión que gozaremos
cuando le contemplemos tal cual es55, y hayan pasado las lágrimas, que
constituyen mi pan día y noche, en tanto que todos los días se me dice: ¿dónde
está tu Dios?56
CAPÍTULO XIV
Angustia y esperanza hasta la luz de
la gloria
15. También yo digo: ¿Dónde estás, Dios mío? He aquí que donde
estás siento en ti un leve respiro57, al derramar mi alma sobre mí en el grito
de alegría y alabanza del que celebra una festividad58. Con todo, aún está
triste mi alma, porque vuelve a caer y a ser abismo, o más bien siente que
todavía es abismo.
Mi fe, que encendiste en la noche delante de mis
pasos, le dice: ¿Por qué estás triste, alma mía, y por qué me conturbas?59
Espera en el Señor; su palabra es lámpara para tus pasos60. Espera y persevera
hasta que pase la noche, madre de los inicuos; hasta que pase la ira del Señor,
de la cual fuimos hijos nosotros cuando fuimos tinieblas, cuyos residuos
arrastramos aún en este cuerpo muerto por el pecado61, hasta tanto que alboree
el día y sean disipadas las sombras62. Espera en el Señor: Mañana estaré ante
él, y le contemplaré, y le alabaré eternamente63. Mañana estaré ante él, y veré
la salud de mi rostro64, mi Dios, quien vivificará nuestros cuerpos mortales por
causa del Espíritu que habita en nosotros65, porque sobre nuestro interior
tenebroso e inestable se cernía misericordiosamente.
De ahí que hayamos
recibido en este peregrinaje una prenda, para que seamos ya luz, en tanto que
somos hechos salvos por la esperanza, e hijos de la luz e hijos del día, no
hijos de la noche ni de las tinieblas66, lo que fuimos, sin embargo. Entre las
cuales y nosotros, aun en esta incertidumbre de la ciencia humana? sólo tú haces
distinción, tú que pruebas nuestros corazones y llamas día a la luz y tinieblas
a la noche67. Porque ¿quién es el que nos discierne sino tú? Y ¿qué tenemos que
no lo hayamos recibido de ti68, nosotros, vasos de honor, sacados de la misma
arcilla de la que otros han sido hechos vasos de ignominia?69
CAPÍTULO XV
Firmamento espiritual es la autoridad de la Escritura
16. ¿Y quién
sino tú, Dios nuestro, hizo para nosotros y sobre nosotros ese firmamento de
autoridad en tu divina Escritura? Porque el cielo se plegará como un libro70,
mas ahora se extiende como una piel sobre nosotros71. Porque de más sublime
autoridad está revestida tu divina Escritura después que rindieron tributo a
esta vida mortal aquellos mortales [hagiógrafos] por cuyo medio nos comunicaste
aquélla. Y tú sabes, Señor, tú sabes cómo vestiste de pieles a los hombres
cuando se hicieron mortales por el pecado. Por eso extendiste como una piel72 el
firmamento de tu libro, tus concordes palabras, las cuales por ministerio de
mortales colocaste sobre nosotros. Porque con la muerte misma de éstos se
extendió de modo sublime sobre todas las cosas que tiene debajo la solidez de la
autoridad de tus palabras, dadas a luz por ellos la cual, viviendo ellos aquí,
no se hallaba tan sublimemente extendida, pues todavía no habías extendido el
cielo como una piel ni habías aún dilatado la fama de su muerte por todas
partes.
17. Veamos, Señor, los cielos, obra de tus dedos73; purifica
nuestros ojos de la nube con que los tienes velados. Allí está tu testimonio,
dando sabiduría a los pequeñuelos74. Saca, Señor, tu alabanza de la boca de los
niños, y que aún maman75. Porque no conocemos otros libros que tanto destruyan
la soberbia, que tanto desbaraten al enemigo y defensor76 que resiste a tu
conciliación, defendiendo sus pecados. No conozco, Señor, no conozco otros
oráculos tan puros que tanto me persuadan a la confesión, y sometan mi cerviz a
tu yugo, y me inviten a servirte gratis. ¡Que yo los entienda, Padre bueno!
Concédeme esto a mí, ya sometido, puesto que para los sometidos las has
establecido.
18. Otras aguas hay sobre este firmamento, a lo que yo creo
inmortales y al abrigo de toda corrupción terrena. Alaben tu nombre, alábente
los pueblos supracelestes de tus ángeles, los cuales no tienen necesidad de
mirar este firmamento y conocer tu palabra leyendo. Porque ven siempre tu faz77
y allí leen sin las sílabas de los tiempos lo que quiere tu voluntad eterna.
Leen, eligen y aman; leen siempre y nunca pasa lo que leen; porque eligiendo y
amando leen la misma inmutabilidad de tu consejo. No se cierra su códice ni se
pliega su libro; porque tú mismo eres para ellos esto, y tú eres eternamente,
porque tú los ordenaste sobre este firmamento, que afirmaste sobre la flaqueza
de los pueblos inferiores, en donde viesen y conociesen tu misericordia, que te
anuncia temporalmente a ti, que hiciste los tiempos. Porque en el cielo, Señor,
está tu misericordia y tu verdad sobre las nubes78. Pasan las nubes, mas el
cielo permanece. Pasan los predicadores de tu palabra, de esta vida a otra vida;
pero tu Escritura se extiende hasta el fin sobre los pueblos. Y pasarán el cielo
y la tierra, pero tus palabras no pasarán79; se plegará la piel, y el heno sobre
el que se extendía pasará con su brillantez; mas tu palabra permanecerá
eternamente80. Lo cual se nos muestra ahora en el enigma de las nubes y en el
espejo del cielo, no como realmente es; porque también nosotros, aunque seamos
amados de tu Hijo, no se nos ha mostrado aún lo que seremos81. Miró a través del
velo de la carne y nos acarició y nos inflamó, y corrimos tras su aroma82. Pero
cuando apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es83; tal
cual es, Señor, nuestra capacidad de visión, que todavía no tenemos.
CAPÍTULO XVI
Solo Dios inmutable se comprende a sí mismo
19.
Porque así como tú tienes la totalidad del ser, así tú solo conoces, tú que eres
inmutablemente y conoces inmutablemente, y quieres inmutablemente. Y tu esencia
conoce y quiere inmutablemente; y tu ciencia existe y quiere inconmutablemente,
y tu voluntad existe y conoce inconmutablemente. Ni parece cosa justa en tu
presencia que del mismo modo que se conoce a sí misma la luz inconmutable, sea
así conocida del entendimiento mudable iluminado. De ahí que mi alma esté
delante de ti como tierra sin agua84; pues así como de suyo no puede iluminarse
a sí misma, así tampoco puede saciarse de sí misma. Porque así como está en ti
la fuente de la vida, así en tu luz veremos la luz85.
CAPÍTULO XVII
Alegoría del mar y tierra seca de las almas
20. ¿Quién ha juntado a
los amargados (amaricantes) en una sociedad? Porque idéntico es para ellos el
fin temporal y la felicidad terrena, por la que hacen todas las cosas fluctuando
por la innumerable diversidad de afanes. ¿Quién sino tú, Señor, que dijiste que
se congregasen las aguas en una sola masa y apareciese la tierra árida, sedienta
de ti? Porque tuyo es el mar, y tú lo hiciste, y tus manos plasmaron la tierra
seca86. Porque no se llama mar a la amargura de voluntades, sino a la reunión de
aguas. Porque también tú enfrenas los malos apetitos de las almas y les pones
límites hasta donde permites que avancen las aguas, para que en ellos se rompa
el oleaje haciendo así el mar según el orden de tu imperio que se extiende sobre
todas las cosas.
21. Pero las almas sedientas de ti y que aparecen ante
ti separadas de la sociedad del mar por otro fin, tú las riegas con una fuente
secreta y dulce, a fin de que la tierra dé su fruto. Da, sí; su fruto, y
mandándolo tú, su Dios y Señor, produce nuestra alma obras de misericordia según
su género, amando a su prójimo con el socorro de las necesidades carnales,
teniendo en sí la semilla de aquél por razón de la semejanza87 porque por
nuestra flaqueza es por lo que nos compadecemos y movemos a socorrer a los
indigentes, del mismo modo que quisiéramos nosotros que se nos socorriese si nos
hallásemos en la misma necesidad; y ello no sólo en las cosas fáciles, como en
hierba seminal, sino también en la protección de una ayuda robusta y fuerte,
como árbol fructífero, esto es, benéfico, para arrancar al que padece injuria de
la mano del poderoso; dándole sombra de protección con el roble poderoso del
justo juicio.
CAPÍTULO XVIII
Místicas lumbreras del cielo o
alegoría de las actividades apostólicas
22. De este modo, Señor, te
ruego, de este modo te ruego que nazca —como tú lo haces, y como tú das la
alegría y la facultad—, nazca de la tierra la verdad y mire la justicia, desde
el cielo88, y sean hechos lumbreras en el firmamento89. Partamos con el
hambriento nuestro pan, e introduzcamos en casa al necesitado sin techo,
vistamos al desnudo y no despreciemos a los domésticos de nuestra semilla90. A
tales frutos nacidos en la tierra atiende, Señor, porque es bueno; y brote
nuestra luz mañanera91 y, obtenido, a cambio de esta inferior cosecha de la
acción, la inteligencia de la palabra de la vida superior en las delicias de la
contemplación, aparezcamos en el mundo como lumbreras, adheridos al firmamento
de tu Escritura.
Allí, en efecto, discutes con nosotros, para que hagamos
distinción entre las cosas inteligibles y sensibles, como entre el día y la
noche y entre las almas dadas a las cosas inteligibles y a las sensibles, a fin
de que no seas tú sólo ya el que en lo escondido de tu juicio, como antes de que
fuera hecho el firmamento, hagas distinción entre la luz y las tinieblas, sino
también tus espirituales [criaturas], colocadas y diferenciadas en el mismo
firmamento, luzcan tu gracia manifestada por todo el orbe sobre la tierra, y
hagan distinción entre el día y la noche y signifiquen los tiempos92, porque lo
viejo pasó y has urgido lo nuevo93, y porque ahora está más cerca nuestra salud
que cuando creímos94, y porque la noche ha precedido y se acercó el día95, y
porque bendices la corona de tu año96, enviando operarios a tu mies, en cuya
siembra otros habían trabajado97, y enviándolos a otra sementera, cuya mies se
recogerá al fin [del mundo].
Así cumples los votos del deseoso y bendices
los años del justo, mas tú eres el mismo, y en tus años, que no mueren98,
preparas el hórreo para los años que pasan.
23. Porque con eterno consejo
derramas a sus propios tiempos bienes celestiales sobre la tierra; porque a uno
le es dado por el Espíritu la palabra de sabiduría, como a lumbrera mayor, en
favor de aquellos que se deleitan con la luz de la verdad clara, como en el
principio del día; a otro le es otorgada la palabra de ciencia, según el mismo
Espíritu, como a lumbrera menor; a otro la fe, a otro el don de curaciones, a
otro el poder de milagros, a otro la profecía, a otro la discreción de
espíritus, a otro el don de lenguas99 todos estos dones [últimos] son como
estrellas. Porque todos ellos los obra uno e idéntico Espíritu, que reparte sus
dones a cada uno como le place, y hace aparecer estrellas en sitio visible para
utilidad de todos100. La palabra de la ciencia, en la que están contenidos todos
los misterios101 que cambian con los tiempos, es semejada a la luna; pero la
restante lista de dones, que hemos mencionado después como estrellas, cuanto más
difieren de aquella claridad de la sabiduría de que goza el precitado día, tanto
se hallan más en el principio de la noche. Porque tales dones eran necesarios a
aquellos a quienes aquel tu siervo prudentísimo no podía hablar como a
espirituales, sino como a carnales, aquel, digo, que hablaba la sabiduría entre
los perfectos102. Pero como hombre animal, como niño en Cristo que se alimenta
de leche, mientras no se robustezca para tomar alimento sólido y fortalezca su
vista para contemplar el sol, no abandone su noche, antes conténtese con la luz
de la luna y de las estrellas. Estas cosas tienes dispuestas muy sabiamente para
nosotros, Dios nuestro, en tu libro, en tu firmamento, a fin de que discernamos
todas las cosas con admirable contemplación, aunque sea todavía según los
signos, y los tiempos, y los días, y los años.
CAPÍTULO XIX
Disposición del alma apostólica
24. Pero ante todo, lavaos, purificaos,
arrancad la maldad de vuestras almas y de la presencia de mi vista103, a fin de
que aparezca la tierra árida. Aprended a hacer bien, juzgad al pupilo, haced
justicia a la viuda104, para que la tierra produzca hierba tierna y árboles
frutales; y luego venid, dice el Señor, disputemos, a fin de que sean hechas las
lumbreras en el firmamento del cielo y luzcan sobre la tierra105.
Aquel
rico quería saber del Maestro bueno qué debía hacer para conseguir la vida
eterna. Dígale el Maestro bueno —a quien él juzgaba hombre y nada más, pero que
realmente es bueno porque es Dios—, dígale que si quiere conseguir la vida,
guarde tus mandamientos separe de sí lo amargo de la malicia y de la iniquidad;
que no mate, no fornique, no hurte, no diga falsos testimonios, a fin de que
aparezca la tierra seca, y germine el honor de la madre y del padre y la
dilección del prójimo.
Todo esto —dijo— lo he practicado. ¿De dónde,
pues, tantas espinas si es tierra fructífera? Vete, arranca los espesos zarzales
de la avaricia, vende lo que posees, y llénate de frutos dándolo todo a los
pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y sigue al Señor si quieres ser
perfecto106, en compañía de aquellos entre quienes habla la sabiduría, aquel que
conoce qué se debe dar al día y qué a la noche, como lo conoces tú, a fin de que
sean también para ti lumbreras en el firmamento del cielo, lo cual no se hará si
no estuviese allí tu corazón, ni tampoco podrá ser si no estuviera allí tu
tesoro107, como oíste del Maestro bueno. Pero se contristó la tierra estéril y
las espinas sofocaron la palabra108.
25. Pero vosotros, raza escogida109,
lo más débil del mundo110, que dejasteis todas las cosas para seguir al Señor,
id tras él, confundid a los fuertes; id tras él, pies especiosos, y lucid en el
firmamento, para que los cielos narren su gloria dividiendo entre la luz de los
perfectos, aunque no como la de los ángeles, y las tinieblas de los pequeñuelos,
aunque no de los desesperados: lucid sobre toda tierra, y el día, incandescente
por el sol, anuncie al día la palabra de la sabiduría; y la noche, esclarecida
por la luna, anuncie a la noche la palabra de la ciencia111. La luna y las
estrellas lucen en la noche, mas no las oscurece la noche, porque ellas mismas
la iluminan, según su capacidad.
Ved aquí como si Dios dijera: Háganse
lumbreras en el firmamento del cielo, y al punto se oyó un sonido del cielo,
como si sonara un viento vehemente, y fueron vistas lenguas divididas como de
fuego, el cual se puso sobre cada uno de ellos112, y fueron hechas las lumbreras
en el firmamento del cielo, teniendo palabras de vida. Discurrid por todas
partes, fuegos santos, fuegos hermosos. Vosotros sois la luz del mundo, y no
estáis debajo del celemín113. Ha sido exaltado Aquel a quien os juntasteis, y os
exaltará a vosotros. Discurrid y dadle a conocer a todas las gentes.
CAPÍTULO XX
Simbolismos del agua
26. Conciba aún el mar, y dé a
luz tus obras, y las aguas produzcan reptiles de almas vivas. Porque, separando
lo precioso de lo vil, habéis sido hechos boca de Dios114, por la que dice:
Produzcan las aguas, no el alma viva que debe producir la tierra, sino reptiles
de almas vivas y volátiles que, vuelen sobre la tierra115. Porque tus
sacramentos, ¡oh Dios! reptaron por las obras de tus santos en medio de las olas
de las tentaciones del siglo, para imbuir a las gentes con tu nombre en tu
bautismo116. Y de ellos algunos fueron hechos grandezas maravillosas, como los
grandes cetáceos, y las voces de tus mensajeros volando sobre la tierra junto al
firmamento de tu libro, propuesto a sí mismo como autoridad, bajo la cual
revoloteen adondequiera que vayan. Porque no hay lengua ni palabras en las que
no se oigan sus voces de ellos, habiéndose extendido por todo el mundo sus
sonidos y llegado sus palabras hasta los confines de la tierra117, porque tú,
Señor, bendiciéndolas, las multiplicaste.
27. ¿Miento yo, por ventura, o
soy un mistificador y no distingo los claros conocimientos de estas cosas en el
firmamento del cielo, así como las obras corporales en el proceloso mar y por
debajo del firmamento del cielo? Porque de las cosas susodichas existen nociones
sólidas y cabales, que no reciben aumento de las generaciones, como las luces de
la sabiduría y de la ciencia. De estas mismas cosas existen operaciones
corporales muchas y varias, y creciendo una de otra se multiplican con tu
bendición, ¡oh Dios!, que has tenido a bien reparar el fastidio de los sentidos
mortales, para que en el conocimiento del alma la cosa que es única sea por las
mociones del cuerpo figurada y dicha de muchos modos. Las aguas produjeron estas
cosas, pero en tu palabra. Las necesidades de los pueblos extraños a la
eternidad de tu verdad produjeron estas cosas, pero en tu Evangelio; porque las
mismas aguas arrojaron éstas, cuya amarga languidez fue causa de que éstas
saliesen a luz por tu palabra.
28. Hermosas son todas las cosas
haciéndolas tú; mas he aquí que tú, que las has hecho todas, eres
inenarrablemente más hermoso. Si Adán no se hubiera apartado de ti por la caída,
de su seno no se hubiera difundido el salitre del mar, es decir, el linaje
humano profundamente curioso, y procelosamente hinchado, e inestablemente
fluido; y así no hubiera sido necesario que tus ministros obrasen místicos
hechos y dichos corporal y sensiblemente en muchas aguas. Pues así se me han
presentado ahora los reptiles y volátiles, por los cuales imbuidos los hombres e
iniciados, sometidos a sacramentos corporales, no fuesen más allá, a no ser que
el alma viviese espiritualmente en otro grado y mirase a la consumación después
de la palabra del principio.
CAPÍTULO XXI
Simbolismos de la tierra
29. Y por esta razón, por tu palabra, no es ya la profundidad del mar, sino
la tierra separada de lo amargo de las aguas, la que produce, no los reptiles de
almas vivas y los volátiles, sino el alma viva. Porque ya no tiene necesidad del
bautismo, necesario para los gentiles, como la tenía cuando estaba anegada por
las aguas, pues ya no se entra de otro modo en el reino de los cielos desde que
tú estableciste que se entrase de esa manera. Ni busca las grandezas de tus
maravillas, para que tenga fe, puesto que no es de aquellos que no creen si no
vieren signos y prodigios118, estando ya separada la tierra fiel de las aguas
del mar amargas en su infidelidad; y sabe que las lenguas son signos no para los
fieles, sino para los infieles119.
Tampoco tiene necesidad la tierra, que
fundaste sobre las aguas, de este género volátil, que las aguas produjeron por
tu palabra. Envía a ella tu palabra por medio de tus nuncios —puesto que, aunque
narramos sus obras, tú eres, sin embargo, quien obras en ellos— y produzcan el
alma viva. La tierra la produce, porque la tierra es causa de que éstas se obren
en ella, como fue la causa el mar de que se produjesen los reptiles de alma viva
y los volátiles que vuelan debajo del firmamento del cielo, de los cuales ya no
tiene necesidad la tierra aunque coma el pez, sacado del profundo, en aquella
mesa que preparaste delante de los fieles120; porque por eso fue sacado del
profundo, para que alimente a la tierra seca.
También las aves son
generación marina: no obstante, se multiplican sobre la tierra. Porque la
infidelidad de los hombres fue causa de las primeras voces de los
evangelizadores, aunque también los fieles son exhortados y bendecidos por ellos
de mil modos de día en día. Pero el alma viviente toma su principio de la
tierra, porque ya no aprovecha a los fieles, sino el contenerse del amor de este
mundo, para que viva para ti su alma, que estaba muerta viviendo en delicias121,
en delicias mortíferas, Señor; porque tú solo eres la delicia vivificadora de un
corazón puro.
30. Trabajen, pues, ya en la tierra tus ministros, no como
en las aguas de la infidelidad, anunciando y hablando por milagros, sacramentos
y voces místicas que atraen la atención de la ignorancia, madre de la
admiración, por el temor de estos signos misteriosos —porque tal es la entrada a
la fe en los hijos de Adán olvidados de ti en tanto que se esconden de tu faz y
se hacen abismo—, sino trabajen también como en la tierra seca, separada de los
peligros del abismo, y sean para los fieles modelo viviendo entre ellos
excitándolos a la imitación. Porque de este modo oyen no sólo para oír, sino
también para obrar. Buscad a Dios y vivirá vuestra alma122, para que la tierra
produzca el alma viva. No queráis conformaros con este mundo123, absteneos de
él. Evitando aquellas cosas que apeteciéndolas muere, es como vive el alma.
Absteneos de la cruel firmeza de la soberbia, de la indolente voluptuosidad de
la lujuria y del nombre falaz de la ciencia, a fin de que sean las bestias
amansadas, y los brutos domados, y las serpientes inocuas. Movimientos de alma
son éstos de un sentido alegó rico; pero el fausto del orgullo, y el deleite de
la libídine, y el veneno de la curiosidad son movimientos de un alma muerta;
porque no muere ésta de modo que carezca de todo movimiento, sino que muere
apartándose de la fuente de la vida, y ya así es recibida por el mundo pasajero
y se conforma con él.
31. Pero tu Palabra, ¡oh Dios!, es fuente de vida
eterna y no pasa; por eso en tu palabra es cohibido aquel apartamiento de él,
cuando se nos dice: No queráis conformaros con este siglo, para que la tierra
produzca en la misma fuente de la vida el alma viviente, y en tu palabra, por
medio de tus evangelistas, un alma continente, imitando a los imitadores de tu
Cristo. Porque esto es lo que quieren decir las palabras según su género, porque
la emulación del varón viene del amigo: Haceos —dice— como yo, pues yo me hago
como vosotros124. Así en el alma viva habrá bestias buenas por la mansedumbre de
sus acciones. Porque tú lo has ordenado diciendo: Haz tus obras con mansedumbre
y serás amado de todo hombre125. También habrá brutos buenos, que no estarán
hartos si comieren, ni necesitados si no comieren; y serpientes buenas, no
perniciosas para dañar, sino astutas para defenderse, y que exploran la
naturaleza temporal en tanto cuanto basta para que por la inteligencia de las
cosas creadas vislumbren la eternidad126. Porque tales animales sirven a la
razón cuando, refrenados para que no hagan progresos mortíferos, viven y son
buenos.
CAPÍTULO XXII
La criatura humana a imagen y semejanza de
Dios
32. Porque he aquí, Señor Dios nuestro y creador nuestro, que cuando
fueren cohibidas del amor del siglo aquellas afecciones con las cuales
moriríamos viviendo mal, y comenzare a ser alma viviente viviendo bien, y fuere
cumplida tu palabra, que dijiste por tu Apóstol: No queráis conformaros con este
siglo, se seguirá también aquello otro que añadiste al punto y dijiste:
reformaos en la novedad de vuestra mente127, no ya según su género, como
imitando al prójimo que nos precede, ni viviendo según la autoridad de un hombre
mejor. Porque no dijiste: «Sea hecho el hombre según su género», sino: Hagamos
al hombre a nuestra imagen y semejanza128, para que nosotros probemos cuál sea
tu voluntad. Pues a este fin, aquel tu dispensador, engendrando hijos por el
Evangelio y no queriendo tener siempre de párvulos a estos que él nutriera con
leche y fomentara como una nodriza, dijo: Reformaos en la novedad de vuestra
mente a fin de conocer la voluntad de Dios y qué sea lo bueno, agradable y
perfecto129. Y por eso no dices: Sea hecho el hombre, sino: Hagámosle; ni dices
según su género, sino a imagen y semejanza nuestra. Porque, renovado en la mente
y contemplando tu verdad inteligible, no necesita de hombre que se la muestre
para que imite a su género, sino que, teniéndote por guía, él mismo conoce cuál
sea tu voluntad y qué es lo bueno, agradable y perfecto; y ya capaz, tú le
enseñes a ver la Trinidad de su Unidad o la Unidad de su Trinidad. Y por eso
habiendo dicho en plural: Hagamos al hombre, añadió en singular: e hizo Dios al
hombre; y a lo dicho en plural: a imagen nuestra, repuso en singular: a imagen
de Dios. Así es como el hombre se renueva en el conocimiento de Dios según la
imagen de aquel que le ha creado130; y, hecho espiritual, juzga de todas las
cosas, que ciertamente han de ser juzgadas; mas él de nadie es juzgado131.
CAPÍTULO XXIII
Potestad del hombre espiritual
33. En cuanto a
que juzga todas las cosas, es lo mismo que decir que tiene potestad sobre los
peces del mar, y las aves del cielo, y todas las bestias y fieras, y toda la
tierra, y todos los reptiles que reptan sobre la tierra. Esto lo ejecuta por la
inteligencia, por medio de la cual percibe las cosas que son del Espíritu de
Dios132. Mas, por el contrario, el hombre constituido en tal honor no lo
entendió, siendo comparado con los jumentos insensatos y hecho semejante a
ellos133.
Pero en tu Iglesia, ¡oh Dios nuestro!, conforme a la gracia que
tú le has dado, porque somos obra de tus manos, creados para obras buenas134,
tanto los que espiritualmente presiden como los que espiritualmente obedecen a
los que presiden pues tú hiciste al hombre de este modo varón y mujer135 según
tu gracia espiritual, en la que ya no importa sexo corporal de varón y mujer,
por no haber judío, ni griego, ni esclavo, ni libre136; tanto, digo, los que
presiden como los que obedecen, juzgan ya espiritualmente no de los
conocimientos espirituales que brillan en el firmamento, porque no conviene
juzgar de tan sublime autoridad; ni siquiera de tu mismo Libro, aunque haya algo
en él que no luzca; porque sometemos a él nuestra inteligencia y tenemos por
cierto aun aquello que está cerrado a nuestras miradas y que está dicho recta y
verazmente.
Porque el hombre, aunque ya espiritual y renovado por el
conocimiento de Dios según la imagen del que le ha creado, debe, sin embargo,
ser así obrador de la ley y no juez137. Ni tampoco juzga de aquella distinción
entre hombres espirituales y carnales, que son, ¡oh Dios nuestro!, bien
conocidos para tus ojos, aunque no se nos han manifestado a nosotros con obra
alguna todavía para que les conozcamos por sus frutos138; pero tú, Señor, ya les
conoces, y los has dividido y llamado en secreto antes de que fuera hecho el
firmamento.
Tampoco juzga el hombre, aunque espiritual, de los
turbulentos pueblos de este mundo. Porque ¿qué le va a él en juzgar de los que
están fuera139, ignorando quién vendrá de allí a la dulzura de tu gracia y quién
permanecerá en la perpetua amargura de la impiedad?
34. Por eso el
hombre, a quien tú hiciste a tu imagen, no recibió potestad sobre los luminares
del cielo, ni sobre el mismo cielo invisible, ni sobre el día y la noche, que
llamaste antes de la constitución del cielo; ni sobre la congregación de las
aguas, que es el mar; sino que la recibió sobre los peces del mar, y las aves
del cielo, y todas las bestias, y toda la tierra, y todos los reptiles que
reptan sobre ella. Porque él juzga y aprueba lo que halla recto, y, al
contrario, desaprueba lo que encuentra vicioso, sea en aquella solemnidad de
rituales con que son iniciados los que tu misericordia busca en las aguas
profundas, sea en aquella otra en que es presentado aquel pez que, sacado del
profundo, come la tierra piadosa, sea, finalmente, en los signos de las palabras
y en las voces sujetas a la autoridad de tu Libro, como revoloteando bajo el
firmamento, interpretando, exponiendo, disertando, disputando, bendiciendo e
invocándote con signos que brotan y suenan en la boca, para que el pueblo diga:
Amén.
La causa de que deban ser pronunciadas físicamente todas estas
palabras es el abismo mundano y la ceguera de la carne, por la que no pueden ser
vistos los pensamientos, siendo necesario hacer ruido en los oídos. Así, aunque
se multipliquen las aves sobre la tierra, con todo traen su origen de las aguas.
Juzga también el que es espiritual, aprobando lo bueno y reprobando lo malo que
hallare en las obras y costumbres de los fieles, de las limosnas como de tierra
fructífera, y del alma viva por los afectos domeñados por la castidad, por medio
de ayunos y de pensamientos piadosos, por la parte que en ellos toman los
sentidos del cuerpo. Porque ahora se dice que juzga de aquellas cosas en las
cuales tiene facultad de corregir.
CAPÍTULO XXIV
La bendición de
Dios
35. Pero ¿qué es esto y qué misterio hay en ello? He aquí que tú,
Señor, bendices a los hombres para que crezcan y se multipliquen y llenen la
tierra. ¿Es verdad que no nos indicas nada con esto, a fin de que entendamos
algún tanto por qué no bendijiste igualmente la luz, a la que llamaste día, ni
el firmamento del cielo, ni a los luminares, ni a las estrellas, ni a la tierra,
ni al mar? Yo diría que tú, nuestro Dios, que nos has creado a tu imagen, yo
diría que tú quisiste otorgar propiamente este don de bendición al hombre, si no
hubieras bendecido también de este modo a los peces y cetáceos, para que
creciesen, y se multiplicasen, y llenasen las aguas del mar, y se multiplicasen
las aves sobre la tierra.
Asimismo, diría que esta bendición pertenece a
aquellos géneros de cosas que, engendrando de sí mismos, se multiplican, si la
hallase también en los arbustos, frutales y bestias de la tierra. Ahora bien, ni
a las hierbas y plantas ni a las bestias y serpientes se ha dicho: Creced y
multiplicaos140, no obstante que también todas estas cosas aumenten y conserven
su especie engendrando, como los peces, las aves y los seres humanos.
36.
¿Qué, pues? ¿Diré, ¡oh Luz mía, oh Verdad!, que huelga esto y que ha sido dicho
en vano? De ningún modo, ¡oh Padre de la piedad!; lejos esté de tu siervo que
diga semejante cosa de tu palabra. Y si yo no entiendo lo que quieres significar
con esta expresión, usen de ella mejor los mejores, esto es, los que son más
inteligentes que yo, cada cual según el saber que tú le hayas dado. Sea, pues,
agradable ante tus ojos mi confesión, por la que te confieso, Señor, mi creencia
de no haber tú hablado así en vano.
Ni tampoco callaré lo que se me
ocurriere con ocasión de esta lectura. Porque ello es verdad y no veo nada que
me impida entender de este modo los relatos figurados de tus libros, pues sé que
lo que es entendido de un solo modo por la mente puede ser expresado de muchos
por el cuerpo, y lo que se expresa de un modo por el cuerpo puede entenderse de
muchos por la mente. Sirva de ejemplo la simple noción de amor de Dios y del
prójimo, con cuántos misterios y con cuántas lenguas, y en cada lengua, de cuán
infinitos modos es enunciada corporalmente. Así es como crecen y se multiplican
los embriones de las aguas.
Atiende nuevamente, cualquiera que seas tú el
que esto lea; he aquí que de un solo modo presenta la Escritura y la voz
pronuncia: En el principio creó Dios el cielo y la tierra. ¿Por ventura no es
cierto que puede entenderse esto de muchos modos, no por falacia del error, sino
por los diversos géneros de interpretaciones verdaderas? Así es como crecen y se
multiplican los gérmenes humanos.
37. Y así, si entendemos las mismas
naturalezas de las cosas no en sentido alegórico, sino propio, conviene el
pasaje creced y multiplicaos141 a todas las cosas que son engendradas de
semillas; pero si las tratamos en sentido figurado —lo que creo más bien que fue
lo que intentó la Escritura, que no en vano atribuye esta bendición a solos los
gérmenes de los animales acuáticos y de los hombres—, hallaremos ciertamente
multitudes, tanto en las criaturas espirituales y corpóreas como en el cielo y
la tierra; tanto en las almas justas y pecadoras, como en la luz y las
tinieblas; tanto en los santos autores por quienes nos ha sido suministrada la
Ley, como en el firmamento colocado entre las aguas; en la sociedad de los
pueblos amargos, como en el mar; en el cielo de las almas pías, como en la
tierra seca; en las obras de misericordia, según la vida presente, como en las
hierbas seminales y en los árboles frutales; en los dones espirituales
manifestados para utilidad, como en los luminares del cielo, y en los afectos
formados por la templanza, como en el alma viva. En todas estas cosas hallamos
multitudes, abundancias y aumentos; pero el que de tal modo crezca y se
multiplique que, siendo una cosa sola, sea enunciada de muchos modos y que una
sola enunciación sea entendida de muchas maneras, no lo hallamos sino en los
signos corporalmente expresados y en las cosas inteligiblemente concebidas.
Por generaciones de las aguas entendemos los signos corporalmente expresados
por causa de nuestra profunda corporeidad; y por generaciones humanas entendemos
los conceptos inteligiblemente concebidos por la fecundidad de la razón.
Y ésta es la causa por qué hemos creído que a uno y otro de estos géneros les ha
sido dicho por ti, Señor: Creced y multiplicaos142, porque por esta bendición
entiendo que nos ha sido concedida por ti la facultad y poder para expresar de
muchas maneras lo que hubiéramos entendido de una sola, y de entender de muchos
modos lo que leemos enunciado oscuramente de un solo modo. Y de esta manera es
como se llenan de peces las aguas del mar, que no se mueven sino por los
diversos signos corporales, y así también es como se llena la tierra de seres
humanos, cuya aridez estimula el afán de saber bajo el control de la razón.
CAPÍTULO XXV
Frutos evangélicos de la tierra
38. También
quiero decir, Señor Dios mío, lo que me advierte tu Escritura en lo que sigue; y
lo diré sin avergonzarme, porque diré cosas verdaderas, inspirándome tú lo que
de tales palabras quieres que diga. Porque no creo que diga verdad inspirándome
otro fuera de ti, siendo tú la verdad, y todo hombre, mentiroso143. Por eso,
quien habla la mentira, habla de lo suyo144. Luego para que yo hable la verdad
debo hablar de lo tuyo.
He aquí que nos has dado para comida toda planta
sativa que lleva simiente, la cual existe sobre toda tierra, y todo árbol que
tiene en sí fruto de semilla sativa145. Y no para nosotros solos, sino también
para todo volátil y bestias de la tierra y serpientes; pero no para los peces y
grandes cetáceos. Porque decíamos que por los frutos de la tierra se
significaban y figuraban alegóricamente las obras de misericordia que son
ofrecidas por la fructífera tierra para las necesidades de esta vida. Tal tierra
era el piadoso Onesíforo, a cuya casa comunicaste misericordia por haber
ofrecido alivio frecuente a tu Pablo sin haber tenido rubor de sus cadenas146.
Y esto hicieron otros hermanos que fructificaron con tal fruto supliendo
desde Macedonia lo que le faltaba a Pablo147. Pero ¡cómo se duele él de otros
árboles que no le dieron el fruto debido, cuando dice: En mi primera defensa
nadie me asistió, antes todos me abandonaron; no les sea esto imputado148.
Porque estos frutos les son debidos a los que ministran la doctrina racional por
medio de la inteligencia de los misterios divinos, y se les deben como a
hombres; más aún, se les deben como a alma viviente en cuanto se nos ofrecen
para ser imitados en toda suerte de continencia. También se les deben como a
aves de cielo por sus bendiciones, que se multiplican sobre la tierra, porque a
toda la tierra llegó el sonido de su palabra149.
CAPÍTULO XXVI
Fruto e intención de hacer el bien
39. Se alimentaban con estos manjares
quienes se gozan en ellos; pero no se gozan en ellos los que tienen a su vientre
por Dios150. Porque en aquellos que los proporcionan no es el fruto lo que dan,
sino la intención con que lo dan. Y así veo con toda claridad de dónde se gozaba
aquel que servía a Dios, no a su vientre; le veo y le doy el parabién con toda
el alma. Porque había recibido [Pablo] de los filipenses las cosas que le habían
enviado por Epafrodito. Pero ya veo de dónde le venía el gozo; le venía el gozo
de allí, de donde se alimentaba, porque, hablando con verdad, dijo: Me he
alegrado vehementemente en el Señor, porque al fin habéis reavivado alguna vez
hacia mí aquellos sentimientos en que antes abundabais y que os habían causado
tedio151. Estos, en efecto, con el largo tedio se habían marchitado y casi
secado en orden a este fruto de buenas obras. Y [Pablo] se goza por ellos, no
por él, porque brotaron, porque socorrieron su indigencia. Por esto dice a
continuación: No digo esto porque me haya faltado algo; porque he aprendido a
bastarme con las cosas que tengo. Sé lo que es tener poco y lo que es abundar;
he probado todas las cosas y esto y hecho a todo: a estar harto, a tener hambre,
a abundar y a padecer penuria; todo lo puedo en aquel que me conforta152.
40. ¿En qué, pues, te gozas, oh gran Pablo? ¿En qué te gozas? ¿En qué te
apacientas, ¡oh hombre!, renovado en el conocimiento de Dios, según la imagen de
aquel que te ha creado153, ya alma viva por tan gran continencia, ya lengua
voladora que habla misterios? Porque a tales animales les es debido este manjar.
¿Qué es lo que te alimenta? La alegría. Oigamos lo que sigue: Sin embargo
—dice—, hicisteis bien participando de mi tribulación154. De esto es de lo que
se goza, de esto es de lo que se alimenta: porque obraron bien con él, no porque
fuera aliviada su angustia, según aquel que te dice: En la tribulación me
ensanchaste155; porque también supo en ti, que eres quien le confortas, lo que
es abundar y padecer penuria. Porque también vosotros, ¡oh filipenses! —dice—,
sabéis que en el principio de mi predicación, cuando salí de Macedonia, ninguna
iglesia me asistió con sus bienes en razón de lo dado y recibido, sino
únicamente vosotros; porque una y más veces enviasteis a Tesalónica con qué
atender a mis necesidades156. Gózase [Pablo] ahora de que hayan vuelto a estas
buenas obras, y se alegra que hayan brotado como la fertilidad del campo que
revive.
41. Pero ¿es acaso por razón de sus necesidades por lo que dijo:
Me enviasteis para remedio de mis necesidades? ¿Es acaso por esto por lo que se
goza? No es por esto. Mas ¿de dónde sabemos esto? De lo que él mismo añade,
diciendo: No porque busque la dádiva, sino porque deseo el fruto157. He
aprendido de ti, Dios mío, a distinguir entre el don y el fruto. Don es la cosa
que da quien socorre tales necesidades, como, por ejemplo, el dinero, la comida,
la bebida, el vestido, el hospedaje, la ayuda. Mas el fruto es la buena y recta
voluntad del dador. Porque no dice solamente el Maestro: El que recibiere al
profeta, sino que añadió a título de profeta. Ni dijo solamente: El que
recibiere al justo, sino que añadió: a título de justo; porque así es como
recibí aquél la merced del profeta y éste la del justo. Ni dijo solamente: El
que diera a uno de mis pequeñuelos un vaso de agua fría, sino que añadió:
únicamente a título de discípulo; y así agregó: En verdad os digo que no perderá
su recompensa. Don es recibir al profeta, recibir al justo, dar un vaso de agua
fría al discípulo; fruto, hacer esto a título de profeta, a título de justo, a
título de discípulo158. Con el fruto era alimentado Elías por la viuda, que
sabía que alimentaba a un hombre de Dios y como a tal lo alimentaba; pero por el
cuervo era alimentado con el don159. Ni era el Elías interior, sino el exterior,
el que era alimentado, y que también era el que por falta de tal alimento podía
morir.
CAPÍTULO XXVII
Simbolismo de los peces y cetáceos
42. Por eso diré la verdad en tu presencia, Señor. Cuando hombres ignorantes e
infieles160 —para iniciar y ganar a los cuales son necesarios los sacramentos de
iniciación y las grandezas de los milagros, los cuales creemos que han sido
significados con los nombres de peces y cetáceos— acogen físicamente a tus
siervos para sustentarlos o ayudarles en alguna necesidad de la vida presente,
ignorando el porqué lo deben hacer y con qué fin, así ni aquéllos sustentan a
éstos, ni éstos son sustentados por aquéllos; porque ni aquéllos obran estas
cosas con santa y recta intención, ni éstos se alegran con las dádivas de
aquéllos, al no ver todavía fruto. Porque, realmente, el alma se alimenta de
aquello de que se alegra. Y ésta es la razón por qué los peces y los cetáceos no
comen los alimentos que solo produce la tierra ya separada y apartada del
amargor de las ondas marinas161.
CAPÍTULO XXVIII
Y todas las cosas
creadas eran muy buenas
43. Y viste, Señor, todo lo que hiciste y era muy
bueno162; también nosotros lo vemos y nos parece muy bueno. En cada uno de los
géneros de tus obras, cuando dijiste que se hicieran y se hicieron, viste que
cada uno de ellos era bueno. He contabilizado que siete veces dice la Escritura
que viste que era bueno lo que creaste, y la octava nos dices que viste todas
las cosas que hiciste y que no eran simplemente buenas, sino muy buenas, todas
ellas en conjunto. Porque tomadas cada una de por sí, son todas buenas; pero
todas ellas juntas son buenas y muy buenas. Esto mismo se dice también de los
cuerpos hermosos: que mucho más bello es un cuerpo formado de miembros todos
ellos hermosos que cada miembro en particular por bello que sea, debido a la
simbiosis ordenadísima del conjunto.
CAPÍTULO XXIX
Dios nos ve y
habla desde su eternidad
44. Y puse atención para ver si eran siete u
ocho veces las que viste que eran buenas tus obras cuando te agradaron; pero en
tu visión no hallé tiempos por los que entendiera que otras tantas veces viste
lo que hiciste; y dije: ¡Oh Señor!, ¿acaso no es verdadera esta Escritura tuya,
cuando tú, veraz y la misma Verdad163, eres el que la has promulgado? ¿Por qué,
pues, me dices tú que en tu visión no hay tiempos, si esta tu Escritura me dice
que por cada uno de los días viste que las cosas que hiciste eran buenas, y
contando las veces hallé ser otras tantas? A esto me dices tú, porque tú eres mi
Dios164, y lo dices con voz fuerte en el oído interior a mí, tu siervo,
rompiendo mi sordera y gritando: ¡Oh hombre!, lo que dice mi Escritura eso mismo
digo yo; pero ella lo dice en orden al tiempo, mientras el tiempo no tiene que
ver con mi palabra, que permanece conmigo igual en la eternidad; y así, aquellas
cosas que vosotros veis por mi Espíritu, yo las veo; y asimismo, las que
vosotros decís por mi Espíritu, yo las digo. Pero viéndolas vosotros
temporalmente, yo no las veo temporalmente, así como, diciéndolas vosotros
temporalmente, yo no las digo temporalmente.
CAPÍTULO XXX
Origen
del mundo según los maniqueos
45. He oído, Señor Dios mío, y he gustado
una gota de la dulzura de tu verdad, y he entendido que hay algunos a quienes
desagradan tus obras, muchas de las cuales, dicen, las hiciste compelido por la
necesidad, como la fábrica de los cielos y el ordenamiento de los astros; y
esto, no de cosa tuya, sino que ya antes existían estas obras creadas en otro
lugar y con otro origen; y que tú las redujiste, ajustaste y coordinaste, cuando
de los enemigos vencidos fabricaste la fortaleza de este mundo, para que
cautivos en esta construcción no pudieran rebelarse nuevamente contra ti; pero
que otras cosas, como las carnes y los animales diminutos y todo lo que echa
raíces en la tierra, ni las has hecho tú ni de ningún modo las has ajustado,
sino que las ha engendrado y formado una mente enemiga y una naturaleza
diferente de ti y no creada por ti. Locos, dicen estas cosas porque no ven tus
obras a través de tu Espíritu, ni te conocen en ellas.
CAPÍTULO XXXI
Las obras de Dios deben verse desde el Espíritu de Dios
46. Pero los
que ven las obras a través de tu Espíritu, tú eres quien las ves en ellos. Y,
por tanto, cuando ellos ven que son buenas, tú eres quien ve que son buenas, y
cualesquiera de ellas que por ti les agradan, tú eres quien se agrada en ellas,
y las que por tu Espíritu nos agradan, a ti te placen en nosotros. ¿Quién de los
hombres sabe las cosas del hombre sino el espíritu del hombre que está en él?
Así también, las cosas que son de Dios no las sabe nadie sino el Espíritu de
Dios165. Pero nosotros —dice— no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino
el espíritu que es de Dios, para que sepamos las cosas que nos han sido donadas
por Dios166. No obstante, me siento tentado a preguntar: Ciertamente que nadie
sabe las cosas que son de Dios sino el Espíritu de Dios; pero ¿cómo sabemos
nosotros también las cosas que nos han sido donadas por Dios? Y oigo que se me
responde: Las cosas que sabemos por su Espíritu, puede decirse que no las sabe
nadie sino el Espíritu de Dios167. Porque así como se ha dicho acertadamente de
aquellos que habían de hablar con el Espíritu de Dios: No sois vosotros los que
habláis168, así también de los que conocen las cosas por el Espíritu de Dios se
dice rectamente: No sois vosotros los que conocéis; y, consiguientemente, a los
que ven con el Espíritu de Dios se les dice no menos rectamente: No sois
vosotros los que veis. Así, cuanto ven en el Espíritu de Dios que es bueno, no
son ellos, sino es Dios el que ve que es bueno. Una cosa es, pues, que uno
juzgue que es malo lo que es bueno, como hacen los que hemos dicho antes; otra,
que lo que es bueno vea el hombre que es bueno, como sucede a muchos, a quienes
agrada tu creación porque es buena, y, sin embargo, no les agradas tú en ella,
por lo que quieren gozar más de ella que de ti; y otra, finalmente, el que
cuando el hombre ve algo que es bueno, es Dios el que ve en él que es bueno,
para que Dios sea amado en su obra, el cual no lo sería si no fuera por el
Espíritu que nos ha dado; porque el amor de Dios se ha difundido en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado169, por el cual vemos que es
bueno cuanto de algún modo es, porque procede de aquel que existe, no de
cualquier modo, sino por esencia170.
CAPÍTULO XXXII
Recapitulación
y gratitud por la obra de la creación
47. ¡Gracias te sean dadas, Señor!
Vemos el cielo y la tierra, ya la parte corpórea superior e inferior, ya la
creación espiritual y corporal; y en el adorno de estas dos partes de que
consta, ya la mole entera del mundo, ya la creación universal sin excepción,
vemos la luz creada y separada de las tinieblas. Vemos el firmamento del cielo,
sea el que está entre las aguas espirituales superiores y las corporales
inferiores, cuerpo primario del mundo; sea este espacio de aire —porque también
esto se llama cielo— por el que vagan las aves del cielo entre las aguas que van
sobre ellas en forma de vapor y se condensan en las noches serenas en forma de
rocío, y estas otras que corren pesadas sobre la tierra. Vemos en los vastos
espacios del mar la belleza de las aguas reunidas, y la tierra seca, ya desnuda,
ya formada de modo que fuere visible y compuesta y madre de hierbas y de
árboles. Vemos de lo alto resplandecer las lumbreras: el sol, que se basta para
el día, y la luna y las estrellas, que alegran la noche, y con todos los cuales
se notan y significan los tiempos. Vemos toda la naturaleza húmeda, fecundada de
peces y de monstruos y de aves, porque el espesor del aire que soporta el vuelo
de las aves se acrecienta con la evaporación de las aguas. Vemos que la
superficie de la tierra se hermosea con animales terrestres, y que el hombre,
hecho a tu imagen y semejanza, por esta misma imagen y semejanza, esto es, en
virtud de la razón y de la inteligencia, es antepuesto a todos los animales
irracionales; pero como en el alma del hombre hay una parte que deliberando es
dominante y otra que se somete obedeciendo, así vemos que la mujer fue hecha
corporalmente para el varón; la cual, aunque tenga igual naturaleza de
inteligencia racional, sin embargo, en cuanto al sexo del cuerpo está sujeta al
sexo masculino, del mismo modo que el impulso de la acción se somete a la
inteligencia para generar de la razón aptitudes y destrezas con que obrar
rectamente. Vemos estas cosas, cada una por sí buena y todas juntas muy buenas.
CAPÍTULO XXXIII
Todas las criaturas de Dios tienen mañana y tarde
48. Te alaban tus obras para que te amemos, y te amamos para que te alaben
tus obras, las cuales tienen por razón del tiempo principio y fin, nacimiento y
ocaso, aumento y disminución, apariencia y privación. Tienen, pues,
consiguientemente, mañana y tarde, parte oculta y parte manifiesta. Porque han
sido hechas de la nada por ti, no de ti, ni de alguna cosa no tuya o que ya
existiera antes, sino de la materia concreada, esto es, creada a un tiempo por
ti porque tú formaste sin ningún intervalo de tiempo su informidad, porque tú
formaste sin ningún intervalo de tiempo su informidad. Porque siendo una cosa la
materia del cielo y de la tierra y otra la forma del cielo y de la tierra, tú
hiciste, sin embargo, a un tiempo las dos cosas, la materia de la nada absoluta,
la forma del mundo de la materia informe, a fin de que la forma siguiese a la
materia sin ninguna demora interpuesta.
CAPÍTULO XXXIV
Exposición
alegórica de toda la creación
49. También consideramos la significación
por qué cosas quisiste que éstas fueren hechas con tal orden o con tal orden
descritas, y vimos, por ser cada cosa buena y todas juntas muy buenas en tu
Verbo, en tu Único, cielo y tierra, cabeza y cuerpo de la Iglesia, en la
predestinación anterior a todos los tiempos sin mañana ni tarde. Pero cuando
comenzaste a poner por obra temporalmente las cosas predestinadas para
manifestar las cosas ocultas y componer nuestras descomposturas —porque sobre
nosotros estaban nuestros pecados y habíamos descendido lejos de ti al abismo
tenebroso, sobre el que se cernía tu Espíritu bueno171 para socorrernos en
tiempo oportuno172—, y justificaste a los paganos y los separaste de los
malvados173, y afirmaste la autoridad de tu Libro entre los superiores, que sólo
a ti serían dóciles, y los inferiores, que habían de sometérseles a éstos; y
congregaste a la sociedad de los infieles en una misma aspiración, a fin, de que
apareciesen los anhelos de los fieles y te preparasen obras de misericordia,
distribuyendo a los pobres las riquezas terrenas para adquirir las celestiales.
Luego encendiste algunas lumbreras en el firmamento, tus santos, que tienen
palabra de vida, y, llenos de carismas espirituales, brillan con soberana
autoridad.
Después, para instruir a las gentes infieles, produjiste los
sacramentos y milagros visibles, y las voces de palabras según el firmamento de
tu Libro —con que fuesen bendecidos también los fieles— de la materia corporal.
Más tarde formaste el alma viviente de los fieles por medio de los afectos
ordenados con el vigor de la continencia, y, finalmente, renovaste a tu imagen y
semejanza al alma, a ti solo sujeta y que no tiene necesidad ninguna de
autoridad humana que imitar; y sometiste a la excelencia del entendimiento la
actividad racional, como al varón la mujer, y quisiste que todos tus
ministerios, necesarios para perfeccionar a los fieles en esta vida, fuesen
socorridos por los mismos fieles, en orden a las necesidades temporales, con
obras fructuosas para el futuro.
Vemos todas estas cosas y todas son muy
buenas, porque tú las ves en nosotros, tú que nos diste el Espíritu con que las
viéramos y en ellas te amáramos.
CAPÍTULO XXXV
Dios, la paz sin
ocaso
50. Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las
cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Porque todo
este orden hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, pasará; y por
eso se hizo en ellas mañana y tarde174.
CAPÍTULO XXXVI
Descansaremos en Dios, el sábado de la vida eterna
51. Pero el día
séptimo no tiene tarde, ni tiene ocaso, porque lo santificaste para que dure
eternamente, a fin de que, así como tú descansaste el día séptimo después de
tantas obras sumamente buenas como hiciste, aunque las hiciste estando en
reposo, así el oráculo de tu Libro nos advierte que también nosotros, después de
nuestras obras, muy buenas, porque tú nos las has donado, descansaremos en ti el
sábado de la vida eterna.
CAPÍTULO XXXVII
Dios descansará en
nosotros
52. Porque también entonces descansarás en nosotros, del mismo
modo que ahora actúas en nosotros; y así será aquel descanso tuyo por nosotros,
como ahora son estas obras tuyas por nosotros 40. Tú, Señor, siempre actúas y
siempre descansas; no ves en el tiempo, ni te mueves en el tiempo, ni descansas
en el tiempo, y, sin embargo, tú eres el que realizas la visión temporal y el
tiempo mismo y el descanso del tiempo.
CAPÍTULO XXXVIII
El sábado
del eterno descanso: Llamad y se os abrirá
53. Nosotros, pues, vemos
estas cosas, que has hecho, porque son; pero tú, porque las ves, son. Nosotros
las vemos externamente, porque son, e internamente, porque son buenas; pero tú
las viste hechas allí donde viste que debían ser hechas. Nosotros, en un tiempo,
nos hemos sentido movidos a obrar el bien, después que nuestro corazón concibió
de tu Espíritu; pero en tiempo anterior fuimos movidos a obrar mal,
abandonándote a ti; tú, en cambio, Dios, uno y bueno, nunca has cesado de hacer
bien. Algunas de nuestras obras, por gracia tuya, son buenas; pero no
sempiternas: después de ellas esperamos descansar en tu grande santificación.
Pero tú, bien que no necesitas de ningún otro bien, estás en reposo, porque tú
mismo eres tu reposo, tu quietud. Pero ¿qué hombre dará esto a entender a otro
hombre? ¿Qué ángel a otro ángel? ¿Qué ángel al hombre? A ti es a quien se debe
pedir, en ti es en quien se debe buscar, a ti es a quien se debe llamar: así, a
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!