Catecismo de la Iglesia Católica
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA
SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
CAPÍTULO
PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
ARTÍCULO 8
EL PECADO
I. La misericordia y el pecado
1846 El Evangelio es la
revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios
con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: “Tú le pondrás por nombre
Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Y en la
institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: “Esta es
mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los
pecados” (Mt 26, 28).
1847 Dios, “que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo
169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de
nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no
está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para
perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9).
1848 Como afirma san Pablo,
“donde abundó el pecado, [...] sobreabundó la
gracia” (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado
para convertir nuestro corazón y conferirnos “la justicia para la vida eterna
por Jesucristo nuestro Señor” (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la
herida antes de curarla, Dios, mediante su Palabra y su Espíritu, proyecta una
luz viva sobre el pecado:
«La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior de
la propia conciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del
Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el
nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: “Recibid el Espíritu
Santo”. Así, pues, en este “convencer en lo referente al pecado” descubrimos una
«doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de
la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito» (DeV 31).
II. Definición de
pecado
1849 El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es
faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un
apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra
la solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o un deseo
contrarios a la ley eterna” (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27; San
Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 71, a. 6) )
1850 El pecado es una ofensa a Dios: “Contra
ti, contra ti sólo pequé, cometí la
maldad que aborreces” (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios
nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una
desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”,
pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así
“amor de sí hasta el desprecio de Dios” (San Agustín, De civitate Dei, 14, 28).
Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la
obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp 2, 6-9).
1851 Es precisamente en la Pasión, en
la que la misericordia de Cristo vencería,
donde el pecado manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad,
rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad de Pilato y
crueldad de los soldados, traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de
Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo, en la hora misma de las
tinieblas y del príncipe de este mundo (cf Jn 14, 30), el sacrificio de Cristo
se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de
nuestros pecados.
III. La diversidad de pecados
1852 La variedad de
pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La
carta a los Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: “Las
obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones,
envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo
como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios”
(5,19-21; cf Rm 1, 28-32; 1 Co 6, 9-10; Ef 5, 3-5; Col 3, 5-8; 1 Tm 1, 9-10; 2
Tm 3, 2-5).
1853 Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en todo acto humano,
o según las virtudes a las que se oponen, por exceso o por defecto, o según los
mandamientos que quebrantan. Se los puede agrupar también según que se refieran
a Dios, al prójimo o a sí mismo; se los puede dividir en pecados espirituales y
carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión. La
raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad, según la
enseñanza del Señor: “De dentro del corazón salen las intenciones malas,
asesinatos, adulterios, fornicaciones. robos, falsos testimonios, injurias. Esto
es lo que hace impuro al hombre” (Mt 15,19-20). En el corazón reside también la
caridad, principio de las obras buenas y puras, a la que hiere el pecado.
IV. La gravedad del
pecado: pecado mortal y venial
1854 “Conviene valorar los pecados según su gravedad. La
distinción entre pecado
mortal y venial, perceptible ya en la Escritura (cf 1Jn 5, 16-17) se ha impuesto
en la tradición de la Iglesia. La experiencia de los hombres la corroboran.”
1855 El pecado mortal
destruye la caridad en el corazón del hombre por una
infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin
último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.
El pecado venial deja subsistir la caridad,
aunque la ofende y la hiere.
1856 El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es
la
caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una
conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco del sacramento
de la Reconciliación:
«Cuando [...] la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria a la caridad
por la que estamos ordenados al fin último, el pecado, por su objeto mismo,
tiene causa para ser mortal [...] sea contra el amor de Dios, como la blasfemia,
el perjurio, etc., o contra el amor del prójimo, como el homicidio, el
adulterio, etc [...] En cambio, cuando la voluntad del pecador se dirige a veces
a una cosa que contiene en sí un desorden, pero que sin embargo no es contraria
al amor de Dios y del prójimo, como una palabra ociosa, una risa superflua,
etc., tales pecados son veniales» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2,
q. 88, a. 2, c).
1857 Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: “Es pecado
mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con
pleno conocimiento y deliberado consentimiento” (RP 17).
1858 La materia grave es precisada por los
Diez mandamientos según la respuesta
de Jesús al joven rico: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes
testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc 10, 19).
La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave que un
robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia
ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un extraño.
1859. El pecado mortal
requiere plena conciencia y entero consentimiento.
Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la
Ley de Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para
ser una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del
corazón (cf Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter
voluntario del pecado.
1860. La ignorancia involuntaria puede disminuir, y aún excusar, la
imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los principios
de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo hombre. Los
impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente reducir el carácter
voluntario y libre de la falta, lo mismo que las presiones exteriores o los
trastornos patológicos. El pecado más grave es el que se comete por malicia, por
elección deliberada del mal.
1861 El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana
como lo
es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia
santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado por el
arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la
muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer
elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un
acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a
la justicia y a la misericordia de Dios.
1862 Se comete un pecado venial cuando no se observa en una
materia leve la
medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en
materia grave, pero sin pleno conocimiento o sin entero consentimiento.
1863 El pecado venial
debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a
bienes creados; impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la
práctica del bien moral; merece penas temporales. El pecado venial deliberado y
que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado
mortal. No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la
amistad divinas; no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la
gracia de Dios. “No priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de
la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna” (RP 17):
«El hombre, mientras permanece en la
carne, no puede evitar todo pecado, al
menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los
consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando
los cuentas. Muchos objetos pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de agua
llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra
esperanza? Ante todo, la confesión...» (San Agustín, In epistulam Iohannis ad
Parthos tractatus 1, 6)..
1864 “Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres pero la blasfemia
contra el Espíritu Santo no será perdonada” (Mc 3, 29; cf Mt 12, 32; Lc 12, 10).
No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a
acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de
sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46). Semejante
endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna.
V. La
proliferación del pecado
1865 El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el
vicio por la
repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la
conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado
tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral
hasta su raíz.
1866 Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o
también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia
cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano (Conlatio, 5, 2) y a san
Gregorio Magno (Moralia in Job, 31, 45, 87). Son llamados capitales porque
generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia,
la ira, la lujuria, la gula, la pereza.
1867 La tradición catequética recuerda también que existen
“pecados que claman
al cielo”. Claman al cielo: la sangre de Abel (cf Gn 4, 10); el pecado de los
sodomitas (cf Gn 18, 20; 19, 13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf Ex
3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano (cf Ex 22,
20-22); la injusticia para con el asalariado (cf Dt 24, 14-15; Jc 5, 4).
1868 El pecado es un acto
personal. Pero nosotros tenemos una responsabilidad en
los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:
— participando directa y voluntariamente;
—
ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;
— no revelándolos o no impidiéndolos cuando se
tiene obligación de hacerlo;
— protegiendo a los que hacen el mal.
1869 Así el pecado convierte
a los hombres en cómplices unos de otros, hace
reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados
provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad divina. Las
“estructuras de pecado” son expresión y efecto de los pecados personales.
Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico
constituyen un “pecado social” (cf RP 16).
Resumen
1870 “Dios encerró
[...] a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos
ellos de misericordia” (Rm 11, 32).
1871 El pecado es “una palabra, un acto o un deseo contrarios
a la ley eterna“
(San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22). Es una ofensa a Dios. Se alza
contra Dios en una desobediencia contraria a la obediencia de Cristo.
1872 El pecado es un acto
contrario a la razón. Lesiona la naturaleza del hombre
y atenta contra la solidaridad humana.
1873 La raíz de todos los pecados está en el corazón del
hombre. Sus especies y
su gravedad se miden principalmente por su objeto.
1874 Elegir deliberadamente, es decir,
sabiéndolo y queriéndolo, una cosa
gravemente contraria a la ley divina y al fin último del hombre, es cometer un
pecado mortal. Este destruye en nosotros la caridad sin la cual la
bienaventuranza eterna es imposible. Sin arrepentimiento, tal pecado conduce a
la muerte eterna.
1875 El pecado venial constituye un desorden moral que puede ser reparado por
la
caridad que tal pecado deja subsistir en nosotros.
1876 La reiteración de pecados, incluso
veniales, engendra vicios entre los
cuales se distinguen los pecados capitales.