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PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
PRIMERA SECCIÓN
«CREO»-«CREEMOS» Catecismo de la Iglesia
Católica
23 Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: "Creo" o "Creemos". Antes
de exponer la fe de la Iglesia tal como es confesada en el Credo, celebrada en
la Liturgia, vivida en la práctica de los mandamientos y en la oración, nos
preguntamos qué significa "creer". La fe es la respuesta del hombre a Dios que
se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al
hombre que busca el sentido último de su vida. Por ello consideramos
primeramente esta búsqueda del hombre (capítulo primero), a continuación la
Revelación divina, por la cual Dios viene al encuentro del hombre (capítulo
segundo), y finalmente la respuesta de la fe (capítulo tercero).
CAPÍTULO PRIMERO:
EL HOMBRE ES "CAPAZ" DE DIOS
I. El deseo de Dios
27 El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha
sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y
sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:
«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la
comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su
nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado
siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente
aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1).
28 De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han
expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos
religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las
ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales
que se puede llamar al hombre un ser religioso:
Dios «creó [...], de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase
sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites
del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver
si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se encuentra lejos de
cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,
26-28).
29 Pero esta "unión íntima y vital con Dios" (GS 19,1) puede ser olvidada,
desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes
pueden tener orígenes muy diversos (cf. GS 19-21): la rebelión contra el mal en
el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de
las riquezas (cf. Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del
pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador
que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3,8-10) y huye ante su llamada (cf.
Jon 1,3).
30 "Alégrese el corazón de los que buscan a Dios" (Sal 105,3). Si el hombre
puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle
para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el
esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y
también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
«Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu
sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende
alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en
sí el testimonio de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los
soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere
alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu
alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras
no descansa en ti» (San Agustín, Confessiones, 1,1,1).
II Las vías de acceso al conocimiento de Dios
31 Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca
a Dios descubre ciertas "vías" para acceder al conocimiento de Dios. Se las
llama también "pruebas de la existencia de Dios", no en el sentido de las
pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de "argumentos
convergentes y convincentes" que permiten llegar a verdaderas certezas.
Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el
mundo material y la persona humana.
32 El mundo: A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del
orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del
universo.
San Pablo afirma refiriéndose a los paganos: "Lo que de Dios se puede conocer,
está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios,
desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras:
su poder eterno y su divinidad" (Rm 1,19-20; cf. Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb
13,1-9).
Y san Agustín: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del
mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la
belleza del cielo [...] interroga a todas estas realidades. Todas te responde:
Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es su proclamación (confessio). Estas
bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza (Pulcher),
no sujeta a cambio?" (Sermon 241, 2: PL 38, 1134).
33 El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del
bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al
infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En
todo esto se perciben signos de su alma espiritual. La "semilla de eternidad que
lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia" (GS 18,1; cf. 14,2), su
alma, no puede tener origen más que en Dios.
34 El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer
principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que es el Ser en sí,
sin origen y sin fin. Así, por estas diversas "vías", el hombre puede acceder al
conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin
último de todo, "y que todos llaman Dios" (San Tomás de Aquino, S.Th. 1, q. 2 a.
3, c.).
35 Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios
personal. Pero para que el hombre pueda entrar en la intimidad de Él ha querido
revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación.
Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y
ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana.
III El conocimiento de Dios según la Iglesia
36 "La Santa Madre Iglesia, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas
las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón
humana a partir de las cosas creadas" (Concilio Vaticano I, Const. dogm. Dei
Filius, c.2: DS 3004; cf. Ibíd., De revelatione, canon 2: DS 3026; Concilio
Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación
de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado "a imagen de Dios"
(cf. Gn 1,27).
37 Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre
experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón:
«A pesar de que la razón humana, sencillamente hablando, pueda verdaderamente
por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto
de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así
como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay
muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su
poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres
sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles, y cuando deben
traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y
renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades,
padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los
malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes
materias los hombres se persuadan de que son falsas, o al menos dudosas, las
cosas que no quisieran que fuesen verdaderas (Pío XII, enc. Humani generis: DS
3875).
38 Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no
solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre "las
verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin
de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin
dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error" (ibid., DS 3876; cf.
Concilio Vaticano I: DS 3005; DV 6; santo Tomás de Aquino, S.Th. 1, q. 1 a. 1,
c.).
IV ¿Cómo hablar de Dios?
39 Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia
expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y
con todos los hombres. Esta convicción está en la base de su diálogo con las
otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con los no
creyentes y los ateos.
40 Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre
Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y
según nuestro modo humano limitado de conocer y de pensar.
41 Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente
el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Las múltiples perfecciones de las
criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan, por tanto, la perfección
infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones
de sus criaturas, "pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega,
por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5).
42 Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar nuestro
lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes,
de imperfecto, para no confundir al Dios "que está por encima de todo nombre y
de todo entendimiento, el invisible y fuera de todo alcance" (Liturgia
bizantina. Anáfora de san Juan Crisóstomo) con nuestras representaciones
humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.
43 Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo
humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en
su infinita simplicidad. Es preciso recordar, en efecto, que "entre el Creador y
la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la desemejanza entre ellos
no sea mayor todavía" (Concilio de Letrán IV: DS 806), y que "nosotros no
podemos captar de Dios lo que Él es, sino solamente lo que no es, y cómo los
otros seres se sitúan con relación a Ël" (Santo Tomás de Aquino, Summa contra
gentiles, 1,30).
Resumen
44 El hombre es por naturaleza y por vocación un ser religioso. Viniendo de Dios
y yendo hacia Dios, el hombre no vive una vida plenamente humana si no vive
libremente su vínculo con Dios.
45 El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en quien encuentra su
dicha."Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, no habrá ya para mi penas ni
pruebas, y mi vida, toda llena de ti, será plena" (San Agustín, Confessiones,
10,28,39).
46 Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas y la voz de su
conciencia, entonces puede alcanzar a certeza de la existencia de Dios, causa y
fin de todo.
47 La Iglesia enseña que el Dios único y verdadero, nuestro Creador y Señor,
puede ser conocido con certeza por sus obras, gracias a la luz natural de la
razón humana (cf. Concilio Vaticano I: DS 3026).
48 Nosotros podemos realmente nombrar a Dios partiendo de las múltiples
perfecciones de las criaturas, semejanzas del Dios infinitamente perfecto,
aunque nuestro lenguaje limitado no agote su misterio.
49 "Sin el Creador la criatura se [...] diluye" (GS 36). He aquí por qué los
creyentes saben que son impulsados por el amor de Cristo a llevar la luz del
Dios vivo a los que no le conocen o le rechazan.