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La Eucaristía según el Catecismo de la Iglesia Católica
SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
CAPÍTULO PRIMERO
LOS
SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
ARTÍCULO 3
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA
1322 La Sagrada Eucaristía
culmina la iniciación cristiana. Los que han sido
elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más
profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la
Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado,
instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por
los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa
amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de
piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a
Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura"
(SC 47).
I. La Eucaristía, fuente y culmen de la vida eclesial
1324 La
Eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los
demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de
apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada
Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir,
Cristo mismo, nuestra Pascua" (PO 5).
1325 "La comunión de vida divina y la unidad del Pueblo de Dios,
sobre los que
la propia Iglesia subsiste, se significan adecuadamente y se realizan de manera
admirable en la Eucaristía. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción
por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu
Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre" (Instr. Eucharisticum
mysterium, 6).
1326 Finalmente, por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del
cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co
15,28).
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: "Nuestra
manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma
nuestra manera de pensar" (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 4, 18, 5).
II. El nombre de este
sacramento
1328 La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos
nombres que se le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se
le llama:
Eucaristía porque es acción de gracias a Dios. Las palabras eucharistein (Lc
22,19; 1 Co 11,24) y eulogein (Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las bendiciones
judías que proclaman —sobre todo durante la comida— las obras de Dios: la
creación, la redención y la santificación.
1329 Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20) porque se trata de la
Cena que el Señor
celebró con sus discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del
banquete de bodas del Cordero (cf Ap 19,9) en la Jerusalén celestial.
Fracción del pan porque este rito,
propio del banquete judío, fue utilizado por
Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cf Mt 14,19;
15,36; Mc 8,6.19), sobre todo en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24). En
este gesto los discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lc
24,13-35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas
eucarísticas (cf Hch 2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar que todos
los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con
él y forman un solo cuerpo en él (cf 1 Co 10,16-17).
Asamblea eucarística (synaxis), porque la Eucaristía es
celebrada en la asamblea
de los fieles, expresión visible de la Iglesia (cf 1 Co 11,17-34).
1330 Memorial de la pasión y de la
resurrección del Señor.
Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e
incluye la ofrenda de la Iglesia; o también Santo Sacrificio de la Misa,
"sacrificio de alabanza" (Hch 13,15; cf Sal 116, 13.17), sacrificio espiritual
(cf 1 P 2,5), sacrificio puro (cf Ml 1,11) y santo, puesto que completa y supera
todos los sacrificios de la Antigua Alianza.
Santa y divina liturgia, porque toda la liturgia de la
Iglesia encuentra su
centro y su expresión más densa en la celebración de este sacramento; en el
mismo sentido se la llama también celebración de los santos misterios. Se habla
también del Santísimo Sacramento porque es el Sacramento de los Sacramentos. Con
este nombre se designan las especies eucarísticas guardadas en el sagrario.
1331 Comunión, porque por
este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace
partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo (cf 1 Co
10,16-17); se la llama también las cosas santas [ta hagia; sancta]
(Constitutiones apostolicae 8, 13, 12; Didaché 9,5; 10,6) —es el sentido primero
de la "comunión de los santos" de que habla el Símbolo de los Apóstoles—, pan de
los ángeles, pan del cielo, medicina de inmortalidad (San Ignacio de Antioquía,
Epistula ad Ephsios, 20,2), viático...
1332 Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza el misterio de
salvación
se termina con el envío de los fieles ("missio") a fin de que cumplan la
voluntad de Dios en su vida cotidiana.
III. La Eucaristía en la economía de la salvación ; Los
signos del pan y
del vino
1333 En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el
vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se
convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la
Iglesia continúa haciendo, en memoria de Él, hasta su retorno glorioso, lo que
Él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno de
vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los
signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación.
Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino (cf Sal
104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y
"de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec, rey
y sacerdote, que "ofreció pan y vino" (Gn 14,18), una prefiguración de su propia
ofrenda (cf Plegaria Eucaristía I o Canon Romano, 95; Misal Romano).
1334 En la Antigua Alianza, el pan y
el vino eran ofrecidos como sacrificio
entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero
reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes
ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y
liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a
Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de
cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a
sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete
pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión
escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús
instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del
pan y del cáliz.
1335 Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la
bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para
alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su
Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en
Caná (cf Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el
cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles
beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo.
1336 El primer anuncio de la
Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el
anuncio de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede
escucharlo?" (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de escándalo. Es el
mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis
marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor resuena a través de las edades,
como invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene "palabras de vida
eterna" (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a
Él mismo.
La institución de la Eucaristía
1337 El Señor, habiendo amado a los
suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que
había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el
transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn
13,1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los
suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial
de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su
retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento" (Concilio
de Trento: DS 1740).
1338 Los tres evangelios sinópticos y san Pablo nos han transmitido el relato de
la institución de la Eucaristía; por su parte, san Juan relata las palabras de
Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la
Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo
(cf Jn 6).
1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado
en Cafarnaúm: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre:
«Llegó el día de los Ázimos, en el que se había
de inmolar el cordero de Pascua;
[Jesús] envió a Pedro y a Juan, diciendo: "Id y preparadnos la Pascua para que
la comamos"[...] fueron [...] y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a
la mesa con los Apóstoles; y les dijo: "Con ansia he deseado comer esta Pascua
con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que
halle su cumplimiento en el Reino de Dios" [...] Y tomó pan, dio gracias, lo
partió y se lo dio diciendo: "Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por
vosotros; haced esto en recuerdo mío". De igual modo, después de cenar, tomó el
cáliz, diciendo: "Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que va a ser
derramada por vosotros"» (Lc 22,7-20; cf Mt 26,17-29; Mc 14,12-25; 1 Co
11,23-26).
1340 Al celebrar la última Cena con sus Apóstoles en el transcurso del banquete
pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso
de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es
anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la
pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
"Haced esto en
memoria mía"
1341 El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que
venga" (1 Co 11,26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo.
Requiere la celebración litúrgica por los Apóstoles y sus sucesores del memorial
de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión
junto al Padre.
1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia
de Jerusalén se dice:
«Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión
fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones [...] Acudían al Templo todos
los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas
y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón» (Hch 2,42.46).
1343 Era sobre todo "el
primer día de la semana", es decir, el domingo, el día
de la resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían para "partir el
pan" (Hch 20,7). Desde entonces hasta nuestros días, la celebración de la
Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas partes
en la Iglesia, con la misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro de la
vida de la Iglesia.
1344 Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de Jesús
"hasta que venga" (1 Co 11,26), el pueblo de Dios peregrinante "camina por la
senda estrecha de la cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde todos los
elegidos se sentarán a la mesa del Reino.
IV La celebración litúrgica de la Eucaristía; La misa
de todos los
siglos
1345 Desde el siglo II, según el testimonio de san Justino mártir, tenemos las
grandes líneas del desarrollo de la celebración eucarística. Estas han
permanecido invariables hasta nuestros días a través de la diversidad de
tradiciones rituales litúrgicas. He aquí lo que el santo escribe, hacia el año
155, para explicar al emperador pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los
cristianos:
«El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de
todos los que habitan en la ciudad o en el campo.
Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los
profetas, tanto
tiempo como es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y
exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros [...] (San
Justino,
Apologia, 1, 67) y por todos los demás donde quiera que estén, [...] a fin de
que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a
los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos a
otros.
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino
mezclados.
El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el
nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian)
largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de
gracias, todo el pueblo presente
pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
[...] Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo
le ha
respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los
que están presentes pan, vino y agua "eucaristizados" y los llevan a los
ausentes» (San Justino, Apologia, 1, 65).
1346 La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una
estructura
fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros.
Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:
— la reunión, la liturgia de la Palabra, con las
lecturas, la homilía y la
oración universal;
— la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de
gracias consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas "un solo
acto
de culto" (SC 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía
es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21).
1347 ¿No se advierte aquí el
mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús
resucitado con sus discípulos? En el camino les explicaba las Escrituras, luego,
sentándose a la mesa con ellos, "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió
y se lo dio" (cf Lc 24, 30; cf. Lc 24, 13- 35).
El desarrollo de la
celebración
1348 Todos se reúnen. Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea
eucarística. A su cabeza está Cristo mismo que es el actor principal de la
Eucaristía. Él es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. Él mismo es quien preside
invisiblemente toda celebración eucarística. Como representante suyo, el obispo
o el presbítero (actuando in persona Christi capitis) preside la asamblea, toma
la palabra después de las lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria
eucarística. Todos tienen parte activa en la celebración, cada uno a su manera:
los lectores, los que presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el
pueblo entero cuyo "Amén" manifiesta su participación.
1349 La liturgia de la Palabra comprende "los
escritos de los profetas", es
decir, el Antiguo Testamento, y "las memorias de los Apóstoles", es decir sus
cartas y los Evangelios; después la homilía que exhorta a acoger esta palabra
como lo que es verdaderamente, Palabra de Dios (cf 1 Ts 2,13), y a ponerla en
práctica; vienen luego las intercesiones por todos los hombres, según la palabra
del apóstol: "Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas
y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los
constituidos en autoridad" (1 Tm 2,1-2).
1350 La presentación de las ofrendas (el ofertorio): entonces se
lleva al altar,
a veces en procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en
nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su
Cuerpo y en su Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando
pan y una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación, pura, al Creador,
ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene de su creación" (San Ireneo
de Lyon, Adversus haereses 4, 18, 4; cf. Ml 1,11). La presentación de las
ofrendas en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone los dones del
Creador en las manos de Cristo. Él es quien, en su sacrificio, lleva a la
perfección todos los intentos humanos de ofrecer sacrificios.
1351 Desde el principio, junto con el pan y
el vino para la Eucaristía, los
cristianos presentan también sus dones para compartirlos con los que tienen
necesidad. Esta costumbre de la colecta (cf 1 Co 16,1), siempre actual, se
inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos (cf 2 Co
8,9):
«Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que se ha impuesto; lo que es
recogido es entregado al que preside, y él atiende a los huérfanos y viudas, a
los que la enfermedad u otra causa priva de recursos, los presos, los
inmigrantes y, en una palabra, socorre a todos los que están en necesidad» (San
Justino, Apologia, 1, 67,6).
1352 La Anáfora: Con la plegaria eucarística, oración de acción de gracias y
de
consagración llegamos al corazón y a la cumbre de la celebración:
En el prefacio, la Iglesia da gracias al
Padre, por Cristo, en el Espíritu
Santo, por todas sus obras , por la creación, la redención y la santificación.
Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que la Iglesia
celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo.
1353 En la epíclesis, la
Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo (o el
poder de su bendición (cf Plegaria Eucarística I o Canon romano, 90; Misal
Romano) sobre el pan y el vino, para que se conviertan por su poder, en el
Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía
sean un solo cuerpo y un solo espíritu (algunas tradiciones litúrgicas colocan
la epíclesis después de la anámnesis).
En el relato de la institución, la fuerza de las palabras y de la acción
de
Cristo y el poder del Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las
especies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la
cruz de una vez para siempre.
1354 En la anámnesis que sigue, la Iglesia hace memoria de la pasión, de la
resurrección y del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la
ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con Él.
En las intercesiones, la Iglesia expresa que la Eucaristía se
celebra en
comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los
difuntos, y en comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la
diócesis, su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero con
sus Iglesias.
1355 En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción del
pan, los fieles reciben "el pan del cielo" y "el cáliz de la salvación", el
Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn 6,51):
Porque este pan y este vino han
sido, según la expresión antigua
"eucaristizados" /cf. San Justino, Apologia, 1, 65), "llamamos a este alimento
Eucaristía y nadie puede tomar parte en él si no cree en la verdad de lo que se
enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y
el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo" (San Justino,
Apologia, 1, 66: CA 1, 180 [PG 6, 428]).
V. El sacrificio sacramental: acción de gracias,
memorial, presencia
1356 Si los cristianos celebramos la Eucaristía desde los orígenes, y
con una
forma tal que, en su substancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad
de épocas y de liturgias, es porque nos sabemos sujetos al mandato del Señor,
dado la víspera de su pasión: "Haced esto en memoria mía" (1 Co 11,24-25).
1357 Cumplimos este mandato
del Señor celebrando el memorial de su sacrificio.
Al hacerlo, ofrecemos al Padre lo que Él mismo nos ha dado: los dones de su
Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder del Espíritu Santo y las
palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: así Cristo se
hace real y misteriosamente presente.
1358 Por tanto, debemos considerar la Eucaristía:
— como
acción de gracias y alabanza al Padre,
— como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
— como
presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu.
La acción de gracias y la
alabanza al Padre
1359 La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo
en la
cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de
la creación. En el Sacrificio Eucarístico, toda la creación amada por Dios es
presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo,
la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo
lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la
humanidad.
1360 La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición
por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus
beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la
santificación. "Eucaristía" significa, ante todo, acción de gracias.
1361 La Eucaristía es también el
sacrificio de alabanza por medio del cual la
Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio
de alabanza sólo es posible a través de Cristo: Él une los fieles a su persona,
a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al
Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en él.
El memorial sacrificial de
Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia
1362 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de
Cristo, la actualización y la
ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es
su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de
la institución, una oración llamada anámnesis o memorial.
1363 En el sentido empleado por la Sagrada
Escritura, el memorial no es
solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de
las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres (cf Ex 13,3). En la
celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma,
presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto:
cada vez que es celebrada la pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen
presentes a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos
acontecimientos.
1364 El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la
Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se
hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la
cruz, permanece siempre actual (cf Hb 7,25-27): «Cuantas veces se renueva en el
altar el sacrificio de la cruz, en el que "Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado"
(1Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención» (LG 3).
1365 Por ser memorial de la Pascua de
Cristo, la Eucaristía es también un
sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las
palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por
vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por
vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por
nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos [...]
para remisión de los pecados" (Mt 26,28).
1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (=
hace presente)
el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto:
«(Cristo), nuestro Dios y Señor [...] se
ofreció a Dios Padre [...] una vez por
todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar
para ellos (los hombres) la redención eterna. Sin embargo, como su muerte no
debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche en
que fue entregado" (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un
sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana) [...] donde se
representara el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la
cruz, cuya memoria se perpetuara hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23) y cuya
virtud saludable se aplicara a la remisión de los pecados que cometemos cada día
(Concilio de Trento: DS 1740).
1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues,
un
único sacrificio: "La víctima es una y la misma. El mismo el que se ofrece ahora
por el ministerio de los sacerdotes, el que se ofreció a sí mismo en la cruz, y
solo es diferente el modo de ofrecer" (Concilio de Trento: DS 1743). "Y puesto
que en este divino sacrificio que se realiza en la misa, se contiene e inmola
incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí mismo
una vez de modo cruento"; […] este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio"
(Ibíd).
1368 La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es
el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con Él, ella se
ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres.
En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo se hace también el sacrificio de los
miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su
oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren
así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas
alas generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es
con frecuencia representada como una mujer en
oración, los brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo que extendió
los brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e
intercede por todos los hombres.
1369 Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
Encargado
del ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado a toda celebración de
la Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor de la unidad de la
Iglesia universal. El obispo del lugar es siempre responsable de la Eucaristía,
incluso cuando es presidida por un presbítero; el nombre del obispo se pronuncia
en ella para significar su presidencia de la Iglesia particular en medio del
presbiterio y con la asistencia de los diáconos. La comunidad intercede también
por todos los ministros que, por ella y con ella, ofrecen el Sacrificio
Eucarístico:
«Que sólo sea considerada como legítima la Eucaristía que se hace bajo la
presidencia del obispo o de quien él ha señalado para ello» (San Ignacio de
Antioquía, Epistula ad Smyrnaeos 8,1).
«Por medio del ministerio de los presbíteros, se realiza a la perfección
el
sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, único
Mediador. Este, en nombre de toda la Iglesia, por manos de los presbíteros, se
ofrece incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor venga»
(PO 2).
1370 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los miembros que están todavía aquí
abajo, sino también los que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece
el Sacrificio Eucarístico en comunión con la santísima Virgen María y haciendo
memoria de ella, así como de todos los santos y santas. En la Eucaristía, la
Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la
intercesión de Cristo.
1371 El Sacrificio Eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos "que
han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados"
(Concilio de Trento: DS 1743), para que puedan entrar en la luz y la paz de
Cristo:
«Enterrad […] este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado;
solamente os ruego que, dondequiera que os hallareis, os acordéis de mí ante el
altar del Señor» (San Agustín, Confessiones, 9, 11, 27; palabras de santa
Mónica, antes de su muerte, dirigidas a san Agustín y a su hermano).
«A continuación oramos (en la anáfora) por
los santos padres y obispos difuntos,
y en general por todos los que han muerto antes que nosotros, creyendo que será
de gran provecho para las almas, en favor de las cuales es ofrecida la súplica,
mientras se halla presente la santa y adorable víctima […] Presentando a Dios
nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen pecadores […],
presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio para ellos
y para nosotros al Dios amigo de los hombres (San Cirilo de Jerusalén,
Catecheses mistagogicae 5, 9.10).
1372 San Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que nos
impulsa a una
participación cada vez más completa en el sacrificio de nuestro Redentor que
celebramos en la Eucaristía:
«Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de los
santos, es ofrecida a Dios como un sacrificio universal […] por el Sumo
Sacerdote que, bajo la forma de esclavo, llegó a ofrecerse por nosotros en su
pasión, para hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza […] Tal es el
sacrificio de los cristianos: "siendo muchos, no formamos más que un sólo cuerpo
en Cristo" (Rm 12,5). Y este sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo en
el Sacramento del altar bien conocido de los fieles, donde se muestra que en lo
que ella ofrece se ofrece a sí misma (San Agustín, De civitate Dei 10, 6).
La presencia de Cristo por el poder
de su Palabra y del Espíritu Santo
1373 "Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios
e
intercede por nosotros" (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su
Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde dos
o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los
presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que Él es autor, en el
sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, "sobre todo, (está
presente) bajo las especies eucarísticas" (SC 7).
1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies
eucarísticas es singular.
Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la
perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos"
(Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 73, a. 3). En el Santísimo
Sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente
el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor
Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de Trento: DS 1651).
«Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras
presencias no fuesen "reales", sino por excelencia, porque es substancial, y por
ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente»
(MF 39).
1375 Mediante la conversión del
pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se
hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza
la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del
Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, san Juan Crisóstomo declara que:
«No es el hombre quien hace
que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y
Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El
sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su
gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las
cosas ofrecidas (De proditione Iudae homilia 1, 6).
Y san Ambrosio dice respecto a esta
conversión:
«Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido,
sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición
supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma
resulta cambiada» (De mysteriis 9, 50). «La palabra de Cristo, que pudo hacer de
la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no
eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que
cambiársela» (Ibíd., 9,50.52).
1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque
Cristo,
nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era
verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción,
que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino
se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo
de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su
Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio
transubstanciación" (DS 1642).
1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la
consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas.
Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en
cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf
Concilio de Trento: DS 1641).
1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos
nuestra fe
en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras
maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al
Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que
se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino
también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias
consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad,
llevándolas en procesión en medio de la alegría del pueblo" (MF 56).
1379 El sagrario (tabernáculo)
estaba primeramente destinado a guardar
dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes
fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo
en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración
silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el
sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia;
debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la
presencia real de Cristo en el santísimo sacramento.
1380 Es grandemente admirable que Cristo haya
querido hacerse presente en su
Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo
su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a
ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del
amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida.
En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de
nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda
bajo los signos que expresan y comunican este amor:
«La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto
eucarístico. Jesús
nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a
encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar
las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» (Juan
Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 3).
1381 «La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera
Sangre de
Cristo en este sacramento, "no se conoce por los sentidos, dice santo Tomás,
sino sólo por la fe , la cual se apoya en la autoridad de Dios". Por ello,
comentando el texto de san Lucas 22, 19: "Esto es mi Cuerpo que será entregado
por vosotros", san Cirilo declara: "No te preguntes si esto es verdad, sino
acoge más bien con fe las palabras del Salvador, porque Él, que es la Verdad, no
miente"» (MF 18; cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 75, a. 1; San
Cirilo de Alejandría, Commentarius in Lucam 22, 19):
Adoro Te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris
vere latitas:
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia Te contemplans totum deficit.
Visus,
gustus, tactus in te fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur:
Credo quidquid dixit Dei Filius:
Nil
hoc Veritatis verbo verius.
(Adórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas sagradas especies te
ocultas verdaderamente:
A ti mi corazón totalmente se somete,
pues al contemplarte, se siente desfallecer
por completo.
La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;
sólo con el oído se llega a tener fe
segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de Verdad.) [AHMA
50, 589]
VI. El banquete pascual
1382 La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial
sacrificial en que se
perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el
Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico
está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por
medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por
nosotros.
1383 El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la
Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del
sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano
es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a
la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento
celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo sino la imagen
del Cuerpo de Cristo?", dice san Ambrosio (De sacramentis 5,7), y en otro lugar:
"El altar es imagen del Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el
altar" (De sacramentis 4,7). La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de
la comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora:
«Te pedimos humildemente, Dios
todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu
presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos
recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar,
seamos colmados de gracia y bendición» (Plegaria Eucarística I o Canon Romano
96; Misal Romano).
“Tomad y comed todos de él”: la comunión
1384 El Señor nos dirige una invitación
urgente a recibirle en el sacramento de
la Eucaristía: "En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del
hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6,53).
1385 Para responder a esta
invitación, debemos prepararnos para este momento tan
grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan
o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del
Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz.
Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" (
1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el
sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
1386 Ante la grandeza de este sacramento,
el fiel sólo puede repetir
humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para
sanarme". En la Liturgia de san Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo
espíritu:
«A tomar parte en tu cena sacramental invítame hoy, Hijo de Dios: no revelaré a
tus enemigos el misterio, no te te daré el beso de Judas; antes como el ladrón
te reconozco y te suplico: ¡Acuérdate de mí, Señor, en tu reino!» (Liturgia
Bizantina. Anaphora Iohannis Chrysostomi, Oración antes de la Comunión)
1387 Para prepararse convenientemente
a recibir este sacramento, los fieles
deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf CIC can. 919). Por la
actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el
gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.
1388 Es conforme al sentido mismo de la
Eucaristía que los fieles, con las
debidas disposiciones (cf CIC, cans. 916-917), comulguen cuando participan en la
misa [Los fieles pueden recibir la Sagrada Eucaristía solamente dos veces el
mismo día. Pontificia Comisión para la auténtica interpretación del Código de
Derecho Canónico, Responsa ad proposita dubia 1]. "Se recomienda especialmente
la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la
comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor" (SC 55).
1389 La Iglesia obliga a los
fieles "a participar los domingos y días de fiesta
en la divina liturgia" (cf OE 15) y a recibir al menos una vez al año la
Eucaristía, s i es posible en tiempo pascual (cf CIC can. 920), preparados por
el sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los
fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más
frecuencia aún, incluso todos los días.
1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una
de las especies,
la comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de
gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar
se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. "La
comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo
las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta
el signo del banquete eucarístico" (Institución general del Misal Romano, 240).
Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales.
Los frutos de la comunión
1391 La
comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en
la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto,
el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él"
(Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico:
"Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también
el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):
«Cuando en las fiestas [del Señor] los fieles reciben el Cuerpo del
Hijo,
proclaman unos a otros la Buena Nueva, se nos han dado las arras de la vida,
como cuando el ángel dijo a María [de Magdala]: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí
que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a
Cristo» (Fanqîth, Breviarium iuxta ritum Ecclesiae Antiochenae Syrorum, v. 1).
1392 Lo que el alimento material
produce en nuestra vida corporal, la comunión
lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la
Carne de Cristo resucitado, "vivificada por el Espíritu Santo y vivificante" (PO
5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo.
Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión
eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando
nos sea dada como viático.
1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en
la
comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por
muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a
Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos
de futuros pecados:
«Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor (cf. 1 Co 11,26). Si
anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados . Si
cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo
recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre,
debo tener siempre un remedio» (San Ambrosio, De sacramentis 4, 28).
1394 Como el alimento corporal sirve
para restaurar la pérdida de fuerzas, la
Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse;
y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (cf Concilio de Trento: DS
1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de
romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él:
«Porque Cristo murió por nuestro amor,
cuando hacemos conmemoración de su muerte
en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el
amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a
dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestro
propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para
nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo [...] y, llenos de caridad,
muertos para el pecado vivamos para Dios» (San Fulgencio de Ruspe, Contra gesta
Fabiani 28, 17-19).
1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva
de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más
progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el
pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales.
Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía
es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.
1396 La unidad del Cuerpo místico: La
Eucaristía hace la Iglesia. Los que
reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo
los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva,
fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el
Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf
1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que
bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos
¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y
un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
«Si vosotros mismos sois Cuerpo
y miembros de Cristo, sois el sacramento que es
puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis
"Amén" [es decir, "sí", "es verdad"] a lo que recibís, con lo que, respondiendo,
lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo
tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también
verdadero» (San Agustín, Sermo 272).
1397 La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres:
Para recibir en
la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos
reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40):
«Has gustado la sangre del Señor y no
reconoces a tu hermano. [...] Deshonras
esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado
digno [...] de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados
y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (S.
Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4).
1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza
de esta
misterio, san Agustín exclama: O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O
vinculum caritatis! ("¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo
de caridad!") (In Iohannis evangelium tractatus 26,13; cf SC 47). Cuanto más
dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la
participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las
oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los
que creen en Él.
1399 Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia
católica celebran la Eucaristía con gran amor. "Estas Iglesias, aunque
separadas, [tienen] verdaderos sacramentos [...] y sobre todo, en virtud de la
sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más
con nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta comunión in sacris,
por tanto, en la Eucaristía, "no solamente es posible, sino que se aconseja...en
circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica" (UR 15, cf CIC
can. 844, §3).
1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia
católica, "sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la
sustancia genuina e íntegra del misterio eucarístico" (UR 22). Por esto, para la
Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no es
posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa
Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de
Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (UR 22).
1401 Si, a juicio del Ordinario, se
presenta una necesidad grave, los ministros
católicos pueden administrar los sacramentos (Eucaristía, Penitencia, Unción de
los enfermos) a cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia
católica, pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se
precisa que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien
dispuestos (cf CIC, can. 844, §4).
VII. La Eucaristía, "Pignus futurae gloriae"
1402 En una
antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: O
sacrum convivium in quo Christus sumitur . Recolitur memoria passionis Eius;
mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur ("¡Oh sagrado
banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión;
el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!")
/(Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona del «Magnificat»
para las II Vísperas: Liturgia de las Horas). Si la Eucaristía es el memorial de
la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados "de
gracia y bendición" (Plegaria Eucarística I o Canon Romano 96: Misal Romano), la
Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial.
1403 En la última Cena, el Señor mismo
atrajo la atención de sus discípulos
hacia el cumplimiento de la Pascua en el Reino de Dios: "Y os digo que desde
ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con
vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25).
Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada
se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora su venida:
Marana tha (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu gracia venga y
que este mundo pase" (Didaché 10,6).
1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía
y que está
ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso
celebramos la Eucaristía expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri
Jesu Christi ("Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador
Jesucristo") (Ritual de la Comunión, 126 [Embolismo después del «Padrenuestro»]:
Misal Romano; cf Tit 2,13), pidiendo entrar "[en tu Reino], donde esperamos
gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las
lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro,
seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por
Cristo, Señor Nuestro" (Plegaria Eucarística III, 116: Misal Romano).
1405 De esta gran esperanza, la de
los cielos nuevos y la tierra nueva en los
que habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más
manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio,
"se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan [...]
que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en
Jesucristo para siempre" (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20,
2).
Resumen
1406 Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan,
vivirá para siempre [...] El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida
eterna [...] permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 51.54.56).
1407 La Eucaristía es el corazón y la cumbre
de la vida de la Iglesia, pues en
ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y
acción de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de
este sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la
Iglesia.
1408 La celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la Palabra
de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo
por el don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación en
el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor:
estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.
1409 La Eucaristía es el memorial de la Pascua
de Cristo, es decir, de la obra
de la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo,
obra que se hace presente por la acción litúrgica.
1410 Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la
nueva Alianza, quien, por el
ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el
mismo Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la
ofrenda del sacrificio eucarístico.
1411 Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la
Eucaristía y
consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del
Señor.
1412 Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de
vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el
presbítero pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la
última cena: "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros [...] Este es el cáliz de
mi Sangre..."
1413 Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en
el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del
vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y
substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Concilio de
Trento: DS 1640; 1651).
1414 En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de
los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios
espirituales o temporales.
1415 El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse
en
estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe
acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el
sacramento de la Penitencia.
1416 La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la
unión
del comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de
pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son
reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia,
Cuerpo místico de Cristo.
1417 La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada
comunión cuando participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la
obligación de hacerlo al menos una vez al año.
1418 Puesto que Cristo mismo está presente en el
Sacramento del Altar es preciso
honrarlo con culto de adoración. "La visita al Santísimo Sacramento es una
prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo,
nuestro Señor" (MF).
1419 Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda
de la gloria que tendremos junto a Él: la participación en el Santo Sacrificio
nos identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del
peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora
a la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.
La Eucaristia
https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p2s2c1a3_sp.html