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El Matrimonio espiritual

El matrimonio espiritual es un grado sublime de santidad y por lo cual muy apetecible.
( todas las almas creyentes y fieles a la Gracia Divina pueden alcanzarlo en esta vida. )


es una unión perfectísima y estable que se celebra y contrae con la Santísima Trinidad por medio de Jesús, pues el alma se une a las tres divinas personas por medio de la Humanidad de Cristo. Es como vivir en plenitud la inhabitation de la S. Trinidad en nosotros, es vivir al máximo la vida de la gracia, nuestra condición de hijos de Dios. Quien ha llegado a estas alturas, es como confirmado en gracia, recibe una seguridad grandísima de perseverar eternamente unida a su divino Esposo, se siente segura de su salvación y disfruta ya, en cierto modo, de la felicidad de las bodas eternas.

El alma vive en el centro de la Trinidad, como si formara parte de ella. Vive su misma vida y recibe un torrente de luz divina que la inunda toda. Es tan profundo el conocimiento que tiene de las cosas sobrenaturales y divinas que Dios le descubre sus designios sobre las almas, porque no tiene secretos para ella.
El Rey del cielo ha puesto su palacio real en el alma de su esposa. Y Jesús le entrega todo. “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17, 10). En su Matrimonio místico le dijo Jesús a Sta. Teresa: “Ya sabes el Desposorio que hay entre nosotros... lo que yo tengo es tuyo y también te doy todos mis trabajos y dolores que pasé” (CC 50). “Como verdadera esposa mía, mi honra es tuya y la tuya mía” (CC 25).

Entonces, la consagrada puede decir de verdad: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20). Y su mayor deseo es morir de amor. Como Sta. Teresita del Niño Jesús, que murió diciendo: “Te amo... Dios mio... te amo”.

Con frecuencia, este matrimonio con Jesús en la Trinidad, se realiza en un éxtasis de amor. A veces, se aparece la Humanidad Santísima de Jesús y hay entrega de anillos, pero esto no siempre se da y no es necesario, ya que este matrimonio es con Cristo en los TRES o con los TRES por Cristo. Es un matrimonio de Dios con el alma, que, a partir de ese momento, forman una unidad indisoluble. Ya decía S. Pablo: “El que viene al Señor se hace un solo espíritu con El” (1 Cor 6,17).


Veamos cómo describe Sta. Verónica Giuliani su Matrimonio espiritual: “Estaba en la celda en oración y me vino un recogimiento grande y en él tuve la visión de Nuestro Señor glorioso con la Virgen Santísima. Jesús me dijo: “Yo soy tu Esposo”. A continuación, me sacó el corazón. Después colocó mi corazón sobre su mismo Corazón y apareció todo encendido como una llama de fuego. El Señor se lo dio a su Santísima Madre y ella lo colocó también sobre su Corazón. Luego lo tomó en su mano y se lo dio a su Hijo junto con su propio Corazón y el del mismo Hijo suyo. El Señor volvió a ponerlo en mi pecho... Jesús me dijo: Ahora eres mía. ¿Qué deseas?


Yo le dije: Desposarme con Vos.
El me mostró el anillo, que tenía preparado, y me dijo que por la mañana, al ir a la comunión, sellaría conmigo el vínculo unitivo, perpetuo e indisoluble. Mientras tanto, que me preparase a la Boda...
En el momento de la comunión, sentí el beso de paz de Jesús en mi corazón y, en ese momento, de unión íntima con El, me puso en la cabeza una bellísima corona, mientras la Virgen Santísima, los santos y ángeles cantaban: Veni, sponsa Christi (Ven, esposa de Cristo). Jesús estaba de pie, glorioso, con sus llagas resplandecientes. No puedo explicar lo que experimenté, no sé sí estaba en el paraíso o si el paraíso había venido a mí. Entonces, Jesús sacó el anillo de su costado y me lo colocó en el dedo y me dijo: ¿Quién eres? Yo respondí: Vuestra esposa. Vuelto a la Virgen Santísima le dijo: “Esta es mi esposa, os la confío con el fin de que me sea siempre fiel”.



Con motivo de su Matrimonio espiritual, Jesús le dio unas nuevas normas de vida, que pueden servir para toda verdadera esposa de Jesús.

1) Quiero de ti fidelidad para cooperar a todo lo que yo, tu Esposo, obro en ti. No te preocupes de nada. En todo y por todo déjame a mí tu cuidado.
2) Quiero de ti obediencia exacta al confesor, a los Superiores, a todos. Obedece al confesor y dile todo con claridad y sencillez.
3) Quiero de ti que en todo tengas la más pura y recta intención, buscando mi gloria. Has de buscar siempre mi voluntad, obedeciendo a quien está en mi lugar.
4) Quiero de ti silencio riguroso. Sólo has de hablar de cosas espirituales y de lo que sirva a la caridad y a tu aprovechamiento y de los demás. No des tu parecer ni consejo a nadie, si antes no te has aconsejado conmigo en la oración.
5) Quiero de ti humildad para sufrir desprecios y ofensas. Debes estar siempre consciente de tu propia nada.
6) Esposa mía, quiero de ti AMOR para que nuestra unión sea cada vez más íntima. Confía siempre en Mí y desconfía de ti misma.
7) Quiero que seas intermediaria entre los pecadores y yo. Debes estar siempre dispuesta a dar la vida y la sangre por mi gloria y la salvación de las almas.
8) Quiero que siempre estés en mi divina presencia. Siempre ligada a mi voluntad.
9) Te quiero toda transformada en Mí para que puedas decir: “Estoy crucificada con Cristo” (Gál 2,19).
10) Yo soy tu Esposo. Nada temas. Yo estoy contigo. “Oh mi Dios y mi Esposo, te suplico por todos los hombres para que los salves y, en particular, te pido por los sacerdotes para que repares sus faltas y los inflames en tu amor” (Diario 1 903.911).



De este Matrimonio espiritual decía Sor María de S. Alberto:

Allí la dulce esposa, transformada en su Amado y convertida, en El vive y reposa y de El recibe vida, quedando ya la suya consumida.
Jesús parece estar “desocupado” y tener todo su tiempo exclusivamente para su esposa y ella está tan endiosada que se siente la reina del Universo. “Está tan transformada por las virtudes del Rey del cielo que se ve hecha una (verdadero) reina” (L1 4,13).
Por eso, puede decir con S. Juan de la Cruz: Míos son los cielos y mía es la tierra.
Mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores.
Los ángeles son míos y la Madre de Dios es mía y todos las cosas son mías, y el mismo Dios es mío, porque Cristo es mío y todo para mí.
Que tú también puedas llegar a ser la reina del cielo, transformada totalmente en Jesús, para que puedas decir con El: “Yo y el Padre somos una misma cosa” (Jn 10, 30). Entonces, sentirás irresistibles deseos de morir para ir al cielo a celebrar tu Matrimonio espiritual con Jesús en medio de la Iglesia triunfante. “A este matrimonio sea servido llevar a todos los que invocan su Nombre, el dulcísimo Jesús, Esposo de las almas fíeles” (C 40, 7).



El Matrimonio espiritual y la Eucaristía

Cuando el sacerdote celebra la Eucaristía, se convierte en Jesús, hay una identificación con El. Podríamos decir que hay una unión transformante con Cristo y, en Cristo y por Cristo, también con el Padre y el Espíritu Santo. Hay como una verdadera deificación del sacerdote en la misa. Durante ella, su unión con Dios, Uno y Trino, por medio de la Humanidad de Jesús, llega a la plenitud del Matrimonio espiritual. Ya no es el hombre sacerdote, sino Dios, quien vive y actúa en él y a través de él. Es como si el Padre le dijera, en esos momentos sublimes de la misa: “Tú eres sacerdote para siempre” (Sal 110,4). “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2,8). El Padre lo ve como a su propio Hijo Jesús.

¡Qué misterio de gracia y de ternura! ¡Qué dignidad y grandeza la de su vocación! ¡Cuánto vale una misa! ¡Cuánto valor de consuelo y reparación, de adoración y de acción de gracias! ¡Cuántas bendiciones se obtienen para los hombres! La misa es la mayor fuente de energía espiritual del mundo. ¡Pensar que el sacerdote, un “pobre” y pecador ser humano, durante la misa, es absorbido por el Ser de Dios y se une tan íntimamente a El que puede besarlo y abrazarlo con el mismo amor de Jesús! Es algo que sólo pensarlo estremece de alegría y de responsabilidad.

Por eso, la celebración diaria de la Eucaristía es para el sacerdote un llamado urgente y constante de Dios hacia la santidad Es también el mayor medio de santificación que puede existir en la tierra. ¡El sacerdote debería ser santo! Pero, no sólo los sacerdotes, todos, incluso los laicos, están llamados a las cumbres de la santidad, aunque de modo especial lo son los consagrados. Tú, como esposa del rey, debes vivir la misa y comunión como una común unión íntima con Jesús y ofrecerte con El al Padre. Mientras perduran las especies sacramentales en ti, tomas contacto íntimo con las TRES divinas personas y con cada una de ellas en particular. Tu alma como que se diviniza al unirse a la divinidad. Hay una especie de “transustanciación” en Jesús. Tú y El sois una misma cosa.

Así podemos comprender que la Eucaristía es el sacramento del Matrimonio espiritual, pues en ella se consuma nuestra unión con el Esposo. Según el Bto. Raimundo, Sta. Catalina de Sena sentía un deseo irresistible de comulgar, no sólo para unir su alma a Jesús, sino también para unir su cuerpo al Cuerpo divino de su Esposo y hacerse una sola cosa con El. Por eso, es preciso que la comunión de cada día sea como una renovación de tu matrimonio con Jesús. Dile mil locuras de amor. Aprovecha bien ese momento y espéralo con ansiedad, pues te unes a Jesús en la intimidad de tu corazón. La comunión de cada día debe ser para ti como una invitación que te hace Jesús a vivir en plenitud tu matrimonio con El, hasta llegar a la plenitud del amor en el Matrimonio espiritual.


El beso del Esposo

El alma que alcanza las sublimes alturas del Matrimonio espiritual, recibe frecuentemente, sobre todo en la comunión, los besos del Esposo. El la besa con los besos de su boca (Cant 1,2), que le producen en el alma una paz inmensa y una alegría incomparable. Ella se siente plenamente inundada por los TRES y distingue claramente la acción de cada una de las personas divinas en su alma, pues cada una de ellas la ama con un amor eterno e infinito. Su alma es un jardín florido, donde han puesto el paraíso el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Su vida es ya como un principio de la Bienaventuranza eterna.

Sta. Verónica Giuliani nos habla del beso del Esposo, que recibió varias veces, incluso antes de su Matrimonio místico. Sobre estos besos, que la enloquecían, escribe: “Cuando Dios da estos besos divinos, se sacude todo nuestro interior hasta la última fibra de nuestro ser. Todas las potencias, corazón, alma, sentidos y sentimientos parecen participar de la felicidad del amor divino. En ese momento, parece que Dios y el alma son una misma cosa. ¡Oh beso de paz! ¡Oh beso de amor! ¡Oh beso de vida de mi Dios” (Diario 1 298 ss).

Este beso divino, es un beso que produce la unión total con el Amado y transforma el alma y la deifica. Algo parecido a lo que sucede con la hostia después de la consagración. Es un beso de la Trinidad, un beso de amor de los TRES. En ese momento, ella ama a su Amado con su mismo amor divino, pues es Dios quien ama y vive en ella para siempre. Son los besos de que habla el Cantar de los Cantares y Sta. Teresa en sus Meditaciones sobre los Cantares.



No es de extrañar que S. Juan de la Cruz pidiera, antes de morir, que le leyeran el Cántico de los enamorados, el Cantar de los Cantares.

Veamos cómo describe este mismo santo el beso de la íntima unión con Dios:
¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro.
¡Oh cauterio suave! ¡Oh regalada llaga! ¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado que a vida eterna sabe, y toda deuda paga! Matando, muerte en vida la has trocado.
¡Oh lámparas de fuego, en cuyos resplandores las profundas cavernas del sentido, que estaba oscuro y ciego, con extraños primores calor y luz dan junto a su Querido!
¡cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno, donde secretamente sólo moras: y en tu aspirar sabroso de bien y gloria lleno, cuán delicadamente me enamoras!

Dice este santo que “el Matrimonio espiritual es el beso del alma a Dios” (C 22,7). Podríamos decir también que es el beso de Dios al alma, pues “ los regalos que el Esposo hace al alma en este estado son inestimables y las alabanzas y requiebros de divino amor que con frecuencia pasan entre los dos son inefables” (C 34,1). “El alma anda interior y exteriormente como de fiesta y trae con gran frecuencia en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y en amor” (Ll 2,36).


S. Juan de la Cruz y Sta. Teresa de Jesús

Estos dos grandes místicos nos hablan del alma enamorada de Dios, que desea ser santa. S. Juan de la Cruz en su Cántico espiritual, escribe así:
¿A dónde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido. Salí tras ti clamando y eras ido.
Pastores los que fuerdes allá por las majadas al otero, si, por ventura vierdes Aquel que yo más quiero, decidle que adolezco, peno y muero.
Buscando mis amores iré por esos montes y riberas ni cogeré las flores, ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras.

¡Oh bosques y espesuras, plantadas por la mano del Amado! ¡oh prado de verduras, de flores esmaltado, decid si por vosotros ha pasado!
Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura.
¡Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados, que tengo en mis entrañas dibujados!
Gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura al monte y al collado do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura.
Entrádose ha la esposa en el ameno huerto deseado, y en su sabor reposa, el cuello reclinado sobre los dulces brazos del Amado.




Igualmente Sta. Teresa de Jesús, en sus poesías escribe:

¡Dichoso el corazón enamorado que en sólo Dios ha puesto el pensamiento! Hirióme con una flecha enherbolada de amor y mi alma quedó hecha una con su Criador.
Yo ya no quiero otro amor, pues a mi Dios me he entregado y mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado.

Veis aquí mi corazón; yo lo pongo en vuestra palma; mí cuerpo, mi vida y alma, mis entrañas, mi afición; dulce Esposo y Redención, pues por vuestra me ofrecí ¿qué mandáis hacer de mí? Dadme muerte, dadme vida, dad salud o enfermedad, honra o deshonra me dad; dadme guerra o paz crecida, flaqueza o fuerza cumplida que a todo digo que Si ¿qué mandáis hacer de mí? Decid dónde, cómo y cuándo.
Decid, dulce amor, decid ¿qué mandáis hacer de mí? ¡Cuán triste es la vida, Dios mío, sin Ti! Ansiosa de verte deseo morir.




Llamados a la santidad

Dios te necesita para la gran tarea de la salvación del mundo. Dios quiere que seas santa. Pero tú sola no puedes nada. “Sin mí, dice Jesús, no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Por eso, debes decirle todos los días: Señor, hazme santa.
Si estás llamada a la santidad y a vivir plenamente como esposa del Rey, estás también llamada a vivir tu alianza nupcial hasta los más elevados grados de la Mística. No tengas miedo. No rechaces los fenómenos místicos, porque son caminos de Dios para tu propia santificación. Déjate llevar, El sabe el camino. Abandónate a su acción divina sin condiciones.

Ciertamente que hay fenómenos místicos que Dios da a unos pocos, son extraordinarios, pues no proceden de la unión con Dios y no tienden directamente a la propia santificación. Por ejemplo: levitación, bilocación, estigmatización, hierognosis (conocimiento de lo sagrado), agilidad (trasladarse corporalmente a un sitio distante de forma instantánea), sutileza (pasar a través de otros cuerpos), inedia (ayuno absoluto), cambio de corazones, privación prolongada de sueño, sudor de sangre, irradiación de luz, perfume sobrenatural, visiones y locuciones sensibles o exteriores etc.

Sin embargo, hay otros fenómenos místicos, que se dan en el desarrollo normal de la vida de oración como frutos maduros de la unión con Dios y tienden directamente a la propia santificación.
En la oración de quietud se da el sueño de las potencias y la embriaguez de amor. En la oración de unión, toques divinos, ímpetus, heridas de amor, llagas de amor En el Desposorio hay raptos y vuelos del espíritu, arrobamientos y éxtasis.
Los que nunca han llegado a estos grados de oración piensan que esto es sólo para los muy santos y que no es para ellos. No los desean y huyen de ellos e incluso los rechazan, lo que sería rechazar los caminos de Dios. ¿Por qué contentarse con una vida mediocre y sin aspiraciones de santidad, rechazando estos dones de Dios por principio?

A veces, creemos que extraordinario es todo aquello que no es normal y corriente en la vida de la mayoría, pero tú estás llamada a la santidad y debes aspirar a todos los dones, que Dios te tiene preparados para cumplir fielmente tu vocación.
Sta. Teresita, que siguió el camino de la infancia espiritual, tuvo también experiencias místicas. Ella nos dice: “Algunos días después de mi ofrenda al Amor misericordioso, comenzaba en el coro el ejercicio del Vía Crucis, cuando de repente me sentí herida por un dardo de fuego, que creí iba a morir. No sé cómo explicar este transporte; no hay palabras para dar a entender la intensidad de semejante llama. Parecía que una fuerza invisible me sumergía enteramente en ella. ¡Oh, qué fuego, qué dulzura!

He tenido en mi vida muchos arrobamientos de amor; particularmente una vez, durante el noviciado, permanecí una semana entera tan completamente alejada de este mundo, que me fuera imposible expresar lo que sentí. Parecíame obrar con un cuerpo prestado y que un denso velo cubría todas las cosas de la tierra. Mas no me abrasaba una llama real y verdadera; podía soportar aquellas delicias sin que con su peso se rompieran mis ligaduras, en tanto que el día a que me refiero, si hubiera durado un segundo más aquel ardor, mi alma se hubiera separado del cuerpo. ¡Desgraciadamente, me encontré otra vez en la tierra y volvió a reinar en mí corazón una aridez desoladora!

¡Son tantas las maravillas que Dios tiene reservadas para ti! Sta. Teresa de Jesús nos dice: “Mirad, que convida el Señor a todos” (CP 19,1 S). Y S. Juan de la Cruz pregunta: “Oh almas criadas para estas grandezas y para ellos llamadas ¿Qué hacéis? ¿En qué os entretenéis?” (C 39, 7).
“Todos han sido llamados, afirma S. Bernardo, a estas bodas espirituales en que Jesucristo es el Esposo y la esposa somos nosotros mismos” (Serm 7 in Cant 3). Todos pueden ser místicos, pues la Mística es la flor y el coronamiento normal de la vida cristiana. Una vida cristiana, que se desenvuelva gradualmente y sin obstáculos, llegará forzosamente al Matrimonio espiritual. Esa es la meta a la que debemos aspirar, si aceptamos el cristianismo por entero. Por eso, sigue el camino de Dios, aunque te parezca extraordinario, cumple fiel y plenamente su plan sobre tu vida y dale muchas gracias por el don inestimable de tu vocación y de tu fe católica.
“El te colmará de gracia y de ternura” (Sal 103,4






(El siguiente testimonio lo he sacado de los escritos espirituales, aprobados por su obispo y su director espiritual, de una religiosa contemplativa europea.)

Viviendo el Matrimonio espiritual

Tres meses antes de mi Matrimonio espiritual, hace 23 años, hice mi voto de muerte mística. Voto de morir místicamente a mí misma y a todo lo creado, viviendo en completo abandono en la tumba del olvido propio y cubriéndome con la tierra del propio conocimiento.

Quería morir a mis deseos, incluso a los más vehementes que siento de santidad, no buscando en todo más que la voluntad de Dios y su gloria, negando a mis sentidos, pasiones y potencias cuanto apetecieran (aun siendo lícito), si de ello resultaba más gloria a Dios. Deseaba servirme de las cosas y de las criaturas para bendecir, amar y alabar y contemplar al Creador. Quería vivir continuamente en el desierto interior de mi corazón, a no ser que tuviera que salir por necesidad, obediencia o caridad, sin negar a mis TRES nada de lo que me pidieran.
Me decía a mí misma: Una monja muerta está siempre ecuánime en todo y para todo; ya no siente nada, ni apetece nada ni desea nada. Ni lo próspero la altera ni lo adverso tampoco. Este voto lo hice sin intención de obligarme a pecado.

Ahora vivo con mis TRES en un continuo Tedéum, en un Aleluya permanente. Soy inmensamente feliz. Diría que, a veces, participo algo de la felicidad del mismo Dios en las profundidades de su eterna vida. Soy su “tálamo imperial”. Soy trono y templo de la adorable Trinidad. Vivo identificada con Cristo, sumergida en el seno de la Trinidad. Ellos viven en lo más íntimo de mí misma, ocupan el centro de mi alma. Mi vida es un continuo chispazo de Dios. Tengo ansias de anonadamiento y humildad. Cuanto más me “suben” Ellos, más siento necesidad de eclipsarme y desaparecer en el fondo de mi “pozo negro”. ¡Me dan tanto miedo las caídas desde la altura!
Muchas veces, en oración, me veo como un átomo imperceptible dentro de Jesús y con El en los TRES. ¡Qué infinitamente maravilloso es nuestro Dios! Jesús y yo somos una misma cosa. Vivo con los pies en la tierra, pero mi corazón está con Ellos. Mi interior es, a veces, un jardín o huerto, otras es un sagrario y casi siempre es un cielo, y siempre es SILENCIO DE DIOS. Un silencio fecundo que, sin palabras, recrea y comunica secretos inefables.

Mi vida con los TRES está unida también con María. Cada día, en compañía de Ella, visito a Jesús en los sagrarios más abandonados y lo mismo por las noches. Lo visito con Ella en cada misa que se celebra, ofreciéndome a Dios Padre en unión con Jesús. ¡Oh qué hermosa es mi Madre! Ella me acaricia con frecuencia y me hace recostar con dulzura sobre su corazón maternal. Muchas veces, ha recogido mi cabeza dolorida con inmenso cariño y con un “Hija mía, ven a Mí, que soy tu Madre”, me alivió el dolor, angustia y tristeza. ¿Cómo no voy a querer con locura a mi tierna y cariñosa Madre? Ella me roba el corazón. Sus maternales brazos están siempre tendidos hacia mí. Su presencia me es viva. Con ella cuento para todo.

En la oración de esta mañana veía a María coronada como Reina por los TRES y, como extasiada, participaba de su gloria. Veía que la santidad de Dios me venía por medio de Ella, que es mi Madre. ¡Qué gozo más inefable! ¡Cuántas ansias tenía de entregarme al Amor, de inmolarme por las almas, por la Iglesia, por la gloria de Dios! Me siento siempre saciada y siempre hambrienta. ¡Qué misterio!.





Autor: Anónimo




Ave María Purísima: Cristiano Católico 15-01-2013  Año de la Fe