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Lo Indispensable para hacer una buena confesión:


1) EXAMEN DE CONCIENCIA.


2) DOLOR DE LOS PECADOS.
3) PROPOSITO DE LA ENMIENDA.
4) DECIR LOS PECADOS AL CONFESOR.
5) CUMPLIR LA PENITENCIA.


Quien ha tenido la desgracia de pecar gravemente, si quiere salvarse, no tiene más remedio que confesarse para que se le perdonen sus pecados.

Es cierto que con el acto de perfecta contrición, puede uno recobrar la gracia, pero para esto hay que tener, además, el propósito firme de confesar después estos pecados, aunque estén ya perdonados; pues Jesucristo ha querido someter al sacramento de la confesión todos los pecados graves.

Por voluntad del Cristo, la Iglesia posee el poder de perdonar los pecados de los bautizados, y ella lo ejerce de modo habitual en el sacramento de la penitencia por medio de los obispos y de los presbíteros.

Este sacramento se llama también de la Reconciliación, pues nos reconcilia con Dios y con la Comunidad Cristiana de la cual el pecador se separa vitalmente, al perder la gracia por el pecado grave.

No vivas nunca en pecado. Si tienes la desgracia de caer, ese mismo día haz un acto de contrición perfecta, y luego confiésate cuanto antes. No lo dejes para después.

El que se confiesa a menudo no es porque tenga muchos pecados, sino para no tenerlos. El que se lava de tarde en tarde, estará más sucio que el que se lava a menudo.

La misericordia de Dios es infinita. Dice la Biblia: Como el viento norte borra las nubes del cielo, así mi misericordia borra los pecados de tu alma. Y en otro sitio: «Cogeré tus pecados y los lanzaré al fondo del mar para que nunca más vuelvan a salir a flote».

Pero también su justicia es infinita, y, por lo tanto, no puede perdonar a quien no se arrepiente. Esto sería una monstruosidad que Dios no puede hacer.

Pío XII en la Encíclica Místici Corporis habla de los valores de la confesión frecuente diciendo que aumenta el recto conocimiento de uno mismo, crece la humildad cristiana, se desarraiga la maldad de las costumbres, se pone un dique a la pereza y negligencia espiritual, y se aumenta la gracia por la misma fuerza del sacramento. Y el Concilio Vaticano II habla de la confesión sacramental frecuente que, preparada por el examen de conciencia cotidiano, tanto ayuda a la necesaria conversión del corazón.

Quien vive en pecado grave es muy fácil que se condene por tres razones:

1) Porque después es muy posible que le falte la voluntad de confesarse, como le falta ahora.

2) Porque, aun suponiendo que no le falte esta voluntad, es posible que le sorprenda la muerte sin tiempo para confesarse.

3) Finalmente, quien descuida la confesión, y va amontonando pecados y pecados, cada vez encontrará más dificultades para romper. Un hilo se rompe mucho mejor que una maroma. Para arrepentirse sería entonces necesario un golpe de gracia prodigioso; y esta gracia sobreabundante Dios no suele concederla a quien se obstina en el mal.

Jesucristo se lo advierte así a los que quieren jugar con Dios: «Me buscaréis, y no me encontraréis, y moriréis en vuestro pecado»
San Juan, 7:34;   8:21

Fuente: Libro Para Salvarte;
Autor:  P. Jorge Loring



Ave María Purísima
Cristiano Católico 17-12-2012