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La Ciudad de Dios
por San
Agustín
Libro Décimo
CAPÍTULO
VI
El Culto Del Verdadero Dios
Del verdadero y perfecto sacrificio
Sacrificio verdadero
es todo aquello que se practica a fin de
unirnos santamente con Dios, refiriéndolo precisamente a aquel sumo
bien con que verdaderamente podemos ser bienaventurados. Por lo cual la misma
misericordia que se emplea en el socorro del prójimo, si no se hace por Dios, no
es sacrificio. Pues aunque le haga u ofrezca el hombre, sin embargo, el
sacrificio es cosa divina, de modo que aún los antiguos latinos llamaron al
sacrificio con el nombre de cosa divina. Así, el mismo hombre que se consagra al
nombre de Dios y se ofrece solemnemente y de corazón a este gran Señor, en
cuanto muere al mundo para vivir en Dios, es sacrificio; porque también pertenece
a la misericordia, la que cada uno usa consigo mismo. Por eso dice la Sagrada
Escritura: «Usa de misericordia con tu alma agradando a Dios».
Cuando
castigamos nuestro cuerpo con la templanza, si lo hacemos por Dios, como
debemos, no dando nuestros miembros para que se sirva de ellos el pecado, por
armas e instrumentos para obrar el mal, sino para que use de ellos Dios nuestro
Señor como de armas e instrumentos para hacer bien, es igualmente sacrificio: Ruégueos, pues, hermanos, por la
misericordia de Dios, que le ofrezcáis y
sacrifiquéis vuestros cuerpos, no ya como animales muertos, sino como una hostia
viva, verdaderamente pura y santa, agradable y acepta a Dios, como un sacrificio
racional.»
Si, pues, el alma, que por ser superior se sirve del cuerpo como de un
siervo o de un instrumento cuando usa bien de él y lo refiere a Dios hace un
sacrificio, ¿cuánto más aceptable será el sacrificio del alma siempre que este
se refiere a Dios, para que inflamada con el ardiente fuego de su divino amor
pierda totalmente la forma de la concupiscencia del siglo, y estando sujeta y
rendida al mismo Señor, que es forma inmutable, se reforme y renueve
espiritualmente, agradándole y sirviéndole con la brillante cualidad que tomó de
la forma y hermosura divina? Todo lo cual, prosiguiendo el Apóstol el mismo
raciocinio, dice: «Y no os conforméis con este siglo, antes transformaros por la
renovación de vuestro espíritu en nuevos hombres, para que desde ahora en
adelante no aprobéis lo que el vulgo profano adopta, sino lo que fuere grato y
agradable a su Divina Majestad, y lo que fuere verdaderamente bueno, agradable y
perfecto.»
Siendo, como son, verdaderos sacrificios, las obras de
misericordia, ya sean las que hacemos por nosotros o por nuestros
prójimos, referidas a Dios, y siendo igualmente cierto que no practicamos las
obras de misericordia con otro objeto que con el de libertarnos de la miseria
humana, y consiguientemente con el deseo de conseguir la bienaventuranza, cuya
felicidad no nos es asequible sino con, el favor de aquel sumo bien de quien
dijo el real profeta: «Que todo su bien estribaba en unirse con Dios»; sin duda
que toda esta ciudad redimida, esto es, la congregación y sociedad de los
santos, viene a ser un sacrificio universal que a Dios ofrece aquel gran
sacerdote que se ofreció en la Pasión como cruenta víctima por nuestra
redención, para que fuésemos nosotros el cuerpo de tan excelsa cabeza, tomando
para consumar esta ilustre obra la humilde forma de siervo.
Porque esta
fue la que ofreció el Señor, en esta fue ofrecido, según ella es medianero, en esta es sacerdote, en
este sacrificio incruento. Así que
habiéndonos exhortado el Apóstol a que ofrezcamos en holocausto nuestros cuerpos
como hostia viva, santa, inmaculada, agradable a Dios, como un sacrificio
racional, y que no nos conformemos con las prácticas reprensibles de este siglo,
sino que nos reformemos interiormente y volvamos a tomar la forma y hermosura de
nuestro espíritu, para que con sentidos perspicaces, sano juicio y discreción
notemos y echemos de ver lo que quiere Dios que ejecutemos, esto es, lo que es
bueno, lo que es aceptable y perfecto ante su Divina Majestad, puesto que, en
realidad de verdad, nosotros somos este sacrificio, nos dice
después el mismo Dios por el insinuado Apóstol estas palabras: «Por la gracia
que Dios me ha dado, os encargo generalmente a todos que no presumáis de
vosotros más de lo que conviene, despreciando a los otros, antes sienta cada uno
de si con templanza y modestia, según la porción de dones que le hubiere
repartido el Señor, porque así como este cuerpo visible, aunque es uno, está
compuesto de muchos miembros, y no todos tienen un mismo oficio, así la multitud
de los fieles vienen a constituir un cuerpo en Jesucristo, y cada uno es miembro
del otro, teniendo diferentes dones, según la gracia que Dios nos ha repartido».
Este es el
sacrificio de los cristianos, formando nosotros, siendo muchos en
número, un cuerpo en Jesucristo.
Lo cual frecuenta la Iglesia en la
celebración del augusto Sacramento del altar que usan los fieles, en el cual la
demuestran que en la oblación y sacrificio que ofrece, ella misma se ofrece.
CAPITULO
VII
Que el amor que nos tienen los ángeles santos es de tal
conformidad, que no gustan que los adoremos, sino a un solo Dios verdadero.
Con justa razón, los inmortales
y bienaventurados que habitan en las moradas
celestiales y gozan de la participación y visión clara de su Criador, con cuya
eternidad están firmes, con cuya verdad cierta, y con cuya gracia son santos,
porque llenos de misericordia nos aman a los mortales y miserables, para que
seamos inmortales y bienaventurados, no quieren que les ofrezcamos sacrificios,
sino a Aquel cuyo sacrificio saben que son también ellos juntamente con
nosotros. Pues juntamente con ellos somos una Ciudad de Dios; con quien hablando
el real profeta dice: «Cosas ilustres y gloriosas están profetizadas de ti,
Ciudad de Dios»; y una parte de ella, que está en nosotros, anda peregrinando,
y la otra parte, que está en ellos, nos ayuda y favorece. De la Ciudad
soberana, donde la voluntad de Dios sirve de ley inteligible e inmutable, de
aquella corte soberana, nos vino por ministerio de los ángeles (quienes cuidan
en ella de nosotros) el divino oráculo que dice: «El que sacrificaré a los
dioses y no lo hiciese solamente a Dios, será desterrado de esta Ciudad.» Este
oráculo, esta ley, este precepto, está confirmado con tantos milagros, que nos
manifiesta evidentemente a quien quieren los espíritus angélicos y
bienaventurados. Que ofrezcamos nuestros sacrificios, que es únicamente al Dios
verdadero, pues nos desean la misma eterna felicidad e inmortalidad de que están
gozando y gozarán por toda la eternidad
Ave María Purísima
Cristiano Católico 18-12-2012 Año de la Fe
Vida Devota
Sea Bendita la Santa e Inmaculada Purísima Concepción de la
Santísima Virgen María