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SÓLO DIOS PUEDE HACERNOS FELICES
CAPÍTULO I
Tenemos en nuestro
corazón un vacío que ninguna criatura puede llenar.
Únicamente puede llenarlo Dios, porque Él es nuestro principio y nuestro fin.
La posesión de Dios llena este vacío y nos hace felices; la
privación de Dios, dejándonos con este vacío, hace que seamos desgraciados
Antes de llenar este vacío, Dios nos
pone en la vía de la fe, con la
condición de que si lo miramos siempre como a nuestro último fin y usamos de las criaturas con moderación y solo en
cuanto nos ayuden a servirle y a contribuir
fielmente a la gloria que Él espera de todos los seres creados, Él se nos dará
para llenar nuestro vacío y para que seamos felices. Pero si no somos fieles,
nos dejará con este vacío, que no estando lleno, nos hará desgraciados.
II
Las criaturas quieren ser para nosotros nuestro último fin, y
nosotros mismos somos los primeros que queremos ser nuestro fin. Una criatura
nos dice: ven conmigo, yo te llenaré. La creemos, pero nos engaña. En seguida
otra, y luego otra, nos dicen lo mismo y nos engañan de la misma manera; y esto
pasa invariablemente mientras dura esta vida.
Las criaturas nos llaman de todos los lados y nos prometen
llenarnos. Y a
pesar de que todas sus promesas no son más que mentiras, estamos dispuestos a
dejarnos engañar.
Es coma si el mar estuviese vacío y alguien cogiese agua en su mano para
llenarlo. Así nos pasa: no podemos estar nunca contentos ; porque las criaturas,
cuando nos aficionamos a ellas, nos alejan de Dios y nos dan tristeza, turbación
y miseria, que son cualidades tan inherentes a la criatura como la alegría, la
paz y la dicha son inseparables de Dios.
III
Nos parecemos a esas personas desganadas que prueban una carne y
la dejan, y prueban otra y la vuelven a dejar; no sacan así gusto a nada. Nos
lanzamos a mil cosas sin conseguir llenarnos con ninguna.
Sólo Dios es el soberano bien que puede hacernos
felices; y nos
equivocamos cuando decimos: Si estuviese en tal lugar o tuviese tal empleo,
estaría contenta. Tal persona es feliz porque tiene lo que desea, Vanidad.
Aunque lo tuviéramos todo, no estaríamos contentos. Buscar a Dios. Buscar
únicamente a Dios.
El es el único que puede satisfacer todos nuestros deseos.
IV
Antes el demonio se hacía pasar por Dios, presentándose a los
paganos en los ídolos como el autor y el fin de todo lo que existía en el mundo.
Las criaturas hacen poco más o menos lo mismo : se hacen pasar por Dios,
haciéndonos creer que nos darán lo suficiente para contentarnos y llenarnos.
Pero todo lo que nos dan, no sirve más que para aumentar nuestro vacío. Ahora
casi no nos damos cuenta, pero sí la comprenderemos en la otra vida, donde el
alma separada ya del cuerpo tendrá un deseo casi infinito de verse llena de Dios
y mientras este deseo no se realice, le hará sufrir una pena casi infinita.
V
A la hora de la muerte reconoceremos cuán desgraciadamente nos
hemos dejado engañar y encantar por las criaturas. Nos extrañaremos de que, por
cosas tan pequeñas y tan bajas, hayamos querido perder otras tan grandes y
preciosas. El castigo de esta loca conducta será estar privados por algún tiempo de la vista de Dios, sin la que
nadie puede dar satisfacción a su alma.
El deseo que tendrá de verlo y de poseerlo no es imaginable, lo mismo
que
la pena que le causa este deseo al no poderlo satisfacer.
Por esto es indispensable que nos decidamos a
renunciar generosamente a
todos los proyectos que podamos hacer sobre nosotros mismos, a todas las miras
humanas, a todos los deseos y a todas las esperanzas de las cosas que pueden
satisfacer nuestro amor propio y, generalmente, a todo lo que pueda ser un
obstáculo para la mayor gloria de Dios.
Esto es lo que se llama - en términos de la Sagrada Escritura- caminar
delante del Señor, tener el alma recta, andar en la verdad, buscar a Dios con
todo nuestro corazón. Sin esto jamás estaremos contentos.
VI
¿Por qué nos aficionamos tanto a las criaturas? Son tan
limitadas y están tan vacías de bienes sólidos, que todo el placer y el contento
que nos pueden prometer, no es más que una dicha vana e imaginaria, que nos abre
el apetito en lugar de saciárnoslo ; porque nuestro apetito, siendo infinito, no
puede saciarse más que con la posesión de nuestro soberano bien. Además, las
criaturas son poco duraderas, y nos dejan pronto, e incluso nosotros mismos nos
vemos obligados a dejarlas.
Y en cuanto a los hombres en particular, ¿no sabemos que no aman otra cosa
sino a ellos mismos y que no buscan en todo más que su interés? Si tienen un
poco de bien, de crédito, de autoridad, lo usan para ellos mismos: y si
poseyeran todos los bienes en abundancia. Los emplearían de la misma manera.
Todo lo que no hacen puramente por
Dios, lo hacen por amor propio ; y aun
en aquello que creen hacer por los demás, no pierden nunca de vista a sí mismos.
Y no nos son favorables, ni fieles, ni amigos, sino en cuanto les trae cuenta.
¿Qué podemos, pues, aperar del favor y de la amistad de los hombres?