1 - Consideramos cuánto debemos estimar la voluntad de Dios, que
cuando obedecemos estamos seguros de cumplir. La voluntad de Dios no
es como la nuestra. La voluntad humana por sí misma es indiferente al
bien o al mal. La virtud no le es esencial . Se inclina más del lado
del vicio, es ciega y necesita de las luces del entendimiento para
conocer los objetos y para dirigir su conducta. Es débil, inconstante
y llena de imperfecciones. La voluntad de Dios, al contrario, por ser
esencial y necesariamente recta, justa y santa, lo es infinitamente y
sin límites. Es la rectitud, la equidad, la santidad misma ; y por
consiguiente, así como la elocuencia, si hablara por sí misma no podría
hacerlo sino muy elocuentemente, también la voluntad de Dios no puede
querer sino justa y santamente. Y la fe nos asegura que la voluntad de
Dios se nos manifiesta por la obediencia.
Jesucristo lo sabía
infinitamente mejor que nosotros. Conocía perfectamente que la
voluntad de su Padre, aun en las cosas más pequeñas, es infinitamente
preciosa. La estimaba infinitamente, y eso es lo que le hizo apreciar
la obediencia más que su vida.
2 - Consideremos con qué afecto debemos unirnos a la voluntad de
Dios y con cuánta fidelidad debemos seguirla. Esto no es imaginable.
Primeramente, tiene perfecciones y atractivos que la hacen entrañable
y digna de ser preferida a todo lo que no es Dios. Los dolores, los
oprobios y todo lo que hay de más horroroso en la naturaleza, lo hace
dulce y agradable cuando se ve en ello la voluntad de Dios. En segundo
lugar, estamos más obligados si así puede decirse- con la voluntad de
Dios que con cualquiera de sus otros atributos : mucho más que con su
inmensidad, su sabiduría, su poder. Fue la voluntad de Dios quien nos
dio el ser; por ella somos lo que somos, podemos lo que podemos,
poseemos lo que poseemos y esperamos lo que esperamos. En tercer
lugar, la voluntad de Dios es la regla de todos nuestros deberes; ella
es incluso la raíz de todos ellos, y no tenemos ninguna obligación, en
cualquier materia que sea, que no esté fundada sobre la voluntad de
Dios y que no saque de ahí toda su fuerza.
Jesucristo sabía
perfectamente. Todo esto, y por este motivo, desde el primer momento
de su vida, se sometió con gran sacrificio a la voluntad de su Padre.
¿Qué no hizo para darnos ejemplo de obediencia a esta divina voluntad?
Le pareció tan encantadora aún en el suplicio mismo de la Cruz, que le
hizo desearlo con amor y sufrir con alegría.
3 - Consideremos en Nuestro Señor la cualidad de jefe y de
reparador de los hombres. Esta cualidad fue la que le obligó a
rescatarlos por su obediencia, así como Adán, su primer padre, los
perdió con su desobediencia. Por esto podemos decir que la obediencia
nos ha salvado y que es la causa de todos nuestros bienes y de la
felicidad que esperamos, tanto como la desobediencia fue la causa p y
de la desgracia en que caímos. de nuestros males Esta es, pues, la
virtud característica de los hombres apostólicos que se dedican a
procurar la salvación de las almas.
Imitar a Jesús en la obediencia