Divina Gratia
Liturgia Católica
Imitación de Cristo
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Libro tercero
Capítulo
L
Cómo se debe ofrecer en las manos de Dios el hombre
desconsolado.
El Alma:
1. Señor, Dios, Padre santo: ahora y para siempre seas
bendito, que como Tú
quieres así se ha hecho, y lo que haces es bueno. Alégrese tu siervo en Ti, no
en sí, ni en otro alguno: porque Tú solo eres alegría verdadera: Tu esperanza
mía y corona mía: Tú, Señor, eres mi gozo y mi premio. ¿Qué tiene tu siervo sino
lo que recibió de Ti, aun sin merecerlo? Tuyo es todo lo que me has dado y has
hecho conmigo. Pobres, soy y lleno de trabajos, desde mi juventud; y mi alma se
entristece algunas veces hasta llorar; y otras veces se turba contigo por las
pasiones que la acosas.
2. Deseo el gozo de la paz; la paz de tus hijos pido, que son
recreados por Ti
en la luz de la consolación. Si me das paz, si derramas en mí un santo gozo,
estará el alma de tu siervo llena de alegría, y devota para alabarte. Pero si te
apartares, como muchas veces lo haces, no podrá correr por el camino de tus
mandamientos, sino que hincará las rodillas para herir su pecho; porque no le va
como los días anteriores cuando resplandecía tu luz sobre su cabeza, y era
defendida de las tentaciones impetuosas debajo de la sombra de tus alas.
3. Padre justo y
siempre laudable, llegó la hora en que tu siervo debe ser
probado. Padre amable, justo es que tu siervo padezca algo por Ti en esta hora.
Padre para siempre adorable, ya ha llegado la hora que habías previsto desde la
eternidad, en la cual tu siervo esté abatido en lo exterior un corto tiempo, más
para que viva siempre interiormente contigo. Despreciado sea y humillado un
poco, y decaiga delante de los hombres; sea consumido de pasiones y
enfermedades, para que vuelva nuevamente a verse contigo en la aurora de una
nueva luz, y sea ilustrado en las cosas celestiales. ¡Padre santo! Así lo
ordenaste Tú, así lo quisiste; y lo que mandaste se ha hecho.
4. Esta es, pues, la gracia que
haces a tu amigo, que padezca, y sea atribulado
por tu amor en este mundo, por cualquiera, y cuantas veces lo permitieres. Sin tu
consejo y providencia y sin causa, nada se hace en la tierra. Bueno, es para mí,
Señor, que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones, y destierre
de mi corazón toda soberbia y presunción. Provechoso es para mí que la confusión
haya cubierto mi rostro, para que así te busque a Ti para consolarme, y no a los
hombres. También aprendí en esto a temblar de tu inescrutable juicio, que
afliges así al justo como al impío, aunque no sin equidad y justicia.
5. Gracias te doy
porque no me escaseaste los males; sino que me afligiste con
amargos azotes, enviándome dolores y angustias interiores y exteriores. No hay
quien me consuele debajo del cielo, sino Tú, Señor Dios mío, médico celestial de
las almas, que hieres y sanas, pones en grandes tormentos y libras de ellos. Sea
tu corrección sobre mí, y tu mismo castigo me enseñará.
6. Padre amado, vesme aquí en tus
manos; yo me inclino bajo la vara de tu
corrección. Hiere mis espaldas y mi cerviz para que enderece mis torcidas
inclinaciones a tu voluntad. Hazme piadoso y humilde discípulo como sueles
hacerlo, para que ande siempre pendiente de tu voluntad. Me entrego enteramente
a Ti con todas mis cosas para que las corrijas. Más vale ser corregido aquí que
en la otra vida. Tú sabes todas y cada una de las cosas, y no se te esconde nada
en la humana conciencia. Antes que suceda, sabes lo venidera, y no hay necesidad
que alguno te enseñe o avise de las cosas que se hacen en la tierra. Tú sabes lo
que conviene para mi adelantamiento, y cuánto me aprovecha la tribulación para
limpiar el orín de los vicios. Haz conmigo tu voluntad y gusto, y no deseches mi
vida pecaminosa, a ninguno mejor ni más claramente conocida que a Ti solo.
7. Concédeme,
Señor, saber lo que se debe saber; amar lo que se debe amar;
alabar lo que a Ti es agradable; estimar lo que te parece precioso; aborrecer lo
que a tus ojos es feo. No permitas que juzgue según la vista de los ojos
exteriores, ni que sentencie según el oído de los hombres ignorantes; si no dame
gracia para que pueda discernir con verdadero juicio entre lo visible y lo
espiritual, y sobre todo, buscar siempre la voluntad de tu divino beneplácito.
8. Muchas
veces se engañan los hombres en sus opiniones y juicios, y los
mundanos se engañan también en amar solamente lo visible. ¿Qué tiene de mejor el
hombre porque otro le alabe? El falaz engaña al falaz, el vano al vano, el ciego
al ciego, el enfermo al enfermo, cuando lo ensalza; y verdaderamente más le
confunde cuando vanamente le alaba. Porque cuanto es cada uno en tus ojos, tanto
es y no más, dice el humilde San Francisco.