Liturgia
San Francisco de Sales
vida devota
CAPÍTULO I
Segunda parte de la Introducción
a la vida devota
Diferentes avisos para elevación del
alma a Dios, mediante la oración y los sacramentosCAPÍTULO 1 DE LA NECESIDAD DE LA
ORACIÓN1. La oración, al llevar nuestro entendimiento hacia las claridades
de la luz divina y al inflamar nuestra voluntad en el fuego del amor
celestial, purifica nuestro entendimiento de sus ignorancias, y nuestra
voluntad de sus depravados afectos; es el agua de bendición que, con su
riego, hace reverdecer y florecer las plantas de nuestros buenos deseos,
lava nuestras almas de sus imperfecciones y apaga en nuestros corazones
la sed de las pasiones.
2. Pero, de un modo particular,
te aconsejo la oración mental afectuosa, especialmente la que versa
sobre la vida y pasión de Nuestro Señor. Contemplándole con frecuencia,
en la meditación, toda tu alma se llenará de Él; aprenderás su manera de
conducirse, y tus acciones se conformarán con el modelo de las suyas. Él
es la luz del mundo; es, pues, en Él, por Él y para Él, que hemos de ser
ilustrados e iluminados; es el árbol del deseo, a cuya sombra nos hemos
de rehacer; es la fuente viva de Jacob, donde nos hemos de purificar de
todas nuestras fealdades. Finalmente, los niños, a fuerza de escuchar a
sus madres y de balbucir con ellas, aprenden a hablar su lenguaje; así
nosotros, permaneciendo cerca de El Salvador, por la meditación, y
observando sus palabras, sus actos y sus afectos, aprenderemos, con su
gracia, a hablar, obrar y a querer como Él.
Conviene que nos
detengamos aquí Filotea, y, créeme, no podemos ir a Dios Padre, sino por
esta puerta. Pues así como el cristal de un espejo no podría detener
nuestra imagen si no tuviese detrás de sí una capa de estaño o de plomo,
de la misma manera, la Divinidad no podría ser bien contemplada por
nosotros, en este mundo, si no se hubiese unido a la sagrada Humanidad de El Salvador, cuya vida y muerte son el
objeto más proporcionado,
apetecible, delicioso y provechoso, que podemos escoger para nuestras
meditaciones ordinarias. No en vano es llamado, el Salvador, pan bajado
del cielo; porque, así como el pan se ha de comer con toda clase de
manjares, de la misma manera el Salvador ha de ser meditado, considerado
y buscado en todas nuestras acciones y oraciones. Muchos autores, para
facilitar la meditación, han distribuido su vida y su muerte en diversos
puntos: los que te aconsejo de un modo particular son San Buenaventura,
Bellintani, Bruno, Capilia, Granada y La Puente.
3.
Emplea, en la oración, una hora cada día, antes de comer; pero, si es
posible, mejor será hacerlas a primeras horas de la mañana, porque, con
el descanso de la noche, tendrás el espíritu menos fatigado y más
expedito. No emplees más de una hora, si el padre espiritual no te dice
expresamente otra cosa.
4. Si puedes practicar este
ejercicio en la iglesia, y tienes allí bastante quietud para ello, te
será cosa fácil y cómoda, porque nadie, ni el padre, ni la madre, ni el
esposo, ni la esposa, ni cualquier otro, podrán impedirte que estés una
hora en la iglesia; en cambio, estando a merced de otros, no podrás, en
tu casa, tener una hora tan libre.
5. Comienza toda clase
de oraciones, ya sean mentales, vocales, poniéndote en la presencia de
Dios, y cumple esta regla, sin excepción, y verás, en poco tiempo, el
provecho que sacarás de ella.
6. Si quieres creerme, di el Padrenuestro, el Avemaría y el
Credo en
latín; pero, al mismo tiempo, aplícate a entender, en tu lengua, las
palabras que contiene, para que, mientras las rezas en el lenguaje común
de la Iglesia, puedas, al mismo tiempo, saborear el admirable y
delicioso sentido de estas oraciones, que es menester decir fijando el
pensamiento y excitando el afecto sobre el significado de las mismas, y
no de corrida, para poder rezar más, sino procurando decir lo que digas,
de corazón, pues un solo Padrenuestro dicho con sentimiento vale más que
muchos rezados dé prisa y con precipitación.
7. El
Rosario es una manera muy útil de orar, con tal que se rece cuál
conviene. Para hacerlo así, procura tener algún librito de los que
enseñan la manera de rezarlo. Es también muy provechoso rezar las
letanías de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen y de los santos, y
todas las otras preces vocales, que se encuentran en los manuales y
Horas aprobadas, pero ten bien entendido que, si posees el don de la
oración mental, para esta ha de ser el primer lugar; de manera que, si
después de esta, ya sea por tus ocupaciones, ya por cualquier otro
motivo, no puedes hacer la oración vocal, no te inquietes por ello y
conténtate con decir simplemente, antes o después de la meditación, la
oración dominical, la salutación angélica o el símbolo de los apóstoles.
8. Si mientras
haces
la oración vocal, sientes el corazón
inclinado y movido a la oración interior o mental, no te niegues a
entrar en ella, si no deja que ande tu espíritu con suavidad, y no te
preocupe el no haber terminado las oraciones vocales que te habías
propuesto rezar, pues la mental que habrás hecho en su lugar, es más
agradable a Dios y más útil a tu alma. Exceptúo el oficio eclesiástico,
si estuvieses obligado a rezarlo, pues, en este caso, hay que cumplir
con la obligación.
9. En el caso de transcurrir toda la
mañana, sin haber practicado este santo ejercicio de la oración mental,
debido a las muchas ocupaciones o a cualquiera otra causa (lo cual, en
lo posible, es menester procurar que no ocurra), repara esta falta por
la tarde, pero mucho después de la comida, porque si hicieres la oración
en seguida y antes de que estuviese bastante adelantada la digestión, te
invadiría un fuerte sopor, con detrimento de tu salud. Y, si no puedes
hacerlo en todo el día, conviene que repares esta pérdida, multiplicando
las oraciones jaculatorias, leyendo algún libro espiritual, haciendo
alguna penitencia que impida la repetición de esta falta, y con la firme
resolución de volver a tu santa costumbre el día siguiente.
12-12-2012
Dios te
salve Santa María de Guadalupe, llena, eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las
mujeres, y
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de
Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra
muerte. Amén