Liturgia Católica
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Tercera parte de la Introducción
a la vida devota
CAPÍTULO XI
DE LA OBEDIENCIA
Solo la caridad nos
eleva hasta la perfección, pero la obediencia, la castidad y la
pobreza
son los tres grandes medios para alcanzarla. La
obediencia consagra nuestro corazón, la castidad, nuestro cuerpo y la pobreza, nuestros bienes, al amor y al servicio de Dios; son las
tres ramas de la cruz espiritual, pero las tres fundadas en la cuarta,
que es la humildad. Nada diré de estas tres virtudes consideradas como
objeto del voto solemne, porque esto solo corresponde a los religiosos,
ni tampoco en cuanto son materia del voto simple, porque, aunque el voto
confiere muchas gracias y gran mérito a todas las virtudes, no obstante,
para que nos hagan perfectos, no se requiere el voto, con tal que se
practiquen. Porque, si bien haciendo voto de estas virtudes, sobre todo,
si el voto es solemne, llevan al hombre al estado de perfección, con
todo, para conducirlo a esta, basta que sean observadas, pues existe
mucha diferencia entre el estado de perfección y la perfección, ya que
todos los religiosos y todos los obispos se hallan en este estado, y, no
obstante, no todos son perfectos, como harto lo muestra la experiencia.
Esforcémonos, pues, Filotea, en practicar estas tres virtudes, cada uno
según su vocación, porque, aunque no puedan constituirnos en estado de
perfección, nos darán, sin embargo, la perfección misma; todos estamos
obligados a la práctica de estas tres virtudes, aunque no todos debamos
practicarlas de la misma manera.
Hay dos clases de
obediencia: una obligatoria, y otra voluntaria. En cuanto a la
obligatoria, es necesario que obedezcas humildemente a tus superiores
eclesiásticos, como al Papa, a los obispos, al párroco y a todos los que
de ellos tienen autoridad delegada; has de obedecer también a tus
superiores políticos, es decir: a tu príncipe o gobierno y a los
magistrados que hayan designado para tu región; finalmente, has de
obedecer a tus superiores domésticos, es decir: a tu padre, a tu madre,
a tu maestro, a tu maestra. Ahora bien, esta obediencia se llama
necesaria, porque nadie puede eximirse del deber de obedecer a dichos
superiores, investidos por Dios de autoridad, para mandar y gobernar a
cada uno, según el cargo que tienen sobre nosotros. Cumple, pues, sus
mandatos, porque esto es necesariamente obligatorio, y, para ser
perfecta, sigue también sus consejos y aun sus deseos e inclinaciones,
mientras la caridad y la prudencia te lo permitan. Obedece, cuando te
mandan alguna cosa agradable, como comer, tener recreación, porque,
aunque te parezca que no hay gran virtud en estos casos, sin embargo,
sería vicioso desobedecer; obedece en las cosas indiferentes, como en
llevar este o aquel vestido, ir a este o aquel camino, en cantar o
callar, y esta será ya una obediencia muy recomendable; obedece en cosas
difíciles, ásperas y duras, y esto será una obediencia perfecta.
Finalmente, obedece con dulzura, sin réplica, pronto y sin dilación, con
alegría y sin malhumor; y, sobre todo, obedece amorosamente, por amor a
Aquel que, por nuestro amor, «se hizo obediente hasta la muerte y muerte
de cruz», y el cual, como dice San Bernardo, prefirió perder la vida que
la obediencia.
Para aprender a obedecer con facilidad a tus
superiores, condesciende de buen grado con tus iguales, cediendo a su
parecer en lo que no sea malo, sin ser disputadora ni terca; acomódate
suavemente a los deseos de tus inferiores, tanto cuanto la razón te lo
permita, sin ejercer sobre ellos tu autoridad de una manera imperiosa,
siempre que sean buenos.
Es una equivocación creer que si una persona fuese religiosa,
obedecería fácilmente, cuando es difícil y rebelde, en prestar obediencia
a los que Dios ha puesto sobre nosotros.
Llamamos obediencia
voluntaria a aquella a la cual nos obligamos por nuestra propia elección
y que por nadie nos ha sido impuesta. Nadie escoge voluntariamente a su
príncipe o a su obispo, a su padre o a su madre, y, con frecuencia,
tampoco al esposo, pero es de libre elección el confesor, el director.
Pues bien, tanto si, al escogerlo, se hace voto de obedecerle (como se
cuenta de Santa Teresa, la cual, además del voto solemne de obediencia
debido al superior de su orden, se obligó, con voto simple, a obedecer
al padre Gracián, como si se le obedece sin voto, siempre esta
obediencia se llama voluntaria, por razón de su fundamento, que depende
de nuestra voluntad y elección.
Es menester obedecer a todos
los superiores, pero a cada uno en aquello de lo cual tiene cargo sobre
nosotros; de la misma manera que, en lo que concierne a la policía y a
las cosas públicas, hay que obedecer a los príncipes; a los prelados, en
todo lo que se refiere a la disciplina eclesiástica; en las cosas
domésticas, al padre, a la madre, al marido; en el gobierno particular
del alma, al director y al confesor particular.
Haz que tu
padre espiritual te ordene los actos de piedad que has de practicar,
porque así saldrán mejorados y será doble su gracia y su bondad: una,
por razón de sí mismos, por ser actos piadosos; otra, por razón de la
obediencia, que los habrá dispuesto, y por la cual habrán sido hechos.
Bienaventurados los obedientes, porque jamás permitirá Dios que se
extravíen.
Ave María Purísima
Cristiano Católico 18-12-2012 Año de la Fe
Vida Devota
Sea Bendita la Santa e Inmaculada Purísima Concepción de
la Santísima Virgen María