Liturgia Católica
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Cuarta parte de la Introducción
a la vida devota
CAPÍTULO III
DE LA NATURALEZA DE LAS TENTACIONES Y DE LA DIFERENCIA
QUE HAY ENTRE EL SENTIR LA TENTACIÓN Y EL CONSENTIR EN ELLA
Imagínate, Filotea, una joven princesa muy querida de su esposo.
Un malvado, para seducirla y mancillar su tálamo nupcial, le envía un
infame mensajero de amor, para tratar con ella de su desgraciado
propósito. En primer lugar, este mensajero expone a la princesa la
intención del que lo envía; en segundo lugar, la princesa se siente
complacida o disgustada de la proposición; en tercer lugar, o consiente
en ella o la rechaza. Asimismo, Satanás, el mundo o la carne,
al ver a una alma desposada con el Hijo de Dios, le envía tentaciones y
sugestiones por las cuales:
1, le propone el pecado;
2, en las
cuales siente complacencia o displicencia;
3, en las cuales,
finalmente, consiente o bien rechaza; que son, en resumen, supuesto a
que consienta,
los tres grados por los cuales se desciende hasta la iniquidad;
la tentación, la delectación y el consentimiento; y, aunque
estos tres grados no queden, a veces, del todo deslindados en toda clase
de pecados, se distinguen, empero, de una manera muy palpable, en los
pecados grandes y enormes.
Aunque la tentación dure toda la
vida, no nos hace desagradables a la divina Majestad, mientras no nos
complazcamos ni consintamos en ella; la razón es porque en la tentación
no obramos, sino que sufrimos, y cuando no nos complacemos en ella,
tampoco tenemos ninguna clase de culpa. San Pablo padeció durante mucho
tiempo las tentaciones de la carne, y, lejos de ser por esto
desagradable a Dios, al contrario, era Dios, en ello, glorificado; la
bienaventurada Ángela de Foliño sentía tentaciones carnales tan crueles,
que da lástima cuando las refiere; grandes fueron también las
tentaciones que sufrieron San Francisco y San Benito, cuando, para
mitigarlas, el uno se revolcó sobre los zarzales, y el otro sobre la
nieve, y, no obstante, nada perdieron de la gracia de Dios, sino que
recibieron un gran aumento de ella.
Conviene, pues, Filotea,
que seas esforzada, en medio de las tentaciones y que no te consideres
jamás vencida mientras te desagraden, teniendo muy en cuenta la
diferencia que hay entre el sentir y el consentir, diferencia que
estriba en que podemos sentirlas, aunque nos desagraden, más no podemos
consentir sin que nos agraden, pues la complacencia sirve,
ordinariamente, de paso para llegar al consentimiento.
Que los enemigos
de nuestra salvación se presenten tan atractivos y seductores como
quieran; que permanezcan siempre en la puerta de nuestro corazón, a
punto de entrar; que nos hagan las proposiciones que quieran; mientras
tengamos la firme resolución de no entregarnos a ellos, no es posible
que ofendamos a Dios; de la misma manera que el príncipe, esposo de la
princesa que hemos imaginado, no puede ofenderse del mensaje que le ha
sido enviado si ella no se complace en recibirlo. Hay, empero, una
diferencia entre el alma y la princesa, porque está de haber escuchado
la proposición deshonesta, puede, si le place, despedir al mensajero y
no escucharle más; en cambio, no siempre depende del alma el no sentir
la tentación, aunque esté en su poder el no consentir en ella; por esto,
aunque la tentación dure y persevere mucho tiempo, no puede
perjudicarnos, mientras no nos sea agradable.
En cuanto a la
delectación que puede seguir a la tentación, como que nosotros tenemos,
en nuestra alma, dos partes, una inferior y otra superior, y la inferior
no siempre obedece a la superior, sino que anda a su arbitrio, ocurre
que, algunas veces, la parte inferior se deleita en la tentación, sin el
consentimiento y aun contra la voluntad de la superior; es la discordia
y la guerra que describe el apóstol San Pablo, cuando dice que «su carne
hostiliza a su espíritu» y que «una es la ley de los miembros y otra la
ley del espíritu», y otras cosas parecidas.
¿Has visto,
alguna vez, Filotea, un gran brasero de fuego cubierto de ceniza?
Cuando, diez o doce horas más tarde, queremos sacar fuego de él,
solamente, y aún a duras penas, encontramos muy poco, oculto entre el
rescoldo; y, sin embargo, hay fuego, pues lo encontramos y con él se
puede encender de nuevo todo el carbón apagado. Lo mismo ocurre con la
caridad, que es nuestra vida espiritual en medio de las grandes y
violentas tentaciones; porque la tentación, cuando existe la delectación
de la parte inferior, parece que cubre toda el alma de ceniza y esconde
el amor de Dios en el fondo, amor que ya no aparece en ninguna otra
parte, si no es un medio del corazón, en lo más hondo del espíritu; y
parece que no existe, pues cuesta trabajo encontrarlo. Está, empero, en
realidad, pues, aunque todo ande revuelto en nuestra alma y en nuestro
cuerpo, tenemos el propósito de no consentir ni en el pecado, ni en la
tentación, y la delectación, que, en nosotros, agrada al hombre
exterior, desagrada al hombre interior, y, aunque ande dando vueltas en
torno de nuestra voluntad, no está, empero, dentro de ella; y en esto se
ve que esta delectación es involuntaria, y, por lo tanto, es imposible
que sea pecado.
Ave María Purísima
Cristiano Católico 20-12-2012 Año de la Fe
Vida Devota
Sea Bendita la Santa e Inmaculada Purísima Concepción de
la Santísima Virgen María