Liturgia Católica

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Cuarta parte de la Introducción a la vida devota


CAPÍTULO VI



DE QUÉ MANERA LA TENTACIÓN Y LA DELECTACIÓN PUEDEN SER Pecados


La princesa, de la cual hemos hablado, no es responsable de la propuesta deshonesta que le ha sido hecha, porque, como hemos supuesto, todo ha ocurrido contra su voluntad; más, sí, por el contrario, hubiese dado motivo a la propuesta con algún halago, ofreciendo amor a quien le hubiese festejado, indudablemente hubiera sido culpable de la misma propuesta, y, aunque después se hubiese hecho la desentendida, no hubiera dejado de merecer reprensión y castigo. Así ocurre, a veces, que la sola tentación es pecado, porque somos causa de ella. Por ejemplo, sé que si juego, monto fácilmente en cólera y profiero blasfemias, y, por consiguiente, sé que el juego es para mí una tentación: peco, pues, cada vez que juego, y soy responsable de todas las tentaciones que, durante el mismo, me acometen. Asimismo, si sé que alguna conversación me arrastra a la tentación y me hace caer, y, a pesar de ello, tomo parte voluntariamente en ella, soy culpable de todas las tentaciones que puedan sobrevenirme.


Cuando la delectación que se deriva de la tentación puede ser evitada, siempre es pecado admitirla, según que el placer que se siente en ella y el consentimiento que se da, sea de larga o corta duración. Siempre es censurable la joven princesa, de quien hemos hablado, si no solo escucha la proposición baja y deshonesta que se la hace, sino que, además, después de conocerla, se complace en ella y entretiene con placer su corazón en estas cosas; porque, aunque no quiera consentir en la ejecución real de lo que le ha sido ofrecido, consiente, no obstante, en la aplicación espiritual de su corazón, por el gozo que en ello se da, y siempre es cosa deshonesta aplicar el corazón o el cuerpo a una deshonestidad; pero está de tal manera consiste en la aplicación del corazón, que, sin esta aplicación, no puede haber pecado.


Cuando, pues, te sientas tentada de cometer algún pecado, considera si has dado voluntariamente motivo para ser tentada, pues entonces la misma tentación te pone en estado de pecado, por el peligro a que te has expuesto. Esto se entiende del caso en que hayas podido evitar cómodamente la ocasión, y en que hayas previsto o hayas tenido ocasión de prever el hecho de la tentación; pero, si no has dado motivo alguno a la tentación, de ninguna manera te puede ser imputada ha pecado.


Cuando la delectación que sigue a la tentación ha podido ser evitada y, no obstante, no lo ha sido, siempre hay alguna clase de pecado, según sea la detención hecha en ella, y también según sea la naturaleza de la causa del placer sentido. Una mujer que, sin haber dado motivo para ser festejada, se complace, no obstante, en serlo, no deja de ser digna de reprensión, si el placer que en ello encuentra no tiene otra causa que la galantería. Por ejemplo, si el que quiere hacerle el amor toca exquisitamente el laúd, y a ella le gusta, no el ser requerida de amores, sino la armonía y dulzura del sonido, no hay pecado, aunque no debe detenerse mucho en este placer, por el peligro de pasar del mismo a la delectación de aquel requerimiento; igualmente, pues, si alguien me propone alguna estratagema llena de sutileza y artificio para vengarme de mi enemigo, y yo no me complazco ni consiento en la venganza que se me propone, sino que me deleito únicamente en la sutileza de la invención y del artificio, indudablemente no peco, aunque no es conveniente que me entretenga en este placer, porque, poco a poco, puede arrastrarme a que me deleite en la misma venganza.


A veces, son algunos sorprendidos por cierto cosquilleo de delectación, que sigue inmediatamente a la tentación, antes de que puedan buenamente echarlo de ver. Esto, a lo más, puede ser un pecado muy leve, el cual, empero, se hace mayor, sí, después que se han dado cuenta del mal, se entretienen, por negligencia, por espacio de algún tiempo, discutiendo con la delectación, acerca de si han de admitirla o no, y mayor todavía si, al darse cuenta de ella, se detienen, con verdadero descuido, sin ningún propósito de rechazarla. Más, cuando voluntariamente estamos resueltos a complacernos en tales goces, este mismo propósito deliberado es un gran pecado, si el objeto en el cual nos recreamos es notablemente malo. Es un gran vicio para una mujer fomentar amores malos, aunque, en realidad, no quiera entregarse jamás al amante.






Ave María Purísima
Cristiano Católico 20-12-2012  Año de la Fe

 
Vida Devota

Sea Bendita la Santa e Inmaculada Purísima Concepción de la Santísima Virgen María